Mandada poner por su madre en una sencilla placa de bronce, esta inscripción descansa sobre la lápida de Patsy Cline, la dama de voz aterciopelada, luminosa en plena tormenta sentimental, que reinó en el country a finales de los cincuenta y principios de los sesenta y transformó el género con su maravilloso ropaje pop.

Décadas después de su trágica muerte en 1963 por un accidente de avión, la inscripción se recoge como una extraña pero certera definición de la vida y obra de Cline, una gran cantante que se fue con tan solo 30 años, pero cuya resonancia todavía se percibe en el country, en sus baladas heridas pero dignas.

Patsy Cline es una de las artistas más importantes de la música norteamericana de raíces. Más allá del aura de leyenda que conserva por su temprano fallecimiento, esta vocalista simbolizó el sonido original de Nashville.

Un artículo de la revista Time calificó a Patsy Cline como “la María Callas del country”. Sin embargo, algunos puristas del género entendieron siempre que lo suyo no era auténtico por esa aproximación comercial, novedosa para los cincuenta y alejada de la base más rural. Pero en la raíz misma de su voz se descifraba el secreto del mejor country.

Nacida en 1932 en Virginia, su verdadero nombre fue Virginia Patterson Hensley, hija de un hombre de 40 años y una chica menor de 16. Su padre terminó abandonando a su madre quien fue para la cantante una especie de hermana mayor. Desde niña quiso dedicarse a las artes y pensó en ser bailarina, pero encontró en el canto su verdadera virtud. Sin ningún aprendizaje profesional, se guiaba por el oído mientras que encontró un referente en Kate Smith, una vocalista de variedades.

Cline interpretaba canciones populares de hillbilly, que habían llevado consigo muchos inmigrantes del sur estadounidense que fueron en busca de mejores trabajos al norte.

El country extendió su mercado a zonas hasta entonces impensadas como Pensilvania, Ohio, Michigan o Virginia, abandonando el sur como único mercado posible.

Esta situación permitió que una joven de Virginia pudiese tener una oportunidad en un género hasta entonces dominado por hombres del sur.

Cline marcó su propia  pauta y adquirió un rápido éxito, a pesar del rechazo que sufrió por ser “demasiado joven” en el legendario Grand Ole Opry de Nashville, el programa radiofónico donde se dio oportunidad a decenas de artistas que actuaban sin cobrar pero alcanzaban una grandísima reputación.

Con una determinación y una voz angelical, en 1957, rompió todas las previsiones con Walking after midnight, que llegó a las listas del pop. En esta canción deja oír un timbre maravillosos cantando con pena y orgullo a los corazones rotos. El esplendor artístico no llegó hasta que el productor Owen Bradley dio con la fórmula para ella. Como se cuenta en el libro Honky Tonk Angel: The intimate Story of  Patsy Cline de Ellis Nassour, Cline sacaba lo mejor de sí misma en las baladas en las canciones mas lentas que las del hillbilly tradicional.

Si la década de los sesenta se conoce como la era de los productores en la música country, se debe a gente como Chet Akins, Bill Sherrill y Owen Bradley. Este último, quien tuvo en sus manos las carreras de Brenda Lee o Loretta Lynn, definió el sonido de Nashville a finales de los cincuenta con el objetivo de llevar la música vaquera a las grandes ciudades. Para ello, la voz de Cline era perfecta por su intensidad y su estupenda dicción, sin acento de ningún tipo.

Con sus sofisticados vestidos y peinados, la cantante de Virginia, mucho más dulce que los vaqueros del sur, se convirtió en una imagen mas urbana para el country.

Solo basta escuchar She got you o Tennesse waltz, de entre el más del centenar de sus canciones registradas entre 1955 y 1963.

Tristemente, un accidente de avión le quito la vida a Patsy, el 5 de marzo de 1963, camino a Nashville, tras un concierto en Kansas City.

Nacía la leyenda, un icono femenino del country y la música popular norteamericana, que inspiraría a decenas de cantantes desde sus contemporáneas Loretta Lynn o Wanda Jackson hasta las más actuales como Emylou Harris o Cat Power.

“Oh,Dios, simplemente canto como herida me siento por dentro”, solía decir la cantante en referencia  a su música. Escuchando sus relatos de amores y desamores, canciones como Crazy o Sweet dreams, no hay más verdad que la que se oye, que se mastica y se traga en soledad, y que señala a fuego vivo el precio que se ha pagado o se pagará por aquello que ni la muerte puede hacer olvidar.

(Con información de Fernando Navarro)