Patricia Gutiérrez-Otero y Javier Sicilia
A Albert Camus, de quien tanto aprendimos
El ser humano no puede ni debe aislarse de lo político. El deber de la conciencia y la libertad estriban en abrirse a lo real y actuar por el bien de todos y todas como personas, seres complejos que tenemos una identidad individual conformada por una social a la que también, a su vez, conformamos. El artista y el pensador no están exentos de ello. Por lo mismo, los más honestos pensadores y poetas han sido perseguidos por regímenes totalitarios: pongamos dos casos emblemáticos: el pastor protestante alemán justiciado por el régimen nazi, Dietrich Bonhoeffer, un pensador real en todos los sentidos; y la persecución sistemática del estalinismo contra la gran poeta rusa Anna Ajmátova y su familia. El pensamiento y la poesía, en sus sentidos más profundos y, por ello, más amplios, son críticos, disidentes, subversivos. Los sistemas establecidos detestan su presencia.
Grandes intelectuales o artistas han hablado o actuado a partir de la relación ineludible entre el pensamiento, el arte y lo político. En Occidente, desde Sócrates, Platón y Aristóteles, hasta Shakespeare, Hegel, Marx, Heidegger, Tolstoi, Sartre, Camus, Ajmátova, Jorge Semprún, León Felipe, Zubiri, Monsiváis, Poniatowska, Ellacuría, Benedetti, Cardenal y tantos otros…
El pensamiento y el arte no ideologizados están abiertos a lo real de la verdad, la belleza, la bondad. Esta apertura les revela las falsedades de cualquier ideología. La ideología es “polvo mental sobre la yerba, el agua, la piel” (Octavio Paz, “Más allá del amor”). Ayuda a definirse, da identidad, pero excluye y se alimenta a sí misma. Un pensador que no acepta la crítica externa a través del contacto con otros pensamientos y con lo concreto, o un artista que no sigue creando libremente porque está sometido a presiones dictadas desde la esfera política, económica o desde lo políticamente correcto dentro de una sociedad, pierde su razón de ser y se prostituye o se recluye por miedo.
Los intelectuales y artistas comprometidos con lo real lo reflejan en su obra de una manera más o menos evidente. El toque que los distingue es la honestidad. La obra honesta se percibe y quita vendas de los ojos a quien se confronta con ella. Es un camino de éxtasis (salir fuera de sí) y de libertad.
Muchos de los autores citados, y otros que se han quedado en el tintero, en su fidelidad a lo real han sufrido de una u otra manera el ostracismo. Han sido expulsados de universidades, confinados, segregados, mandados a campos de concentración, ignorados e incluso asesinados. Es el riesgo de la obra libre y honesta, aunque pide una aceptación no carente de angustia. Llega el momento en que cada uno vive su Getsemaní en el que puede aceptar el cáliz por honor y dignidad con uno mismo y por respeto y amor a los otros.
Además, opinamos que se respeten los acuerdos de San Andrés, que se limiten las trasnacionales en México, que se prohíba la intromisión de Estados Unidos en asuntos de Seguridad, que se prohíban las mineras, principalmente en Wirikuta, que recuperemos el campo…
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