Bernardo González Solano
Para bien o para mal, todos aquellos que vimos (“con nuestros propios ojos”) en la televisión las increíbles imágenes del choque de dos aviones comerciales contra las Torres Gemelas del World Trade Center de la ciudad de Nueva York, en la mañana del 11 de septiembre de 2001, jamás lo olvidaremos.
Ese día la historia del mundo cambió radicalmente; ese día empezó una crisis económica en todo el planeta (especialmente en Estados Unidos) que todavía está en curso y, ese día, se grabó con fuego y muerte la impronta del novísimo siglo XXI que apenas empezaba su noveno mes.
Aunque muchos analistas lo han querido disminuir, el hecho es que al cumplirse el décimo aniversario de ese brutal acontecimiento continúa abierta una herida en las relaciones de Occidente y el islamismo que aún tardará en cerrar.
Al paso del tiempo, se conocen mayores datos sobre la ejecución del acto terrorista más espectacular y de mayores consecuencias de la historia. La pregunta clave: ¿se pudo haber evitado? Con la información actual parece que sí, pero aún faltan muchos aspectos por aclarar.
Se pudo evitar
En tanto, desde el punto de vista de los ejecutores, el 11-S fue uno de los actos terroristas con mayor éxito de la historia, que, a la postre, condujo al belicoso Tío Sam a dos guerras que aún no terminan, saqueando el tesoro estadounidense con más de 100 mil millones de dólares, lo que provocó grave daño a su poder y su prestigio.
Para el presente y futuro de USA y buena parte del resto del planeta, el 11-S significa mucho más de lo que muchos piensan.
En un excelente reportaje del periodista John Carlin (Londres, 1956), autor, entre otros libros, de El factor humano dedicado al genio político del surafricano Nelson Mandela que aprovechó la afición por el rugby para utilizarla como excelente arma política, expone en “Las raíces del desastre” que se publicó el domingo 4 de este mes, en la revista hebdomadaria El País Semanal, poniendo al descubierto las fallas de seguridad que facilitaron los atentados en Nueva York y en Washington.
El reportaje de Carlin empieza así: “A las 8.45, hora de Nueva York, del 11 de septiembre de 2001, Stephen Mulderry, un joven estadounidense repleto de sueños, estaba en el trabajo como de costumbre, en su despacho de la planta 88 en la torre sur del World Trade Center; Khalid al Mindhar y Nawaf al Hazmi, acólitos saudíes de Osama bin Laden, estaban en sus asientos a bordo del vuelo 77 de American Airlines, un Boeing 757 que había despegado de Washington 25 minutos antes; John O´Neill, recién nombrado jefe de seguridad del WTC, que hasta dos semanas antes había sido jefe de la brigada del FBI especializada en Al Qaeda, se encontraba en su mesa de la planta 34 de la torre norte, donde se estrelló el primer avión a las 8.46”.
“A las 10.30 —continúa Carlin—, todos estarían muertos, junto a otras 2,996 personas. Diez años después, el número de muertes causadas por el acto terrorista más atroz de la historia moderna es incalculablemente mayor…”
Pero los costos de las guerras iniciadas por Estados Unidos —la de Irak incluso sostenida por una monumental mentira presidencial, que colocó al mandatario estadounidense del momento, George W. Bush, en la picota para siempre— no son los únicos que ha provocado el 11-S. Hay costos incalculables al afectar los derechos humanos de más de 35 mil personas que han sido detenidas en varias partes de mundo en relación a supuestos o verdaderos actos terroristas.
Las cifras de la AP
De tal suerte, en información recopilada por The Associated Press con motivo del décimo aniversario del 11-S, se dice que por lo menos 35 mil personas de todo el planeta fueron sentenciadas por terrorismo durante la década transcurrida del 11 de septiembre de 2001 al momento.
Sólo que mientras algunos de estos sentenciados sí pusieron bombas en hoteles, autobuses o en otras partes, muchos otros cayeron en manos de la ley únicamente por ondear carteles con leyendas políticas en manifestaciones callejeras o por bloguear sobre alguna protesta.
En este primer recuento nunca antes hecho sobre los procesos emprendidos a nivel mundial contra el terrorismo, la AP comprobó un inobjetable crecimiento en dichos procesos por terrorismo bajo leyes nuevas o modificadas, aprobadas frecuentemente a insistencia y con fondos occidentales.
Es claro que antes de la fecha de los atentados suicidas, únicamente unos cuantos centenares de personas llegaban a ser condenadas por terrorismo cada año.
La alta cantidad de sentenciados, combinada con casi 120 mil arrestos, pone en claro la importancia que le prestan las sociedades a la lucha contra el terrorismo y cómo esa lucha se libra fundamentalmente en los tribunales. Asimismo, esto también revela que en algunos países aprovechan la ocasión como excusa para silenciar a la oposición e, incluso, llevar a la cárcel a rivales políticos.
La investigación de la AP se valió de leyes protectoras de la libertad de información en decenas de países, datos de los organismos policiales y centenares de entrevistas para identificar 119 mil 44 arrestos bajo sospecha de terrorismo y 35 mil 117 condenas en 66 países, que representan el 70% de la población mundial. Varios analistas afirman que es seguro que las cifras reales son más altas porque algunos gobiernos se negaron a proporcionar información sobre el particular.
El mismo estudio de la AP incluye 2 mil 934 arrestos y 2 mil 568 condenas en Estados Unidos, ocho veces más que las registradas en la década anterior. Además, la investigación de la agencia noticiosa mostró que más de la mitad de las condenas se produjeron en dos países que han sido acusados de apelar a leyes antiterroristas para combatir la oposición, Turquía y China. Tan sólo el gobierno de Ankara realizó 12 mil 897 condenas, un tercio del total.
En fin, la definición de terrorismo varía de país a país. Pekín detuvo a más de siete mil personas argumentando una definición que considera el terrorismo uno de los tres grandes males; los otros son el separatismo y el extremismo.
Un acto terrorista
De tal suerte, el profesor de derecho Kent Roach, de la Universidad de Toronto, Canadá, y autor de un libro sobre terrorismo que estará en librerías en pocos días más, definió el fenómeno de la siguiente manera: “Si algo refleja cabalmente lo que constituye un acto terrorista inaceptable es el 11 de septiembre. Lamentablemente, sin embargo, una década después no estamos cerca de ponernos de acuerdo”.
Por otra parte, el ex director del periódico Le Monde, Jean-Marie Colombani, en un ensayo titulado “Diez años después”, explicó: “Más allá de la feliz coincidencia que ha querido que Bin Laden fuera abatido 10 años después, señalando el final de un ciclo, lo primero que llama la atención es que cuando hablamos de Estados Unidos, ya no hablamos del mismo país”…
“Año 2011: ¿quién no ve que Estados Unidos está debilitado? La economía estadounidense no sólo ha perdido su estatus, sino que parece como el elemento más débil de la crisis actual. Resulta impactante constatar, 10 años después, que no han sido los terroristas de Al Qaeda quienes han debilitado a Estados Unidos, sino más bien Estados Unidos quien se ha debilitado al ceder a la codicia y a las locuras de un sistema financiero totalmente desregulador e irresponsable…”
De una u otra forma, los sucesos del 11-S influyeron para el cambio de la historia mundial. Nada más, nada menos.