Hace unas semanas, los mexicanos escuchamos de dos sentencias que fueron emitidas en contra de otros tantos procesados. En ambos casos, aunque por distintas razones, muchos de nuestros conciudadanos quedaron desconcertados y hasta indignados por el contenido de las resoluciones judiciales.

De inmediato, los dedos acusadores apuntaron hacia la corrupción, suponiendo que ella se había metido en los tribunales. No es que eso no sea cierto pero no es el problema en estos casos. Otros, atribuyeron le emisión de tales engendros a la deficiencia técnica de los jueces. Tampoco digo que esto no exista, pero tampoco fue la razón  de estos dislates.

En realidad se trata de dos casos, que yo diría son los más escasos, donde el origen del problema se encuentra en la ley y no en los hombres. Las leyes son un producto vivo y en evolución. Algunas, como las penales, son todavía más primigenias y primitivas que otras, como las civiles o las mercantiles. Por eso tienen espacios, no en México sino en todo el mundo, donde la ciencia jurídica y el ejercicio legislativo no ha avanzado lo suficiente en dirección de una solución acorde a nuestros tiempos y a nuestros deseos.

Advertido esto, volvamos al asunto inicial. En un caso, resultó que un criminal siniestro apodado El Ponchis, fue acusado y comprobado que torturó, asesinó y colgó a cuatro personas. Por todo ello recibió una pena de 3 años de prisión a los que, descontando el casi un año que lleva detenido en proceso, le restan dos años dentro del penal. Algo así como 9 meses por cada homicidio calificado.

La razón de tan ridículo castigo es que El Ponchis es un adolescente menor de edad y la ley no permite que se le castigue más allá de que cumpla sus 18 abriles. Esto se debe a una figura de la ley penal que se llama “inimputabilidad” que impide penas graves para quienes no tienen conciencia plena de sus actos, entre ellos, se dice que están los menores.

No nos satisface tal ley. Nos queda en claro que serviría en el caso de un infante de apenas tres años que jala el gatillo de la pistola paterna y mata a su hermanito recién nacido. Mal haría la ley en dejarle caer los 50 años de prisión previstos para algunos homicidios calificados. Pero ese caso es muy distinto al de un joven pervertido que a sus 14 años de edad sabe lo que está haciendo cuando trafica, cuando viola, cuando secuestra, cuando roba o cuando mata.

El juez en cuestión no violó la ley. Lo grave de este caso es que la cumplió. Urge un tratamiento universal de estos despropósitos.
En el otro caso, un señor al que creo haber escuchado que apodan La Calaca, defraudó a su público consumidor con la venta de automóviles. Algunos hasta dicen que no fue culpa del él sino del gobierno capitalino. Eso no es lo importante para este apunte sino que le surtieron una sentencia de 1955 años de prisión. Otra vez mal la ley.

En primer lugar, porque estos fraudes fueron cometidos bajo la misma convocatoria pública, con los mismos instrumentos y bajo los mismos rudimentos. Dicho en palabras entendibles y no de abogados, no fueron cientos de fraudes cometidos sino un solo fraude cometido a cientos de personas. Por lo tanto no debieron castigarse 195 fraudes de a 10 años cada uno sino un solo fraude de 12 años en total.

Esto, desde luego, debió propiciarlo su defensa porque con este tratamiento, en la apelación le bajarían como a nueve años. Luego, con libertades anticipadas por su buena conducta, quedaría como en 5 años. Además, como ya lleva 4 ó 5 detenido y en proceso, quizá para la Navidad de este año ya comería el pavo en su casa.

No se hizo así porque la ley lo permite pero no lo obliga, como debiera ser. De esa manera, para algunos, este señor sólo purgará, durante lo que le quede de vida, unos 30 años de su descomunal condena. Algo así como el 1 por ciento de lo que le encajaron. Eso deja muy enojados a sus acusadores. Y, para otros, les parece que estos 30 años superan 6 veces a lo que debería purgar. Les parece muy excesiva, sobre todo si se le compara con la de El Ponchis. Esencialmente porque La Calaca ya tiene más de 18 años de edad. De lo contrario, ambos saldrían juntos de la prisión.

Quizá por eso, dijo Platón que sólo había algo peor que la injusticia y que eso es la justicia simulada.

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