Gonzalo Valdés Medellín
Proyecto enjundiosamente impulsado por la dramaturga Verónica Bujeiro y el director Ginés Cruz, dos de los jóvenes creadores escénicos del México de hoy con mayor pujanza en sus propuestas, Nada es para siempre se presenta en el Teatro el Milagro, por breve temporada. El texto de Bujeiro quiere ir al meollo del descontento social que México vive, encauzando una crítica hacia los tres partidos políticos que se disputan el poder y la credibilidad ante el pueblo. Para esto, la comediógrafa idea una gran comilona —al estilo del clásico filme neorrealista de Ferrari— en donde saldrán todas las porquerías de tres matrimonios (simbólicamente representando a los aludidos tres partidos), y en donde cada pareja se dirán el quien vive, se gritarán el precio y se mentarán el huevo y quien lo puso para… ¿Para qué? Para nada. Porque, aunque Nada es para siempre, nada se logra componer —teatralmente hablando— en el flujo discursivo de esta comedia, más allá de volver a la reiteración de “tú esto, tú lo otro, ustedes aquello, nosotros lo mismo…”.
Indudablemente la lícita preocupación social de la autora se percibe de entrada. No obstante, el tema—dramatúrgica o comediográficamente, o fársicamente— no está bien desarrollado ni logrado. El problema es que, además, lo que podría haber sido una comedia satírica, ha sido convertido por el director en una farsa con ribetes de grandguiñol que no cuajan escénicamente por ningún lado, haciendo que nada avance ni en ritmo ni en proporción, sobre los postulados del libreto. Los actores —todos— jalan parejo con libretista y director; se entregan, hacen alarde de sus capacidades para el chiste… sin embargo, sus esfuerzos devienen estériles, pese a que en pocos momentos lleguen a acertar con algún gag, apoyados sobre todo por la dirección.
Ginés Cruz es un hombre de teatro que constantemente está experimentando y esto se deja ver en Nada es para siempre, aun cuando los resultados ulteriores no salgan de la imagen principal de su puesta: el muladar en que se realiza la comilona; muladar que es el mismo país al que se critica —ya lo sabemos— a través de los partidos que se lo disputan y, digámoslo con todas sus letras, lo putean. Pero ese mismo muladar cobra otras dimensiones en terrenos de lo estético, y se torna en esclerótico muladar de conceptualizaciones y discursos no aterrizadas, actuaciones no sustentadas en el arte de la genuina comedia, sino en el estereotipo de la comedia televisiva, y sobre todo, en revolturas ideológicas y hasta filosóficas que tienden a dejar al espectador igual que como entró al teatro: sabiendo que la obra se trata de los males políticos, ideológicos y los desbarres morales que agobian a nuestra nación en guerra decretada contra el narcotráfico…. ¿y?
El esfuerzo está, de eso no hay duda. El talento también. Pero es indudable que a Nada es para siempre le faltó tiempo de cohesión en el escritorio y la mente creativa de Bujeiro (es decir, mayor trabajo literario); y por ende, al director le hizo falta tiempo para cohesionar a perfección todas sus inquietudes e iracundias sociopolíticas que hoy se toparon con el pastiche expresivo. Mejor suerte para la próxima y, como siempre: el público tiene la palabra. Nada es para siempre.