Moisés Castillo

El pasado 27 de julio, cientos de centroamericanos cruzaron la frontera sur de México para caminar por el gran “cementerio de migrantes” que se ha convertido el país, según afirma el padre Alejandro Solalinde, director de la capilla Albergue Hermanos en El Camino.

Y es una certeza incuestionable: las fosas clandestinas encontradas en San Fernando, Tamaulipas, son el ejemplo más cruel de la violencia que sufren los “sin papel” en territorio nacional.

A principios de año, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos reveló que tan sólo en 2010, en un periodo de seis meses, de abril a septiembre, se cometieron 11 mil 333 secuestros de migrantes.

Lloro por dentro porque ya no tengo lágrimas 

Y Ernesto, el hijo de don Heriberto Arévalo, fue secuestrado hace tres años en Monterrey, Nuevo León, ciudad que pasó de ser un lugar para “vivir bien” a una ciudad que la violencia la ha vuelto “desierto”. Don Heriberto se sumó a la Caravana Paso a Paso por la Paz que salió en Tecún Umán, Guatemala, y que recorrió Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Puebla, hasta llegar a la ciudad de México.

Don Heriberto tiene 49 años de edad y dice que está aquí para buscar a su hijo que ahora tendría 30 años. Antes de salir de El Salvador, Ernesto trabajaba en una maquiladora china casi todo el día con un salario infame, de “hambre” como dice indignado don Heriberto. Carga con la mano derecha un cartel blanco con la foto de su hijo y con la izquierda sostiene una bolsa con un modesto refrigerio que le dieron en la explanada del Zócalo capitalino.

“En nuestros países de origen
—dice don Heriberto— no tenemos oportunidad de trabajar porque hay salarios de hambre, hay pobreza y delincuencia. A nuestros jóvenes no les queda otra que salir huyendo a buscar otra oportunidad y lastimosamente esos sueños son truncados: los matan, los violan o los maltratan”.

Dice que salió de San Salvador con la ilusión de saber algo de este lado, ya que en su país las autoridades no les informan nada de sus familiares. Está convencido que la lucha a favor de los migrantes desaparecidos debe seguir, pero con resignación dice que le gustaría ver por última vez a Ernesto para cerrar las heridas, y que en las noches ya no sienta temor de nombrarlo: ¿dónde estás, Ernesto?

“Me conformo —agrega— [con] verlo en un ataúd y me quito esta pena. No saber nada es vivir con la herida abierta toda la vida, no sana. Por las noticias me enteré de unas fosas que hallaron en Monterrey y supe que él iba en el grupo. No sé nada más. Espero verlo vivo o muerto. Lo que quiero es verlo por última vez y enterrar sus restos”.

Don Heriberto viste un suéter café, unos jeans gastados y usa una gorra color beige. En su cintura lleva un cangurera roja con sus únicas pertenencias del viaje. Lamenta que el presidente Felipe Calderón sea servil con el gobierno de Barack Obama y que, contrariamente, no haga una búsqueda exhaustiva de los migrantes desaparecidos, muertos o esclavizados en la trata de personas. Dice que el migrante no es un criminal sino un “trabajador trasnacional”.

Don Heriberto se dedica a varios oficios: puede ser un tiempo electricista, albañil o carpintero, ya que por su edad le es imposible encontrar un empleo. Afirma que los cumpleaños de su hijo Ernesto fueron los momentos más felices de su vida, cuando rompían la piñata o partían el pastel.

“Veo esas fotos —finaliza— y lloro por dentro porque ya no tengo lágrimas y quisiera que la foto me hablara”.

La sueño viva

¿Qué pide Guatemala? ¡Justicia! ¿Qué pide El Salvador? ¡Justicia! ¿Qué piden los catrachos? ¡Justicia! Grita a todo pulmón la señora Virginia Avila Flores que casi se queda sin habla. No es para menos. La angustia y frustración la acompañan desde hace 12 años, cuando su hija Maribel salió de casa acompañada de una amiga para alcanzar el sueño americano. Su compañera logró cruzar la frontera norte porque antes había contratado a un coyote. De Maribel nada sabe, no ha podido hablar en este tiempo de agua: grano de sal que hiere la pupila.

La amiga de Maribel vivió en Houston y regresó después de seis años a Tegucigalpa, Honduras, y fue hasta ese momento cuando se enteró que su hija Maribel se había quedado en Oaxaca a trabajar. Lo demás es un misterio. Ahora tendría 29 años. Dejó a la deriva a Carlos Daniel, su hijo, quien ya creció y tiene 11. El pequeño le dice a Virginia todos los días:

—Mami, quiero ver a mi mamá…

—Ve la fotografía y habla con ella

—le responde Virginia con la dulzura de siempre.

—Quiero verla personalmente porque no me escucha.

Maribel tenía 17 años y era trabajadora doméstica. Su anhelo era salir de la pobreza. Más de una década después, la señora Virginia cuida a Carlos Daniel y reza por su hija. Dice que la angustia que siente no se puede explicar con palabras y tiene la esperanza que con esta caravana pueda encontrarla.

Virginia casi tiene 60 años de edad y es madre soltera. Mantiene a sus demás hijos haciendo tortillas para el mercado. Muestra una foto de Maribel y el llanto aparece.

“Tengo fe de hallarla —asegura— porque mi corazón dice que está viva. Todos los días le pido a Dios y tengo fe de que la voy a encontrar. A ella la sueño viva, no la sueño muerta”.

