¡La rebeldía es la vida,
la sumisión es la muerte!
Ricardo Flores Magón
Por José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
A tambor batiente, y sin reparo alguno, portando la banda presidencial —de franjas invertidas que se autoimpuso para pavonear su belicosidad— Felipe Calderón recibió las credenciales del embajador estadounidense Earl Anthony Wayne, el 13 de septiembre de 2011.
Despreciando la efeméride a la que acababa de asistir, en donde escuchó la patriótica arenga de la cadete Evelyn Zárate Blanco y depositó una ofrenda en el monumento a los Niños Héroes, Calderón no tuvo objeción alguna de recibir en Los Pinos las acreditaciones de quien representa el país que enfrentó a los jóvenes cadetes de Chapultepec en 1847 y que ha propiciado la caída de millones de jóvenes mexicanos a causa de la guerra estúpida del narcotráfico que el mandatario sostiene para congraciarse con el gobierno yanqui del siglo XXI.
El mínimo decoro político debió haber pospuesto un procedimiento protocolario cuya inevitable lectura infama la memoria patria, inaceptable ofensa que patentiza además del más absoluto desprecio hacia los jóvenes —del siglo XIX y hacia los abandonados jóvenes de nuestra época—, y corrobora el denigrante entreguismo de Felipe Calderón Hinojosa hacia la devaluada y desacreditada potencia del norte del continente.
Esta nueva afrenta calderonista a la historia trae a la memoria la indignante imagen del inquilino de Los Pinos aquel 20 de mayo de 2010, rindiendo honores oficiales ante la Tumba del Soldado Desconocido en el Cementerio de Arlington, convirtiéndose así en el primer funcionario mexicano que debió inclinar la cabeza ante el monumento que honra a los invasores de su país.
Resulta perverso ignorar que la recepción de Anthony Wayne en fecha tan significativa no se entienda como prueba irrefutable de sumisión a un poder extranjero que en las últimas semanas ha sido especialmente insolente en contra del ejército mexicano, al cual el zar antidrogas de ese país, Gil Kerlikowske, tildó de estorbo en la guerra en contra del narco proveyendo con tal descalificación un argumento en contra de la participación de las fuerzas armadas en la lucha en contra de la delincuencia organizada.
La recepción al diplomático gringo —proveniente de Afganistán— se da en paralelo a un inusual espaldarazo del presidente Barack Obama a la política guerrera de Calderón, marcando claramente con ello que la decisión de Washington es seguir beneficiándose del negocio que representa para su industria militar la Iniciativa Mérida y seguir utilizando los canales vedados al control legislativo, para profundizar la integración subordinada y la imposición a México de los esquemas policiacos y judiciales del vecino país.
Cumpliendo con sus funciones diplomáticas, el embajador yanqui habla de cooperación, entendimiento y amistad, en tanto en el Capitolio los republicanos exigen concluir la Iniciativa Mérida y ajustar el plan de seguridad estadunidense duplicando el número de efectivos en la frontera y reforzando medidas de seguridad, pues ha llegado “el momento de que reconozcamos la necesidad de una estrategia contrainsurgente”, como afirmó Connie Mack, jefe del subcomité para América Latina de la Cámara de Representantes al rendir su informe descalificatorio del desempeño de Obama en materia de seguridad doméstica. A esta escalada de presiones se suma la inédita confesión del teniente Walter Semiani del Canadá, quien alertó que el inicio de operaciones abiertas de agentes policiales estadunidenses en nuestro país está a la vuelta de la esquina.
Ante tanta ignominia bien vale parafrasear al más congruente de nuestros revolucionarios, Ricardo Flores Magón, quien afirmó que la rebeldía es vida, en este caso para nuestra nación, en tanto que la sumisión presidencial es su muerte.