Fritangas en el Zócalo y obras de Ebrard


En esta era de perredismo capitalino se nos obliga a  soportar y contemplar el basurero en que está convertido el Centro Histórico, motivado por un régimen populista, desbocado, e incapaz de poner orden en la prácticamente desaparecida Ciudad de los Palacios.

Hoy son los electricistas de la desaparecida Luz y Fuerza del Centro quienes con sus familias ocupan el Zócalo y venden fritangas y todo género de chucherías. Pero también ha sido  ocupado ese espacio para una pista de patinaje,  o shows de artistas favorecidos por el gobierno del Distrito Federal. Marchas y mítines ahogan  la metrópoli.

Hemos padecido manifestaciones y plantones de meses en la Plaza de la Constitución, avenida Juárez y Paseo de la Reforma, organizados por Andrés Manuel López Obrador. Ni con tantos excesos pudo ganar en el 2006 el tabasqueño porque, como asegura, le hicieron tablas la elección. Según él, ya aprendió la lección, ahora sí.

Bienvenidas las caminatas y maratones deportivos, pero ¿por qué las carreras de automóviles en Paseo de la Reforma y las de bicicletas, en una población de escasa cultura para desplazarse en vehículos de dos ruedas?

Las costosas y empinadas ciclopistas construidas por Andrés Manuel en el Anillo Periférico siguen vacías y esos espacios pudieron ser empleados para carriles peatonales y automovilísticos.

López Obrador amplió banquetas de Paseo de la Reforma y canceló un carril para vehículos automotores. Ni los transeúntes se lo agradecen.

La peor ocurrencia se refleja en los bloques de concreto ordenados por el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, para dedicar un carril exclusivo a bicicletas. Así canceló otra vía a quienes pagamos tenencias, combustibles caros y costosas facturaciones de vehículos.

De Lafragua a Bucareli hemos contado cinco bicicleteros a lo largo de Paseo de la Reforma, mientras decenas de automóviles, sobre todo de ruleteo, esperan pasaje. Esto provoca que sólo quede libre un carril para el intenso tráfico.
Como diría Javier Sicilia, nos tienen hasta la madre las pipas que riegan los jardines de Paseo de la Reforma al mediodía o más tarde. Y también los camiones recolectores de basura, detenidos en cualquier calle o avenida de alta circulación mientras sus ocupantes apartan desperdicios para venderlos.

Los capitalinos aprendemos a manejar automóviles, prácticamente pegados a los otros vehículos, debido a las obras de los segundos pisos y de metrobuses, las cuales obligan a cancelar carriles de circulación, como en el Periférico, calzada de Tlalpan y avenida del Conscripto.

Recorridos que eran de 30 minutos hoy son de dos horas o de tres cuando llueve. Los contratistas hacen perforaciones por doquier y destruyen el asfalto del Periférico y otras arterias, sin ser obligados a hacer las reparaciones.

De noche sólo queda abierto un carril en cada lado del Periférico y, en el Conscripto, fueron derribados a hachazos cientos de árboles. Nadie, ni la inútil Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, hace nada para frenar la criminal tala frente al Campo Militar Número Uno.

En el Conscripto, avenida de intenso tránsito, la circulación fue reducida de tres carriles a uno solo y los embotellamientos son infernales en cualquier hora de cada día. Pero el gobierno capitalino sostiene en esa vía uno de los miles de sitios de taxistas mafiosos.

Eso y mucho más hemos de padecer los capitalinos, como las crecientes hordas de vendedores ambulantes en estaciones del Metro y banquetas, por las ocurrencias de Marcelo Ebrard, quien endeuda a la capital del país e inventa obras por todas partes, creyendo que así va a caminar y pernoctar en Los Pinos.

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