En medio del pánico

Por Alfredo Ríos Camarena

Una de las epopeyas más brillantes y dramáticas lo constituye nuestra hermosa historia nacional, en donde mas allá del heroísmo personal, de las traiciones, de la violencia y de la guerra, el papel principal lo ha tenido, y lo tiene, el pueblo de México que, pese a sus graves carencias, no ha dejado de impulsar el camino de la libertad y de la justicia; un pueblo que ha padecido la pobreza, la ignorancia, la discriminación, la explotación y, que a pesar de todo, se mantiene erguido con la frente en alto para darle al tiempo mexicano un sitio de honor.

Festejamos en estos días la Independencia de México, Independencia que no sólo surge en el grito libertario de Hidalgo y en el pensamiento telúrico de José María Morelos, sino que se va desarrollando a lo largo de los tres movimientos de la nación mexicana: Indepen­dencia, Reforma y Revolución, y que se imprime en los textos constitucionales de 1824, 1857 y 1917.

La proclama inicial de la Independencia se pierde, y sólo se realiza ésta cuando los intereses criollos querían evitar los derechos nuevos que consagraba la Constitución de Cádiz, y en la iglesia de la Profesa, el canónico Matías Monteagudo efectúa los movimientos necesarios para que el realista Agustín de Iturbide llegara a la consecución en 1821, con el apoyo negociado de Vicente Guerrero; nace la Independencia, pero también el Primer Imperio, como nació la Conquista con el apoyo de los propios indígenas y como nació la Revolución auspiciada en parte por intereses contrarios a ello.

En la confusión lo que prevalece es una línea ideológica indeclinable, que sostienen con vigor, José María Morelos, Benito Juárez, Emiliano Zapata y los hermanos Flores Magón; fueron muchos los disturbios y las traiciones inconfesables, pero por encima de esto, hay un hilo conductor que nos unifica y nos da proyecto de nación y destino, como un país que anhela la justicia social en libertad, por eso, las transformaciones constitucionales con las que nace el Federalismo y la Independencia en 1824, con paradigmas que permanecen, como lo son la separación de la Iglesia del Estado, y más tarde, las garantías sociales y la teoría económica de la Constitución.

Festajamos, una vez más, la Independencia, en medio del pánico que produce la inseguridad, la corrupción que se refleja simbólicamente en la Estela de Luz no terminada el año pasado, pero mas allá de esto, en medio de nuestras dramáticas carencias, se escucha el eco de un pueblo que no se resigna a perder su libertad; que lucha porque el petróleo siga siendo nuestro, a pesar de los contratos incentivados que se han aprobado; que lucha por tener un ejercito y una marina independientes, a pesar de los oscuros convenios que permiten la acción de la CIA y de la DEA, y de otras agencias en territorio nacional; que persiste, más allá de las muertes del crimen organizado, porque se nutre del pasado y mira hacia el porvenir.

Festajemos este quince de septiembre con esperanza, con alegría y con la seguridad absoluta de que la brújula de la gloria nunca se perderá mientras exista un pueblo, como el mexicano, que construye en las epopeyas de la historia su propio destino.

La Independencia de México consiste en que los mexicanos seamos dueños de nuestro propio destino, de nuestra identidad cultural, de nuestra forma de ser, pero que también, que podamos romper las distancias abismales de la desigualdad, combatir la ignorancia y la inseguridad; y lo vamos a lograr, porque México es un país de talento, de cultura, de energía vital, de luchas extraordinarias en las que se refleja, como aquella esperanzada raza cósmica que un día José Vasconselos predijera.

Más allá de las diferencias políticas, partidarias e ideológicas, existe un denominador común en el corazón de todos los mexicanos: su vocación por la historia y por la patria.