En su naturaleza y en lo espiritual

Por Martín Tavira Urióstegui

Varias veces hemos expresado nuestro amor por Morelia. En medio de esta batahola de frases, acusaciones, injurias y descalificaciones en la presente campaña electoral, queremos reiterar nuestras palabras —tal vez cursis— a la Cuna de José María Morelos y Pavón.

Una cadena —y cadencia— de adjetivos se le puede poner a Morelia: ciudad romántica, clásica, histórica, recoleta, artística, cultural, bulliciosa, inquieta, batalladora. En ella hemos esparcido nuestros sentimientos. Seguir su historia es como una catarsis para poder ver el horizonte de México y de la humanidad.

La vieja Valladolid, ¿fue regalo de los españoles? Sí, de los más visionarios. Pero sobre todo, fue un presente de los trabajos y los días de los indios que respiraron y tragaron el polvo de la cantera rosa. Ellos pusieron piedra sobre piedra para entregar al género humano la Catedral, las iglesias, los conventos, los colegios, los palacios y las plazas.

Como dijera el poeta Manuel Gutiérrez Nájera: “Se ve larga, como acostada y dormida en suave colina”. Es la Loma Chata, en el Valle de Guayangareo, morada de los pirindas quienes, aliados de los tarascos, pararon en seco —segunda mitad del siglo XV— los ímpetus de conquista de Axayácatl, tlacatecuhtli de los aztecas, sucesor de Moctezuma I.

Morelia: “la ciudad de los tres nombres” —como dice el historiador y cronista de la ciudad Xavier Tavera Alfaro—. O en los versos del maestro y poeta Lucas Ortiz: “Guayangareo por el indio; Valladolid por Mendoza; y Morelia por Morelos. ¡Tres tiempos en nuestra historia!”. Sin exagerar nosotros decimos: la historia de México está condensada en la historia de Morelia.

La antigua Valladolid fue fundada el 18 de mayo de 1541, por provisión del virrey Antonio de Mendoza, fechada el 23 de abril de ese mismo año, quien vio por primera vez el Valle de Guayangareo en su viaje a tierras michoacanas, para entrevistarse en Tiripetío con el Adelantado de Guatemala, Pedro de Alvarado, para arreglar el negocio de las exploraciones y conquistas que iba a emprender el ambicioso Tonatiuh.

Cinco años tardó el alarife Juan Ponce para hacer el trazo de la Ciudad, quien ha de haber tenido un alto sentido de la geometría artística, para hacer que las calles principales desembocaran en plazas, como lo ha hecho ver el arquitecto Manuel González Galván, amoroso moreliano, apasionado por preservar con fidelidad este Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Cada unidad arquitectónica de Morelia siempre ha merecido más de un libro. Varias disciplinas tienen que conjugarse para penetrar en la esencia de Morelia: arquitectura, pintura, escultura, música, historia del arte, historia económica, social, política y cultural. La vida de un hombre y de una generación no alcanzan para llegar a conocer esta creación de la grandeza humana.

Morelia se distinguió en el pasado por su clima y su entorno natural. Hay una placa a la entrada del Palacio de Gobierno que registra como la temperatura más alta en el mes de mayo, 24 grados centígrados. En los tiempos actuales, en épocas de calor, el clima puede subir hasta cerca de los 40 grados. La bella ciudad ha sufrido la contaminación, no tan sólo en su naturaleza, sino también en lo espiritual. Ha padecido la alteración de su aire y de sus aguas; pero también ha sido mancillada su cultura. Por ejemplo, grotescos desfiles se han organizado para conmemorar su fundación.

¿La mercadotecnia ha contaminado la ciudad? Quienes se dedican a esta disciplina dicen que la mercadotecnia es una herramienta que se encarga de difundir un cierto producto en un determinado nicho de mercado. La mercadotecnia investiga el mercado y la carencia de ciertos productos para su introducción. Ofrece un producto mejorado. En la competencia hace publicidad de las cualidades de la mercancía, a través de folletería, trípticos, carteles, radio, televisión.

La mercadotecnia ha llegado a la política. ¿La ha contaminado? Las poluciones están a la vista en la propaganda política, que trata de difundir un cierto producto: el del candidato en el conglomerado de los ciudadanos, como si fuera un nicho de mercado.