Antonio Cerda Ardura y Susana Hernández Espíndola
En pleno siglo XXI, el racismo parece ser una de las peores enfermedades del hombre, que no pide ni da tregua ni cuartel. Pero el colmo es que ahora se vale de los instrumentos modernos para mostrar sus atrocidades.
De este toque a degüello, específicamente contra los negros, es ejemplo una fotografía que ha aparecido en las redes sociales, la cual ha desatado un verdadero escándalo y dado pie a una investigación judicial. Se trata de la imagen de un hombre blanco, hincado sobre lo que al parecer es la sabana africana, sosteniendo en una mano un rifle de alto poder y con pose de cazador, encima de su trofeo, que aparentemente es el cadáver de un niño negro.
Tal muestra de la supuesta “supremacía” de la raza blanca fue “posteada” en una cuenta de Facebook, firmada por un tal “Eugene Terrorblanche” (“Terrorblanco”), que es un acrónimo del apellido del político, terrateniente y líder del partido ultraderechista sudafricano Movimiento de Resistencia Afrikáner (Afrikaner Weerstandsbeweging – AWB), Eugène Ney Terre’Blanche (Tierrablanca).
Este dirigente, que defendía los postulados racistas durante la época del apartheid en Sudáfrica, fue asesinado afuera de su granja en Ventersdorp, el 3 abril de 2010, por dos trabajadores negros que exigían que se les pagara un salario que les adeudaba.
La circulación de esta fotografía del nuevo “Eugene Terrorblanche”, que se discute si es reciente o de hace algunos años (en realidad fue subida el 24 de junio del año pasado y retirada apenas el domingo pasado), o si es falsa o verdadera, ha propiciado la apertura de una investigación por parte de la unidad especial para la lucha contra el crimen de la Policía sudafricana (Hawks).
El ministro surafricano de Policía, Nathi Mthethwa, ha convocado a cualquier persona que conozca a este sujeto para que lo denuncie y se pueda dilucidar si la foto efectivamente refleja un incidente real.
Según el vocero de la policía, Zweli Mnisi, todo aquel que haya estado implicado en la publicación de la fotografía o en la creación del perfil de “Eugene Terrorblanche”, o, incluso, que haya visto la gráfica, puede enfrentarse a un juicio.
El Ministerio del Interior ha hecho una nota en la que califica el caso como “abominable” y ha declarado que buscará a los culpables. “Si la foto es real los autores serán severamente castigados”, puntualiza.
“Los que han hecho comentarios favorables (en la cuenta del individuo) pueden ser acusados de no denunciar y apoyar un acto racista y un posible abuso de un niño”, aclaró, a su vez, Miranda Jordan, directora del Instituto contra el Abuso Infantil.
“Eugene Terrorblanche”, según indicaba su perfil en Facebook, es un empresario al que le gusta la música afrikaaner, los Simpson y las armas blancas y de fuego, y contaba con 590 amigos en el momento en el que la foto apareció por última vez en la Internet, quienes lo apodaban “el cazador de negros”.
La publicación de la foto ha exacerbado la tensión racial en Sudáfrica, una nación que hasta principios de los 90 estaba gobernado por el régimen segregacionista del apartheid que defendía la supremacía de la raza blanca y donde actualmente los negros son un 80 por ciento de la población, pero el 9 por ciento de blancos acapara la mayor parte de los recursos económicos.
Mientras se aclara la polémica por la acción de “Eugene Terrorblanche” es interesante recordar que este escándalo es similar a los que en sus respectivos tiempos desataron el llamado “Negro de Bañolas” y la “Venus hotentote”, dos personas de raza negra que fueron expuestas disecadas.
El “Negro de Bañolas”
El llamado “Negro de Bañolas”, un hombre de raza negra disecado en 1830 y que se exhibía primero en el Museo de Historia Natural de Barcelona y, desde 1916, en el Museo Municipal Darder de Bañolas (Gerona, Comunidad Autónoma de Cataluña, España), era un jefe de la tribu bechuana que fue robado de su tumba en Africa por el conocido explorador y taxidermista francés del siglo XIX, Eduard Verraux, dueño de la Maison Verraux de París, dedicada a la venta de animales disecados.
