De manera reciente escuchamos el disparate de que las siete décadas que México fue gobernado por el PRI fueron un tiempo perdido sin ningún rédito para los mexicanos. Nada más alejado de la razón y de la realidad. Sin el menor ánimo partidista, lo cierto es que la obra está a la vista y negarla sería tanto como pretender instalar un engaño fraudulento.

La creatividad fue una de las muchas características de aquellos gobiernos. En ocasiones esos políticos tan creativos daban la impresión de que eran niños jugando a que gobernaban. A ver, vamos a hacer una ciudad universitaria y la hacían. A ver, ahora vamos a fundar un Seguro Social. Y lo fundaban. A ver, que tal si ahora nacionalizamos la industria eléctrica. Y lo llevaban a cabo.

Tenía razón José Ortega y Gasset. El verdadero político no se contenta con pensar y con hablar. Tiene el frenesí de la creación. Hace y hace. Construye y construye. Realiza y realiza. Es ejecutor sin descanso. Como el pintor, el músico o el escritor que no duerme, no come y no se cansa. No bien termina una obra cuando ya está iniciando la otra. Son muy positivos para sus pueblos y para sus naciones. Son sus verdaderos artífices y son los que determinan su verdadero destino.

Fueron esas generaciones de mexicanos las que supieron construir en cada instante de su vida pública. Fueron las que lograron que tuviéramos una legislación electoral incluyente y confiable;  institutos electorales plenamente cuidadanizados; la expropiación petrolera; la fundación de Petróleos Mexicanos; la nacionalización eléctrica; la mexicanización de la minería y de la pesca; la fundación del sistema nacional de irrigación; la celebración de tratados de extradición, de repatriación de reos, de asistencia jurídica mutua y de cooperación contra el narcotráfico.

Asimismo, la que logró la fundación del sistema nacional de seguridad social, del Seguro Social, del ISSSTE y del sistema de seguridad social de las fuerzas armadas;  el sistema nacional de educación y la legislación nacional sobre educación; el sistema nacional de desarrollo social.

Si siguiéramos con sus logros tendríamos que hablar de la legislación sobre derechos de autor; la reforma agraria y su legislación; el sistema de protección del patrimonio nacional, la reivindicación marítima de 200 millas y la legislación sobre energía.

En otro ámbito se puede contar con la fundación de la Procuraduría Federal del Consumidor, de la Procuraduría de la Defensa del Trabajo, del Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje, de las Juntas de Conciliación y Arbitraje y de la Procuraduría Agraria; de la legislación sobre el trabajo, de la fundación del Infonavit y de la legislación sobre vivienda; del sistema nacional de generación eléctrica; de la legislación y del sistema nacional de salud; de la fundación del DIF y del sistema de protección a la familia.

A todo ello deben agregarse muchos dispositivos constitucionales que fueron establecidos como suprema garantía constitucional o como regulación orgánica en materia de educación impartida por el Estado, de igualdad de género, de libertad de planificación familiar, de protección a la salud, de protección al medio ambiente, de vivienda, de protección familiar, de libertad de trabajo, de garantías procesales, de impartición de justicia, de imposición de penas, de restricciones a la libertad, de garantías del acusado y de la víctima, de procuración de justicia, de libertad de creencias, de rectoría económica del Estado, de planeación democrática, de cuestiones agrarias, de monopolios, de nacionalidad, de democracia, de amparo y de trabajo.

Una seria reflexión nos diría, de manera instantánea, que muy pocos países en el orbe cuentan con un patrimonio de instituciones de mayor avanzada social y nacional.  Si pudiéramos imaginar lo que sería no tener lo que en esto hemos logrado los mexicanos, nos daríamos cuenta exacta de que la obra de esas generaciones ha sido un extraordinario ganancial. Por eso, sólo un insensato se atreve a negar la existencia de tales logros.

Pero, además de su creatividad, era notable la aparente facilidad con la que hacían sus realizaciones. Se creería que nada les costaba trabajo. Sabían para lo que es el poder y cómo debe llevarse. Y lo llevaban muy bien. Se movían con él como si fuera un traje a la medida o, más aún, como se lleva la piel. Hacia donde se movieran el poder iba con ellos. Estos hombres pueden ser comparados con aquellos patinadores, bailarines o acróbatas que realizan sus rutinas como si fuera muy sencillo. Provocan el deseo de imitarlos suponiendo que cualquiera podrá hacerlo igual.

En algunas ocasiones esos artistas de magistral destreza hacen necesario que el público ingenuo quede advertido de no intentar ninguna emulación porque podría resultar en una fatalidad. Quizá la política debiera disponer de cautelas similares. Explicar a todos los incautos que quieren meterse a gobernar suponiendo que es muy fácil, que en el intento pueden llegar al desastre o pueden llevar a sus pueblos a los terrenos de la catástrofe.