Irak, Afganistán, Libia, Haití

Frida Modak

El domingo pasado se cumplieron diez años del episodio ocurrido en Nueva York, en el que murieron 2 mil 986 personas, del cual hay versiones oficiales y extraoficiales que se contraponen y la respuesta a este hecho ha generado guerras incontrolables.

Desde un comienzo se acusó a grupos musulmanes, luego se señaló como líder de éstos a Osama Bin Laden, se siguió con gobiernos de países árabes de los que dijo tenían  armas químicas, por lo que el mundo estaba enfrentado a un peligro nunca antes visto, según los dichos.

Se justificó así la invasión de Irak, que ha beneficiado a las empresas petroleras transnacionales y el costo lo han pagado los iraquíes, que siguen bajo control extranjero, porque los soldados estadunidenses que se van son  reemplazados por mercenarios.

Después de Irak, corrió la misma suerte Afganistán, donde la guerra sigue, y ahora se agregan los movimientos democratizadores del Cuerno de Africa y Medio Oriente que hacen caer regímenes autoritarios que a la postre son reemplazados por gobiernos militares de “transición”, confiables para europeos y estadunidenses.

En América Latina sucedió lo mismo y ahora que hay gobiernos que están recuperando los recursos naturales que las dictaduras entregaron a empresas transnacionales, se pretende que la democracia estaría amenazada.
En la  segunda mitad del siglo XX los procesos de cambio latinoamericanos tuvieron apoyo europeo, pero fueron aplastados por Estados Unidos. Europa se solidarizó también con las acciones de resistencia a los regímenes militares respaldados por Washington.

Ahora la situación es distinta, porque ambos no sólo atraviesan por una crisis de carácter económico, sino que eso pone en peligro el rol hegemónico que en conjunto han  jugado desde hace siglos y el ejemplo más reciente lo tenemos en Libia.

“Los buitres y la democracia”

Desde que empezó el conflicto en Libia era evidente que si los llamados rebeldes concitaron el apoyo europeo estadunidense eso tenía un nombre: petróleo. Ahora todos ellos se frotan las manos y se aprestan a recuperar lo que alguna vez tuvieron y fue nacionalizado por Gadafi.

Sami Naïr es un politólogo, filósofo, sociólogo y catedrático francés de origen argelino. Fue asesor del presidente Lionel Jospin entre 1997 y 1999, catedrático en ciencias políticas en la Universidad de París, tiene también otros títulos, y es  columnista del diario español El País.

Allí acaba de publicar el sábado 10 un ilustrativo artículo titulado “Los buitres y la democracia”, en el que señala que la intervención de la OTAN en Libia cambió “los parámetros de la sublevación popular”, misma que Gadafi hubiera podido aniquilar, y señala a continuación los motivos de Francia.

Apunta Nair que los intereses franceses en Túnez y Egipto se ha­bían visto afectados por su apoyo a los dictadores de esos países y que para no perder por tercera ocasión el gobierno se sumó al Reino Unido y se puso del lado de los rebeldes.
Pero como éstos no podían ganar, la autorización de la ONU para crear una zona de exclusión aérea fue tergiversada en los hechos, porque hubo una intervención no autorizada. Al definir a Libia como creación de la ONU, ya que su existencia se basa en un acuerdo entre las tribus avalado por esa entidad, estima que ahora se puede originar un caos.

El problema más importante, a su juicio, es que esta situación derive en un nuevo neocolonialismo y desde ya señala a Brasil, Rusia y China como los perdedores “por haber apoyado a Gadafi hasta el último momento”. En cambio Francia, Reino Unido, Italia y Estados Unidos se beneficiarán de la reconstrucción.

Esos países están pugnando por los contratos para explotar el petróleo libio, cuya reserva es de 46 mil millones de barriles. Para prevenir “regímenes rehenes de las potencias exteriores”,  Naïr estima que habría que darle un papel clave a la ONU.

Termina afirmando que “la sociedad libia está ahora claramente amenazada tanto por los buitres neocolonialistas como por sus propios conflictos internos” y que tropas extranjeras que no sean de la ONU pueden generar un fuerte rechazo.

La Minustah en Haití

Nair tiene razón al plantear que la ONU debe tener un rol diferente en la búsqueda de soluciones a conflictos como los existente en el Cuerno de Africa y Medio Oriente, pero la realidad nos está mostrando que la ONU ya no es lo que idealmente se intentó que fuera al momento de su creación.

Y de muestra, lo que acaba de suceder en Haití y que afecta al contingente militar creado bajo el nombre de Minustah (Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití) que fue creada a raíz de la inestabilidad que surgió en ese país después de la caída de la dictadura duvalierista.

Hay que empezar por decir que la caída de los Duvalier no fue algo grato para sus sostenedores, en primer lugar Estados Unidos, y que el último de la “dinastía”,  Baby Doc, se salvó de ser juzgado por la intervención estadunidense y la colaboración de Francia que lo recibió en su territorio.

Los gobiernos que lo sucedieron fueron elegidos democráticamente, pero se enfrentaron a dos problemas principales. Por un lado la falta de tradición democrática del país y, por el otro, el no tener el aval de Washington.

Eso y la enorme pobreza, contribuyeron a crear gobiernos débiles, con mandatarios también débiles aunque hubiesen sido electos por  la mayoría. Las sucesivas intervenciones estadunidenses, por todos conocidas, también están en el origen de la situación que vive ese país.

El año 2004, se acordó en el Consejo de Seguridad de la ONU la creación de una fuerza militar estabilizadora conformada por países latinoamericanos, como una expresión de solidaridad regional.

Han transcurrido siete años y ni siquiera para el terremoto, que prácticamente destruyó a Haití, se ha visto algún resultado de esa Misión. Por el contrario, ahora vemos que se han producido situaciones que deben avergonzar a todos.

En medio de la destrucción y las condiciones de pobreza inhumanas en que viven los haitianos, un contingente militar formado por soldados uruguayos, aunque pudieron ser de cualquier nacionalidad, celebró una muy particular “fiesta”, violando a un joven haitiano de 18 años.

En medio del jolgorio, filmaron el hecho y lo divulgaron, algunos periódicos lo incluyeron en sus páginas y ahí se ve al muchacho con las manos atadas a la espalda, el militar que lo viola  está desnudo, se ríe y  los que lo rodean celebran lo que están presenciando.

En un comienzo las autoridades de la Minustah negaron que hubiera existido la violación, como si todo hubiera sido un juego. Hechos similares se han producido en otros países a los que se envían tropas por acuerdo de la ONU, bajo la denominación de cascos azules.

Las “soluciones” militares están en tela de juicio y eso incide en la capacidad de la ONU para actuar como garante de la paz.