Le pese a quien le pese

 

La política es el arte de aplicar en cada época aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible.

Antonio Cánovas del Castillo

Esta semana, en algunas oficinas hubo rezongos, sordas y rencorosas exclamaciones porque la española Fundación Cristóbal Gabarrón le entregó al ex presidente Ernesto Zedillo el premio de trayectoria.

La justificación de la presea fue casi como si hubiera sido diseñado para que algunos, en público o en privado, tuvieran súbitos derrames biliares que ni masivas dosis de boldo, ni el tiempo, han disipado.

Hasta el lenguaje del jurado al otorgar el premio pareció diseñado con ese propósito. Como razón señalaron que se le otorga “por impulsar reformas modernizadoras decisivas en el terreno político y económico de su país, sin las cuales no se puede entender el México moderno”.

A casi una década de haber dejado la Presidencia de la República, el sólo nombre de Ernesto Zedillo remueve los rescoldos del rencor. Eso impide reconocer que, ciertamente, mucho del México de ahora no se explicaría sin sus decisiones presidenciales. Fue candidato a la Presidencia circunstancialmente, escogido después del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Ganó la Presidencia con la mayor votación obtenida hasta hoy por un candidato: 17 millones de votos, producto de un electorado asustado por la violencia política que mató a Colosio y el levantamiento del EZLN en Chiapas.

Enfrentó la peor crisis económica y financiera, resultado de errores de su equipo y de las omisiones calculadas de su antecesor, Carlos Salinas de Gortari.

Fue una crisis devastadora. Para enfrentarla no vaciló en tomar medidas drásticas, ampliamente impopulares. Año y medio después, la economía rebotó y crecía a casi cinco por ciento. En los años siguientes creció aún más. No obstante, el daño a la credibilidad del PRI como gobierno estaba dañada irreparablemente.

Las presiones políticas internas y externas de multiplicaron. Desde 1991 en los más influyentes medios internacionales y en la academia se subrayaba el hecho que con la URSS y la caída del muro había caído también el partido que tenía más décadas en el poder. Falta el PRI, que tiene tantos años en el poder, decían.

Sabedor que para México sería riesgoso otra elección polémica como la de 1988 —la de 1994 fue una excepción— no sería aceptada por la comunidad internacional y que las presiones podrían ser terribles para una economía que se recuperara dejó correr más o menos libremente la elección presidencial de 2000. Y el PRI perdió la Presidencia. Al final, fue un presidente que gobernó en las circunstancias históricas que le tocaron.

Los otros rencores, los personales, se los ganó Zedillo a pulso, porque su sentido del Estado le obligó a tomar decisiones desagradables, pero convenientes. No importa qué se piense de su Presidencia, ahí queda el razonamiento del jurado del Premio Cristóbal Gabarrón: el México moderno no se explica sin las decisiones difíciles e impopulares que tomó.

Como dijo Zhou Enlai: quizá es muy pronto para hacer un juicio justo y desapasionado, pues aún viven muchos rencorosos.

jfonseca@cafepolitico.com