El naturalista barcelonés Francisco de A. Darder compró el negro a Verraux y lo incluyó en su singular colección de historia natural.
Darder dejó explicada la procedencia del individuo en un librito de 1888 que servía de guía de su colección. El opúsculo se entregaba gratuitamente a la entrada del Museo de Historia Natural que Darder abrió el 17 de mayo de aquel año en Barcelona.
En la sección dos de la guía aparecía bajo el epígrafe de “Bimanos”, poco antes del de “Cuadrumanos”, la siguiente consideración: “La constituyen una sola familia, un solo género y una especie única que es el hombre. Éste no figura en los museos de historia natural y no sabemos de ninguno que posea un ejemplar que se conserve y esté naturalizado como un animal cualquiera. Nosotros, a fuerza de sacrificios, hemos conseguido uno, que es el betjuanas [sic], del cual hablaremos al ocuparnos de la sección de antropología”.
En dicha sección, tras una serie de apuntes decimonónicos sobre la etnia betchuana y la “cafrería” en general, se explicaba que el negro disecado “se debe a la audacia del preparador francés Verraux”, el cual, “en uno de sus múltiples viajes que frecuentemente realizaba en busca de notables ejemplares que han enriquecido a muchos museos de Europa, asistió al entierro de un jefe de tribu que con gran pompa se estaba celebrando en aquellas remotas comarcas”. Verraux y su hermano robaron el cadáver a medianoche, cuando los familiares y asistentes a la ceremonia se habían alejado del lugar.
La polémica por la exhibición de este hombre disecado en Bañolas, ya hacia la última parte del siglo XX, la inició el concejal y médico español de origen haitiano, Alfonso Arcelín, quien solicitó a ese ayuntamiento, el 19 de octubre de 1991, la retirada del individuo, en la consideración de que su presencia en el museo era “denigrante y anticonstitucional”.
“Yo soy negro y me siento insultado”, manifestó Arcelín, quien amenazó incluso con una llamada a los países africanos para que boicotearan a Bañolas como subsede de remo de los Juegos Olímpicos de Barcelona.
La mayoría de los bañolenses se oponía a la retirada del hombre disecado e incluso habían comercializado diversos productos relacionados con él e iniciado una campaña para su permanencia, con adhesivos y pins con la leyenda: “Te queremos. Quédate”.
En un principio, el pleno del ayuntamiento acordó por unanimidad, en noviembre de 1991, apoyar a la Junta de Museos, que consideraba Imprescindible mantener al negro en exhibición. La Junta creía que la exhibición del hombre disecado respondía a una concepción científica finisecular, que debía respetarse como historia, y cumplía una función pedagógica.
La polémica por la exhibición del negro atrajo la atención de los medios de comunicación y, en 1997, el caso fue discutido en varias sesiones tanto en las Naciones Unidas como en la Organización para la Unidad Africana. Luego, en marzo de ese mismo año el bosquimano fue retirado del Museo Darder, pero no fue sino hasta el año 2000 cuando los restos se repatriaron a Botswana y enterrados, el 4 de octubre, en el parque nacional de Tsolofelo.
Durante el entierro, celebrado con honores reservados para héroes nacionales, el alcalde Pere Bosch, reconoció que “fue poco oportuno exhibir una pieza humana de raza negra en una ciudad occidental y desarrollada”.
En la actualidad en el Museo Darder lo único que queda del negro es un video sin sonido, con imágenes en blanco y negro mostradas en una pequeña pantalla de plasma que permite a los visitantes ver al hombre montado tal y como era expuesto hasta que fue retirado.
La “Venus hotentote”
Los khoikhoi (“hombres de los hombres”), simplemente khoi y más conocidos como hotentotes (“tartamudos” en dialecto holandés antiguo), son un pequeño grupo étnico nómada del Africa del sudoeste, específicamente de Botswana y Namibia, que se separó de los khoisan y llegó desde el sur africano a esa región a principios del siglo VI.
La khoikhoi más famosa de la historia es, quizás, una mujer llamada Sara (Saartjie) Baartman, quien recibió el apodo de la “Venus Hotentote” y su cadáver estuvo expuesto, hasta 1985, en el Museo del Hombre de París.
