Ban Ki-moon: cinco años más en la ONU
María Cristina Rosas
El pasado 21 de junio, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ratificó por unanimidad la decisión dada a conocer una semana antes por el Consejo de Seguridad de la misma institución, en el sentido de ratificar al surcoreano Ban Ki-moon como Secretario General para un segundo mandato que culminará en 2016. Tanta urgencia por ratificar a este individuo resulta sospechosa. A todas luces la comunidad de naciones decidió apostar por la continuidad de uno de los personajes más grises en la historia de Naciones Unidas, evitando así, un desgastante proceso sucesorio que habría implicado postular candidatos, cerrar filas en torno a alguno de ellos y esto supondría desatender otros importantes temas, como, por ejemplo, la recuperación económica tras la crisis financiera de 2008, la cual sigue causando estragos en numerosos países.
La llegada de Ban en 2007, a Naciones Unidas, causó sorpresa en diversos círculos, por considerar que su perfil era realmente muy bajo, sobre todo después de una gestión como la de Kofi Annan, personaje versado en las artes de la diplomacia y con una estatura política ampliamente reconocida, pese al escándalo en que estuvo involucrado su hijo, a propósito del programa “Petróleo por alimentos” que Naciones Unidas creó para mitigar las sanciones amplias decretadas contra Saddam Hussein. Ban se presentaba ante la comunidad internacional, con credenciales muy escuetas, como partícipe, apenas, de las negociaciones para una eventual unificación de las Coreas –lo que parecía sugerir que el tema recibiría gran atención de parte de Naciones Unidas y de grandes potencias como Estados Unidos, Rusia y la República Popular China- y hasta ahí.
A manera de evaluación, vale la pena decir que a lo largo de su primer período al frente de la ONU se ha caracterizado por su tibieza, su poca visibilidad ante las crisis internacionales, su falta de iniciativas reformistas –que, en algunos casos, como en el de las operaciones de mantenimiento de la paz, vienen siendo una suerte de “refritos” de planteamientos ya existentes- y también sus escándalos por nepotismo, o al menos, por beneficiar a nacionales de su país en posiciones clave de Naciones Unidas. Por lo tanto llama poderosamente la atención que, una vez que se confirmó su ratificación para un segundo período, todos, incluso quienes en otros momentos han criticado su gestión, se deshicieron en elogios y dieron cuenta de la “extraordinaria capacidad visionaria” con la que Ban ha guiado a Naciones Unidas para hacer del mundo un lugar menos desigual y más seguro.
Lo que verdaderamente sucede es que, como queda de manifiesto en el proceso sucesorio en el Fondo Monetario Internacional (FMI), resulta verdaderamente desgastante, tanto para quienes se postulan, como para quienes deben votar a favor y/o en contra, iniciar un proceso encaminado para elegir a un titular de la Secretaría General de la ONU distinto de Ban Ki-moon. Pareciera entonces que, en el caso de Ban Ki-moon, las 192 naciones que pertenecen a Naciones Unidas, simplemente bajaron los brazos argumentando “más vale malo por conocido…” Para los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Ban Ki-moon es una figura cómoda e idónea: el Secretario General ha hecho muy poco a favor de los derechos humanos en la República Popular China, y además ha sido muy condescendiente con Estados Unidos, Rusia, Francia y la Gran Bretaña.
Así que la comunidad de naciones se prepara para otros cinco años con Ban Ki-moon y en este nuevo período, por cierto, la ONU llegará a su cumpleaños número 70 (en 2015, año en que también tendrían que cumplirse los objetivos de desarrollo del milenio). No deja de ser frustrante, sin embargo, que en momentos en que el mundo está tan necesitado de líderes, el organismo internacional más importante del orbe opte por un personaje nebuloso, aparentemente más preocupado por complacer a los poderosos que por cerrar filas con quienes más lo necesitan.