Beatriz Pagés

Aseguran los michoacanos que la candidatura de Luisa María Calderón se decidió en la casa materna de Morelia. Ahí llegó el presidente Felipe Calderón, como cada semana lo hace, para comer en familia, su hermana y el resto de los parientes.

 El presidente de la república iba decidido a tratar de que Cocoa entrara en razón. “Si tú eres la candidata del PAN al gobierno del estado me van a acusar de nepotismo”, le habría dicho el mandatario a su hermana.

 Luisa María le contestó a su hermano menor que quien debía entrar en razón era él. Que mientras ella era autora de su propia carrera política, él, Felipe, habría sido impulsado y promovido por la propia Cocoa.

 Esta versión que hoy se cuenta en los portales y en los cafés callejeros de la capital michoacana, deja entrever —independientemente de su falsedad o veracidad— que el principal adversario de Luisa María Calderón será su hermano, el presidente de México.

 ¿Por qué? Porque si los michoacanos están hartos de alguien es de su paisano Felipe, a quien acusan de todo. Lo mismo de la inseguridad que de no haber hecho nada por el desarrollo del estado.

 Para ellos, la única herencia que les ha dejado Calderón es el michoacanazo y, sin duda, las secuelas de una guerra que lejos de debilitar ha fortalecido e incrementado el número de cárteles de la droga.

Pero Luisa María carga con sus propios errores, contradicciones y debilidades. El primero de ellos es que la gubernatura se ha convertido en un capricho.

 Se dice que durante la encerrona de la familia Calderón, hubo críticas, recriminaciones e imposiciones. “¡Te guste o no seré la candidata!”. Seguramente, el presidente trató de advertirle que para la Secretaría de la Defensa Nacional, su candidatura constituiría —por tratarse de la hermana del primer mandatario— un riesgo para su integridad física.

La reunión familiar terminó con un “como tú quieras, Cocoa”, y Cocoa se fue de inmediato a una clínica reductiva para bajar de peso y modificar lo que los mercadólogos llaman “cambiar de look”.

 Lo que no podrá modificar Luisa María Calderón, en la conciencia de los electores, es que su candidatura es una imposición, y que cada peso invertido en campaña, cada pancarta, camiseta o espectacular, serán pagados con dinero salido de Los Pinos.

 El proceso interno del PAN, del cual resultó electa, no pudo ser más inducido y antidemocrático. Fue obvia la orden que se dio desde la Presidencia de la República: la ganadora tenía que ser la hermana del presidente.

 Los michoacanos nunca dudaron: “ella será la candidata del PAN por órdenes de su hermano”. Y lo fue, gracias a los recursos que el gobierno federal repartió entre la militancia, pero sobre todo a los adherentes que votaron.

Candidata singular porque —a diferencia de los contendientes de otros partidos— hará campaña resguardada por un ejército de militares adscritos al Estado Mayor Presidencial. ¿Así llegará a los municipios más pobres y tomados por el narco?

 Un cuerpo de seguridad que ella defiende: “lo tengo desde el 1 de diciembre de 2006 por ser hermana del presidente”. Es decir, la autonomía política, el self made woman del que presume, sólo se da cuando conviene.

 Los michoacanos, sin embargo, parecen saber lo que quieren. Cuando alguien les pregunta qué opinan de la hermana del presidente, ellos, con el gesto serio y tal vez sin conocer a la célebre Pasionaria repiten: “¡no pasará!”.