Sara nació en 1789 en el Valle Gamtoos, en la provincia oriental del cabo Khoisan (actual Sudáfrica) y, tras quedar huérfana, fue vendida al comerciante boer Pieter Willem César, quien se la llevó a Ciudad del Cabo para que trabajara como niñera para su hermano Hendrick.
En 1810, cuando Sara tenía apenas 21 años, fue llevada con engaños a Londres por un médico inglés con el que se casó y que le prometió convertirla en una bailarina famosa. En lugar de eso, el sujeto la comenzó a exhibir semi desnuda en distintos locales de Picadilly, anunciándola como la “Venus hotentote”, por su grandes nalgas, de un tamaño inusual en Europa. Sara bailaba y tocaba instrumentos musicales, llevados a Inglaterra también de Africa.
La Asociación Abolicionista Africana llegó a pedir su liberación, pero la propia Sara declaró en el juicio que ella se quedaba con la mitad de las ganancias, con lo cual no se pudo probar que fuera un caso de esclavitud y prosiguió su penosa exhibición.
En 1814, Sara acabó siendo vendida a un domador de fieras francés que la llevó a Francia para exhibirla como uno más de sus animales.
En París la mujer llamó la atención no sólo del público sino de los científicos. Uno de ellos fue el anatomista Georges Cuvier, quien la examinó en el Museo de Historia Natural. Sin embargo, Etienne Geoffrey Saint-Hilaire, miembro de la Académie des Sciences francesa, se hizo cargo de que compartiera un escenario con plantas y animales exóticos en el Jardin des Plantes.
Pasada la novedad y contagiada de sífilis tras dedicarse a la prostitución para sobrevivir, Sara murió en 1815. No obstante, tras su deceso continuó la humillación. De su cuerpo se hizo un molde de yeso para ser exhibido en el Museo de Historia Natural parisino y su cerebro y sus genitales quedaron conservados en formol.
En el Museo los restos de Sara permanecieron casi dos siglos, hasta que, en 2002, tras largas negociaciones entre los gobiernos de Sudáfrica y Francia, el entonces presidente Nelson Mandela logró la repatriación de los restos, que recibieron sepultura en su tierra de origen.
Al entierro de Sara asistió la activista de género Gail Smith, quien así describió sus sensaciones:
“Siete años de investigación, discusión y fascinación con Baartman no me prepararon para el encuentro cara a cara con ella. O más bien con la colección de partes de su cuerpo desmembrado, consideradas decisivas para la investigación por los científicos que felizmente se encargaron de sus restos apenas unas horas después de su muerte. Ellos no perdieron el tiempo para llegar al fondo de la cuestión: hicieron un molde de yeso de su cuerpo, lo diseccionaron y conservaron su cerebro y sus genitales en formol.
“El esqueleto de Baartman me llegaba hasta el plexo solar, así que no debía de medir más de 1,30 metros. El molde de yeso en posición vertical, pintado de un marrón extraño y con los brazos saliendo hacia fuera en un ángulo incómodo, tenía una apariencia macabra y ha atrapado su cara en una máscara de muerte perpetua. El frasco que contenía su cerebro tenía un aspecto corriente, al igual que el frasco con una sustancia gris que eran sus genitales.
“Sentí pena por las avestruces y por los canguros saltando empapados de lluvia con temperaturas bajo cero. Mientras me acurrucaba dentro de mis tres capas de ropa, podía imaginar la desgracia de Baartman en un medio tan hostil, sin ropa de abrigo, rodeada de hombres tan obsesionados con su vagina que continuamente intentaban convencerla para que se quitara la ropa que le quedaba puesta”.
La historia de Sara no quedó en el olvido, ya que el laureado director franco-tunecino, Abdellatif Kechiche, llevó su vida al cine, protagonizada por la actriz cubana Yahima Torres, y bajo el título de Venus Noire (“La Venus negra”), que el 8 de septiembre de 2010 fue presentada en la Mostra de Venecia.
Kechiche, quien triunfó con otras películas como L’Esquive o La Graine et le Mulet, manifestó que “Sara fue un personaje muy misterioso. Al final no sabemos gran cosa de sus verdaderas motivaciones. Es esta falta de explicaciones lo que me interesaba contar”.
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