Por Bernardo González Solano
Cada vez que debe escribirse sobre la irresoluble (aparentemente) crisis económica de Grecia, del euro y de la suerte de la Unión Europea, hay que cruzar los dedos con la esperanza de que los comentarios y análisis que se hagan, perduren por lo menos seis días hasta la aparición del reportaje. La rapidez de todos los fenómenos financieros económicos del mundo occidental se suceden tan vertiginosamente, que nadie puede asegurar lo que podría suceder la semana siguiente.
Es claro que en la adversidad se forjan las naciones como los seres humanos. Así, por miedo a caer en el precipicio, la Unión Europea daría un salto hacia el federalismo o reculará hasta deshacerse.
La actitud frente a la crisis griega (apenas el 3% del PIB de la zona euro) es clara: todo mundo es consciente que no es un test económico sino una prueba histórica. En ella se juega el estado de ánimo que servirá para continuar construyendo el edificio europeo, lo que significa la solidaridad entre las naciones o la desconfianza entre los pueblos del Viejo Continente.
Los griegos deben elegir
Esta desconfianza es lógica. ¿Cómo extrañarse que en países en dificultades duden en ser avales por otro país en las mismas circunstancias? ¿Por qué no preguntarse si Grecia merece tal esfuerzo o si es la única culpable de lo que le está sucediendo? La incomprensión que priva entre el norte y el sur de Europa no es únicamente por prejuicios. El malentendido viene de lejos, entre países que confiaron en su Estado, incluso que han hecho muchos sacrificios para mantenerlo a flote, máxime en un país como Grecia, donde el pueblo desconfía de los impuestos y todo tutelaje administrativo desde la colonización otomana.
Sobre este punto, al menos, serán los griegos los que deben elegir. Si verdaderamente deciden dar la espalda a esta tradición —es decir aceptar el principio del impuesto como un deber ciudadano y no como un acto de sumisión—, Grecia continuará dentro de la dinámica europea.
Pero, aún falta que la política de enderezamiento propuesto por el gobierno griego a petición del Fondo Monetario Internacional, por boca de la francesa Christine Lagarde, no dé la apariencia de ser más ideológico que pragmático.
¿Cómo convencer a los ciudadanos de hacer este esfuerzo si creen que son los más modestos y los servicios públicos los que pagan por la crisis? Así son las cosas y después de dieciocho meses de una crisis sin precedente, el primer ministro griego, Georges Papandréou, no tiene mucho margen de maniobra. Está aprisionado entre el enojo y el cansancio de sus conciudadanos, que no quieren mayores reformas económicas, y la Unión Europea que le exhorta a mantener sus compromisos. Imposible situación.
Papandréou prometió a los griegos una nueva odisea. Los descendientes de los antiguos helenos comprendieron que ese sería un largo viaje, sembrado de trampas, pero el primer ministro calmó las inquietudes: “Nosotros conocemos el camino de Itaca”. Esto sucedió el 23 de abril del 2010; habló ante las cámaras de televisión en el extremo oriental de Europa, en la isla de Kastelorizo, donde pidió la ayuda de sus socios europeos. “Llegaremos a nuestro destino sano y salvo, más seguros, más justos y más orgullosos”, agregó el gobernante griego a sus ciudadanos.
Préstamos millonarios y nada
Año y medio más tarde —que en Grecia pareció una eternidad—, nunca antes Itaca pareció estar más lejos. Papandréou se refirió a su patria como “un barco a punto de zozobrar”.
La Unión Europea prestó en aquel momento 110 mil millones de euros para tapar algunos huecos. Pero el barco griego no estaba a salvo por completo. Necesitaba más alquitrán para tapar sus averías. El nuevo préstamo de 160 mil millones de euros, decidió el 21 de julio pasado, está amenazado por las nuevas dudas e incertidumbres europeas. Y por las inquietudes de la capacidad del gobierno para llevar a cabo todas las reformas necesarias.
Ahí es donde “la puerca torció el rabo”. Bien lo explica Frédéric Leroux en su articulo titulado “¡Justicia al Banco Central Europeo!” de Le Figaro el 16 de septiembre: “Las economías occidentales sufren, desde 2008, una penosa cura de desendeudamiento después de dos decenios de uso desproporcionado del crédito. Los mismos excesos del endeudamiento fueron cometidos en los años 1920 en los Estados Unidos de América y en los años 1980 en Japón. La cura de desendeudamiento estadounidense condujo a la Gran Depresión por errores de política monetaria. La curación japonesa continúa más de 20 años después de su inicio, porque los japoneses creyeron equivocadamente que el error presupuestal podría reducir el déficit y la deuda pública”.
