Ni estorban ni sirven


Por José Elías Romero Apis

Hace muchos años estaba yo platicando con el entonces alcalde de mi pueblo. Nos referíamos a una obra municipal que estaba en proceso. Se trataba de un pequeño tramo carretero muy necesario pero que se estaba realizando muy mal. En mi opinión estaba lleno de curvas mal trazadas, mal peraltadas y mal construidas.

Me dio la razón pero me dio, también, su personalísima solución. Yo era, entonces, muy jovencito y él me hablaba con un tono casi paternal. Me dijo que todo lo malo de la carreterita se solucionaría poniéndole un nombre “muy bonito”. “El de nuestro jefe político, el señor gobernador. Con eso la obra será perfecta”.

Ha pasado mucho tiempo y todavía no estoy seguro de quién tenía la razón. La vialidad sigue funcionando y costando vidas pero, también, sigue ostentando el mismo nombre y apellidos.

Y mi alcalde fue, por esa y otras obras similares, muy recompensado políticamente. Fue mi amigo y sigo apreciando su memoria. Omito su nombre y no escribo esto para denostarlo sino porque ha aparecido recientemente algo que, de nueva cuenta, me pone a dudar si mi realismo político es algo estorboso que debiera estar sazonado con algo de ingenuidad, de fantasía y hasta de una pizca de cinismo.

Saludo, con todo entusiasmo, que muy importantes personajes de la vida mexicana se pongan de acuerdo para vigorizar diversos espacios de nuestro acontecer colectivo. Desde luego, el Estado de derecho, la seguridad, el desarrollo, el crecimiento, el empleo, la inversión y muchas otras cosas. Todo mexicano que tenga sensatez debiera aplaudir una iniciativa tan noble y tan benéfica. Pero, de nueva cuenta, me asaltan las dudas sobre el realismo que deben contener todos los impulsos en este orden.

En primer lugar porque da la impresión de que muchos de los consensos que se proponen son para que otros hagan las cosas y no necesariamente los suscriptores. Es decir para que los candidatos, los presidentes, los diputados, los senadores  y otros actores políticos se pongan a hacer su chamba. Esto lleva a ciertas dudas sobre su seriedad y su viabilidad. Porque esos no son acuerdos de consenso sino, en todo caso,  proclamas o demandas. Son algo que surge como un impulso muy loable. Pero no sirven si no están en el compromiso todos aquellos que tienen las soluciones en sus manos. Los que lo firman no son lo que tienen que cumplirlo. Y los que tienen que cumplirlo no son los que lo firman.

Por otra parte debe considerarse que estas acciones demuestran un síndrome de desgobernabilidad o de ingobernabilidad.

Ojalá que este tipo de impulsos no sean como otros tantos a los que ya nos hemos acostumbrado. Que son como el ombligo, que ni estorba ni sirve. Que estos acuerdos no nos resulten para las evocaciones del futuro como la carretera de mi pueblo ni sus protagonistas como aquel alcalde. Que fue algo que no sirvió para nada pero que tuvo un nombre muy bonito y fue muy redituable para sus autores.