Humberto Guzmán
He aquí una bonita novela negra. Y muy sencilla, en realidad. Se trata de El criminal, de Jim Thompson, publicada en 1953 y en 1989, la que hoy comento (Ediciones Júcar [Colección Etiqueta Negra], traducción de Mar Guereñu Carnevali y María Luisa Peñabaz, España). En todos los géneros hay buenas y malas obras. En los géneros populares se dan cita más de las malas, tal vez por su dependencia de los recursos populares, la inmediatez, el sentimentalismo, la escenificación, etcétera. Muchas parecen la versión literaria de una película o de una serie de televisión, o, en México, de una telenovela. Sin embargo, obedecen más o menos a ciertas leyes establecidas por los escritores más exitosos o más destacados de sus inicios. Y no pasan de allí. Cuando leo una novela de éstas creo que estoy ante una obra de teatro o, peor, un guión de cine o de telenovela. La narración se basa en los diálogos y se intenta conmover en primera instancia. Por lo tanto, parece que se repiten y, por lo tanto, son pobres novelísticamente. No obstante, no faltan las que rompen las reglas y las expectativas.
El criminal, de Thompson, es una novela corta que no puede dejar de mantener aquellas características, pero hay una diferencia: Los diálogos son buenos, convincentes y casi por medio de ellos se va desarrollando la historia. Los personajes están vivos, tanto por sí mismos como por sus acciones. El criminal, es Bob. Un chico, un adolescente, que por falta de experiencia, aunque no es tonto, se ve envuelto en un lío en el que resulta acusado de violar y asesinar a su vecina. Ésta había sido una adolescente muy inquieta sexualmente, y aunque no es exactamente una vamp, sí es apta para meter en serios problemas a cualquiera. Y Bob, es la víctima propiciatoria.
En las primeras páginas ya me estaba aburriendo pero aguanté castigo y alrededor de la cuarenta me encontré enganchado en el devenir de los acontecimientos. Por otro lado, no le encontraba las características que se espera encontrar en la novela negra. Esto es: violencia, matachinas, gángsteres, putas y padrotes profesionales, chantajes, traficantes de drogas y armas, entre otras. Estaba mi lectura envuelta por la vida diaria de un vecindario estadounidense común y corriente, eso sí, muy bien llevado por el escritor, en donde no podían faltar los conflictos normales de vecinos.
Sin embargo, pronto surgió “la noticia ideal” para novela negra: “Amor joven, sexo y muerte, misterio.” Así lo dijo un periodista que tuvo mucho que ver en la incriminación de Bob. Al crear la noticia los medios (entonces, los periódicos), creaban al culpable, lo haya sido o no. Es lo que menos importa. Lo esencial es la noticia. En nuestros días sería el espectáculo de la noticia en la televisión. Ésta hace y deshace héroes y antihéroes. Como antes lo hicieron los diarios. Y esto lo vemos gráficamente en la novela. Hasta parece en vivo y en directo. Bob se ve abandonado a una vorágine de caníbales que luchan por la primicia, que parece una competencia para destruir al muchacho y a sus allegados. Sus padres se encuentran relegados y sin poder ayudarlo. No entienden nada. También son víctimas.
La chica asesinada pasa a un segundo plano, aunque no se borra el delito, porque es la historia de Bob. No del asesinato en sí mismo. Sino de una víctima de las circunstancias y de las astucias y negligencias de la policía y de los medios. Que se van por lo más fácil, o por lo más espectacular, para complacer al público, confirmar sus tesis, sus puestos y sus ventas. El perjudicado gratuitamente, no tiene la menor importancia. La historia de la chica no es tan eficaz para los medios, es decir, para el público. Una chica demasiado inquieta, víctima de asesinato a manos de algún maniático: no hay misterio. El misterio está en Bob. Él siempre la rechazó, tal vez le temía a su vecina. Decían que estaba muy desarrollada para sus catorce años, en especial de las tetas. La rechazó hasta que, para su desgracia, se le ocurrió aceptar la oferta. El problema surgió con la sangre. ¿De dónde salió la sangre? Luego el chantaje de la adolescente, dijo que se lo diría a sus padres si él la dejaba.
En esta situación ya encontré mi novela negra en El criminal, de Thompson. La negligencia y la corrupción que se da en los implicados para dar a conocer y resolver el homicidio de la adolescente en el campo. Pero lo interesante es que Thompson presenta el mismo hecho desde varios ángulos o planos. “Supe, en el momento que entré por la puerta, que el Capitán le había atizado a Skysmith y que Sysmith había hecho lo mismo con Dudley. Y era evidente, ya que me había llamado, que a William Willis le había tocado el gordo”. En un capítulo un tipo le “atiza” a su subalterno y en el siguiente habla el “atizado”. En el caso de Bob, se ve a las claras cómo se diseña en los medios un culpable. Cuando el reportero lleva su reportaje al editor dice: “Quería porquería, ahí la tiene”.
Al final baja la tensión considerablemente. Pero esto suele ocurrir en esta clase de novelas, después de que hay una constante tensión. Se resuelve el caso, no por un detective privado, menos por un policía-burócrata, sino por un abogado con algo de decencia que se da cuenta que Bob es más víctima que la víctima del asesinato, a pesar de que el propio Bob, para descansar de la fuerte presión a que fue sometido y de la impotencia para defenderse, aceptó todos los cargos, como querían oírlo y escribirlo, y lo firmó. “¿Qué quiere que diga?”, decía. Luego le dieron dulces, refrescos y revistas de monitos.
