Los que trataron a doña Carmelita dicen que era muy digna y que todas sus frases las empezaba con un “¡Ay!”, como si fuera un eterno lamento, para luego seguir con una frase muy amable. Doña Carmelita Romero Rubio murió, auxiliada por la bendición papal, el 25 de junio de 1944, a los 80 años, el mismo día que la famosa cantante Lucha Reyes, conocida por la canción La Tequilera; dicen que a doña Carmelita no le gustaba cómo cantaba porque la encontraba demasiado revolucionaria; a ella le gustaban los valses como los que le había compuesto Juventino Rosas. Me pregunto si su tumba de estilo neogótico está llena de manifestaciones de cariño, como la de su marido en el panteón de Montparnasse. Lo dudo, aunque en su archivo personal conservaba muchísimas cartas de agradecimiento por los favores que hacía como la “angelical esposa del héroe de la paz”, o como le decían una vez muerto el general: “la propietaria de la memoria de Porfirio Díaz”. Hay que decir que el caudillo siempre le fue fiel.

Unos años antes de morir, doña Carmelita se veía extremadamente envejecida  y siempre se vestía de negro. Ya no tenía su piano Steinway, ni sus largos collares de ocho hilos de perlas, ni sus sombreros con plumas, ni las armas con las iniciales de su marido grabadas en oro bajo el águila de la república, ya no tenía las propiedades que les habían pertenecido; no obstante aún conservaba algo que atesoraba con todo su corazón: cartas, muchas cartas de la época en que era Primera Dama. Dicen que entre ellas se encontraba una escrita en un papel muy modesto, pero con una caligrafía hermosísima, firmada por Abundio Martínez. En ella, el compositor hidalguense, le anunciaba que le había escrito un vals con el nombre de En alta mar. Sin embargo, doña Carmelita, jamás se enteró porque nunca abrió el sobre. De lo contrario le hubiera contestado como acostumbraba responder a todas las cartas que recibía.

Cosa extraña que doña Carmelita, nunca le hubiera agradecido personalmente su vals, pues según el músico don Juan Cervera Sanchis, por esos años: “La popularidad de Abundio Martínez en México fue mucha mientras vivió. Sus valses, Arpa de Oro, En alta mar, éste dedicado especialmente a don Porfirio Díaz y su señora esposa, así como el titulado Onda cristalina, fueron celebradísimos. No obstante, ¡qué cosas tiene la vida! Abundio Martínez, lo que fue muy lamentable, jamás pudo liberarse de la pobreza”.

Aparte de anunciarle la composición de su vals, nos preguntamos qué tanto le habrá escrito Abundio Martínez en esa carta dirigida a doña Carmelita.  Como no podemos saber,  mejor imaginemos, de haber escrito esa misiva fechada en nuestros días, qué le hubiera contado. Algo nos dice que en esas hojas de papel tan modestas, el compositor le hubiera trascrito lo que escribiera la poeta Pilar Chehín Salinas a propósito de En alta mar: Tu sais que je t’aime, ella dice, y yo me imagino estar en sus brazos y me sonrojo… apartado. A Carmelita le escribí un vals para convertirla en onda cristalina; perla de mar atrapada en una gota de rocío”. Ah, cómo le hubiera gustado a doña Carmelita este poema tan tierno y de ritmo tan suave.

El que tenía sangre de indio, pero ciertamente no congelada, era Abundio Martínez. Él era un indio otomí nacido en el barrio de Santa Bárbara, en Huichapan, Hidalgo, el 8 de febrero de 1875. Su padre era carpintero y director de la banda de música del pueblo; le enseñó a interpretar las notas musicales y a tocar el piano, el violín, la flauta, la guitarra y un sinfín de instrumentos musicales. Además de todas estas virtudes artísticas, el niño Abundio fabricaba con sus manitas costureros de madera para venderlos y juntar dinero para mantenerse. Dicen los musicólogos que lo más notable de las obras del maestro Abundio era “la estructura cabal de sus grandes valses de cinco o siete partes. El estilo, el plan, la relatividad melódica no decaían en ninguna parte. Había suntuosidad expresiva en todos los trozos y riqueza de matiz en la armonización y elegancia en los cambios de tonos”. Esto quiere decir que los que saben de música opinan que la obra de Abundio Martínez es buena, y hasta la fecha la seguimos escuchando.