No es un partido político, no es una reunión contra nadie, no es un autodestape, no es una facción, ¿qué es?
No es otra cosa que una demostración de tibieza y de acomodo futuro bajo el ala protectora de quien ya es candidato del Partido del Trabajo y de lo que fue Convergencia, del tutor y empleador Andrés Manuel López Obrador. Por eso y para eso se invitó a unos dos mil cuates en el World Trade Center.
Si en realidad Marcelo Ebrard quisiera ser candidato de la izquierda, él mismo tendría que ser un alma que se ladeara hacia esas coordenadas. El es un priísta con un amplio respaldo de Manuel Camacho y de Carlos Salinas de Gortari, a quien veía como un presidente ejemplar.
Claro, las cosas cambian y como Luis Donaldo Colosio fue el elegido, Camacho y Ebrard tuvieron que buscar nuevos derroteros que encontraron como náufragos ante una isla en la composición de ese temporal partidito llamado Centro Democrático. Absorbidos rápidamente y con gozo por López Obrador, la dupla entró al amarillo mar del perredismo.
El currículum es breve y desde hace unos años, se encuentran ante el espejismo de querer “unir a las izquierdas” para desde ahí llegar a la Presidencia, pero lamentablemente eso ya está en el ojo y en el alma de un tabasqueño obsesionado por salvar el país.
¿Quién puede pensar que una encuesta supuestamente final y decisoria va a borrar los años y las giras del grupo encabezado por Andrés Manuel para cederle civilizada y pacíficamente el lugar a Marcelo? Eso lo saben hasta los lactantes.
De ahí el acto que en el World Trade Center desplegara a los oradores que dieron cátedra de mansedumbre y de disciplina. Nadie entre esos dos mil y pico ahí reunidos quiso brincar la raya que llevan marcada en el pecho, por eso se alinearon en un lugar cerrado e iluminado por un arco de proyectores.
Saben que el Zócalo no es para ellos, desde tiempo atrás está reservado para el dueño de al menos dos partidos y medio: el zar de la verdad única.
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