“Estos raros momentos económicos —agrega Leroux— que exigen una corrección de los excesos de la deuda fueron mal manejados porque se confundieron con simples casos de recesiones, creyendo que eran «Grandes» siendo que se trataba de “Grandes Contracciones”. (El autor cita el libro de Kenneth S. Rogoff y Carmen M. Reinhart: Cette Fois C’est diffèrent, huit siècles de folie financière, Editorial Pearson, Paris, 2010.)
Dice Frédéric Leroux: “La recesión es una reducción de la producción y del empleo mientras que la construcción reduce, además, la deuda y el crédito. El mejor medio de salir rápida y definitivamente de una contracción es organizar la transferencia de riqueza de los acreedores hacia los deudores… pero Europa empezó mal el manejo de su Gran Contracción acumulando los errores…”
De tal suerte, editorializó el diario El País el martes 13 de septiembre: “Si hubiera que tomar al pie de la letra el veredicto de los mercados financieros, la eurozona estaría al borde de la primera suspensión de pagos de uno de sus estados miembros, Grecia podría ser el primer fracaso tras la sucesión de torpezas políticas que se han cometido en la gestión de la crisis de deuda pública que se inició hace poco mas de un año, entonces emergieron una serie de anomalías contables y el país mediterráneo empezó a tener dificultades para controlar el déficit publico y atender sus deudas. Con independencia del muy cuestionable comportamiento de los gobiernos griegos, desde el acceso de ese país a la Unión Monetaria y de algunos de los pecados originales en la concepción del área monetaria, lo que esta crisis está demostrando es la incapacidad de los gobiernos, en especial del alemán para arbitrar una salida a la crisis”.
El papel de la señora Merkel
De una forma o de otra, el hecho es que con mayor frecuencia la prensa repite la siguiente conseja: la quiebra del Estado griego y la salida del euro es inminente. El augurio no se ha cumplido, pero la amenaza continua latente. Lo cierto es que nadie sabe lo que pasará en pocos días.
Yannis Stournaras, economista que dirige el prestigioso think-tank (grupo de trabajo formado por expertos en distintas áreas del conocimiento) Instituto para la Investigación Económica e Industrial de Grecia, afirmó hace pocos días: “Grecia es el canario en la mina. Es obvio que si se intoxica nosotros seremos los primeros perjudicados, pero las consecuencias serán muy duras para toda Europa”.
El experto heleno está convencido de que la secuencia quiebra-salida del euro-corralito es automática. Y que, de paso, se llevaría por delante todo el sistema financiero griego y gran parte del europeo.
Stournaras resume: “La gente habla de una suspensión de pagos ordenada, pero nadie sabe qué significa eso. Lo que vivió Argentina hace una década es un juego de niños en comparación con lo que puede pasar [en Europa]. El orden social y económico que conocemos se iría por el desagüe”.
En fin, el temor al “corralito” —inventado por los argentinos— ya ha llegado a las familias griegas que han sacado de los bancos 40 mil millones de euros.
En pocas palabras, los griegos saben que se enfrentarán a un dilema casi imposible de resolver —un moderno “nudo gordiano” que no hay espada nueva que lo corte—: o aceptan más medidas durísimas que afectarán sobre todo a la cada vez más reducida clase media o se lanzarán por el precipicio que supondría decir basta y renunciar a devolver los 350 mil millones de euros (más del 140% del PIB) que debe el Estado.
Por otra parte, en este conflictivo estado de cosas se encuentra Angela Merkel, la primera ministra de Alemania, cuya sociedad parece estar harta de ayudar a países con problemas financieros como Grecia.
Lo cierto es que la Merkel tiene una cita con 327 millones de europeos el próximo jueves 29 de septiembre. La canciller germana pediría ese día a la Cámara baja (Bundestag) que apruebe la ampliación de los avales y los fondos que su país aporta para ayudar a Grecia y salvar el futuro de la moneda única. Esa será la hora de la verdad para la férrea Angela, en ese momento se podrían empañar todos sus logros (y fracasos) en seis años como canciller y once como jefa democristiana.
La coalición que encabeza no le garantiza una mayoría suficiente para probar las medidas de salvamiento del euro.
Sea como fuera, la figura de Merkel quedará ligada a la frase que no se ha cansado de repetir durante la crisis: “Si fracasa el euro, fracasa Europa”.
En pocas palabras: la herencia de la octava canciller federal de Alemania está implícita en este pulso: si fracasa Europa, el fracaso será de ella. Su otra cita es con la historia, y ésta a veces no absuelve. Para Angela Merkel la suerte está echada.