Camilo José Cela Conde
Madrid.- Mientras terminan de arrasar el Viejo Continente, la crisis económica y la política que llega de su mano se están llevando por delante buena parte de lo que dábamos por logros de la civilización. No podían estar más equivocados Fukuyama y quienes le siguieron en la tarea de proclamar el final de la historia. Cuando creíamos que las luchas clásicas —entre pueblos, entre clases sociales— habían terminado para siempre dando paso a la globalización como salida para nuestros problemas familiares, aunque sólo fuese para sustituirlos por otros, resulta que los mismos dramas vuelven a las primeras de cambio. La Historia regresa. Lo hace, por añadidura, dando marcha atrás.
Más allá del puñado de entusiastas —los “indignados”— que enarbolan en España las banderas de la utopía, lo que asoma es un puro compendio de vuelta a las cavernas. Será que es el miedo el que manda; ese pánico a lo que pueda suceder que le bastó al primer ministro Papandreu para lograr, cuando más asfixiado parecía, un voto de confianza en el parlamento de Atenas para llevar a cabo las reformas tremendas que la Unión Europea exige a Grecia a cambio del segundo plan de rescate. Las reformas generalizadas son, en esencia, parte de la marcha atrás. Y en el trayecto perdemos buena parte de lo que creíamos consolidado como el núcleo del Estado del bienestar.
Dicen que los que tienen mucho dinero se están volviendo aún más ricos en la pesca en aguas revueltas que vivimos en estos momentos destinados a permanecer. Dentro del mundo que quedará cuando la dolencia aguda de la crisis se convierta en crónica, el poder económico rescatará la identificación absoluta con el poder político que siempre tuvo pero parecía, en el último medio siglo, atenuada. Así que habrá que hacer mucho caso a quienes comienzan a gozar ya de la mayor de las dictaduras que quepa imaginar. Como sucede con los grandes empresarios. La patronal española, a través de su Instituto de Estudios Económicos, ha elaborado un documento que no tiene desperdicio acerca de las reformas educativas que necesita España. Dejando de lado obviedades como la de que es deseable que los profesores sean competentes, la patronal apunta hacia las claves necesarias para obtener un adecuado rendimiento escolar. Son dos: el origen socieconómico del estudiante y su herencia genética. Por supuesto que ambos condicionantes se dan la mano, así que nada como formar parte de una buena y acomodada familia para tener éxito en los estudios, es decir, en la vida. Esa misma conclusión puede enunciarse de manera más inmediata sosteniendo que resulta mejor ser rico que ser pobre; algo, por otra parte, en lo que es posible que coincidan empresarios y trabajadores de todo el mundo.
Como guinda en el pastel de las reformas que vendrán para que los niños-bien se eduquen de forma adecuada, el informe de la patronal contiene una advertencia: tantas mujeres en la educación suponen un problema. No me he atrevido a leer cuál es la solución.