 Le dije que no viajara

Ana Margarita Aparicio se forma en un costado de la explanada del Zócalo para recibir un sandwich y fruta, luego de haber orado en la Catedral Metropolitana. Ella viene de Usulután, El Salvador, departamento que se ubica al sur del país centroamericano. Forma parte de la organización Comité de Familiares de Migrantes Desaparecidos y Fallecidos. Su hijo Rafael se esfumó hace 22 años en plena guerra civil entre el ejército y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional.

La única noticia que tiene Ana Margarita es que su hijo radicó un tiempo en Huehuetán, Chiapas, pero no sabe si logró cruzar la frontera norte de México. Rafael tenía 20 años y era mecánico. Quería tener una mejor vida porque el dinero no alcanzaba para nada.

“El se fue simplemente —dice— por el sueño americano y espero que lo haya conseguido. No sé si está muerto. El recuerdo que tengo de él es que fue muy cariñoso, siempre fue atento conmigo y me duele como madre. Ellos buscan una mejor vida y le aconsejé, le dije que no viajara y que no se arriesgara”.

Vestida de negro, Ana Margarita le tiembla la voz cuando recuerda a su hijo. Espera que esta movilización sirva para que los gobiernos de México y El Salvador den soluciones a los problemas de los migrantes y que en su camino hacia el norte no sean torturados o asesinados.

Agradece a los mexicanos por el recibimiento que brindaron a decenas de familias de migrantes y en especial la congregación de La Patrona, municipio de Amatlán de los Reyes, Veracruz, cuyos pobladores los recibieron con flores, velas, comida y les ofrecieron atención médica.

Las venden a prostíbulos

La maquila es la única forma de vivir en San Pedro Sula. Sin embargo, hay desesperación en la segunda ciudad más grande de Honduras, ya que el desempleo no se detiene en los últimos años. Doris Marisa Serrato se unió a la caravana con la esperanza de saber algo de su hija Doris Dayanara, quien salió hace 4 años rumbo a los Estados Unidos.

Ella estaba estudiando la secundaria y tenía la ilusión de que su esposo regresara pronto del país más poderoso del mundo y viera crecer a sus hijos. Pero nunca volvió. Ante la desesperación y la necesidad de mantener a sus bebés de 1 y 3 años de edad, cruzó la frontera mexicana. La única información que tiene su madre es que estaba trabajando en un bar de Tapachula, Chiapas. Lo demás es una historia sin final…

“Salió de la casa —dice— por el sueño americano, lo cual hemos visto que no es un sueño sino una pesadilla para nuestros migrantes. Exijo a las autoridades que investiguen esos bares, porque sabemos que la mayoría de nuestras jóvenes son víctimas de esa gente sin vergüenza que lo que hacen es venderlas a esos prostíbulos”.

Doris Marisa ahora tiene que ser madre de los niños que dejó el matrimonio fallido de su hija, quien tendría ahora 24 años de edad.

Mi hija —evoca— es bellísima, tiene un comportamiento excelente, es humilde y sencilla. La lucha que también tenemos es que nos den el permiso libre para pasar por aquí, porque nuestros familiares quieren trabajar nada más”.

Solalinde exige desaparecer o reformar el INM

El entusiasmo de los migrantes centroamericanos llegó a Xicoténcatl, antigua sede del Senado de la República, donde sólo fueron recibidos por los senadores del PRD, Yeidckol Polevnsky y Carlos Sotelo, y del PT, Rosario Ibarra.

Muchos aplausos se escucharon durante las intervenciones. Pero, sin duda, el más vitoreado fue el padre Alejandro Solalinde, organizador de la Caravana Paso a Paso por la Paz, quien exigió la eliminación del Instituto Nacional de Migración o que sea reformado, ya que abusa de los migrantes.

“Queremos pedirle al Senado —dijo— que vea la manera para que el Instituto Nacional de Migración desaparezca definitivamente, se transforme en otra figura que queremos, que sea una entidad plenamente administrativa que no tenga que ver nada con seguridad”.

Además, el director de la capilla Albergue Hermanos en El Camino, de Ixtepec, Oaxaca, pidió a los senadores perfeccionar la nueva ley migratoria y anular la visa para quienes vienen del sur del continente a buscar a sus familiares desaparecidos por el crimen organizado.

“Nuestra ley —demandó— la tenemos que mejorar, hay aspectos que son necesarios como separar la seguridad de la administración y que efectivamente esa visa simplemente se retire y que en lugar de eso se haga un plan, ya lo dije un plan de desarrollo mesoamericano, para que nuestros hermanos no tengan que emigrar, tenemos que cuidar, son nuestros hermanos, son parte de nuestra historia, son parte de nosotros mismos, no son vecinos pobres, son nuestra propia familia”.

Vestido de blanco, el padre Solalinde restó importancia al incidente que tuvo el domingo pasado, cuando elementos de la policía de la Secretaría de Seguridad Pública del municipio de Puebla retuvieron al sacerdote y a sus dos guardaespaldas, con el pretexto de que portaban armas largas.

“Para nosotros —resume—, la caravana fue un camino agridulce, de aprendizaje y dolor; también de esperanza y sorpresas. De las incomodidades, ni hablar. Sentimos que ahora sí esta caravana despertó la conciencia de la gente; por primera vez obispos estuvieron con nosotros, sacerdotes que antes no habían participado lo hicieron y estamos viendo una mejor respuesta de la Iglesia católica”.

Mientras terminaba de decir esto el padre Solalinde se escuchaba a los lejos “¡Felipe Calderón, vergüenza para la nación!”… “¿Qué pedimos para México? ¡Conciencia!”.