El mundo bursátil respondió negativamente
Por Magdalena Galindo
La respuesta de prácticamente todas las Bolsas del mundo al anuncio del nuevo plan del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para reactivar la economía de su país, fue claramente negativa: todas cayeron, incluida la de México que disminuyó un 2.59 por ciento y la de Frankfurt que cayó nada menos que 4.9 por ciento. (Hay que aclarar que aunque los porcentajes parecen pequeños, si se multiplican por el monto de las inversiones pueden significar millones de dólares de pérdida para los grandes inversionistas). La respuesta, sin embargo, no quiere decir que el plan de Obama sea erróneo.
Al margen de las motivaciones electoreras del propio Obama o de la oposición de los republicanos que tiene mayoría en el Congreso, hay que señalar que el Estado en cualquier país capitalista tiene que recurrir a planes de estímulo cuando las condiciones muestran la inminencia o ya la presencia de una recesión, como es el caso no sólo de Estados Unidos, sino de todos los países altamente industrializados. Y en ese objetivo de estimular la economía, las vías son semejantes, en el sentido de buscar que la población tenga una mayor capacidad de compra y que se impulse la inversión a través de exenciones fiscales y de un mayor gasto público.
O dicho de otra manera, no hay otro modo de combatir la recesión que impulsando el consumo y las inversiones. Pero si ésas son las únicas vías, la forma en que se van a estimular esas variables, está determinada por la correlación de fuerzas sociales, así como por los intereses no sólo de la clase dominante, sino de la fracción hegemónica, y aun de la facción que en un momento determinado está ejerciendo el poder. En el caso del plan que Obama acaba de presentar, que tendrá un costo global de alrededor de 447 mil millones de dólares, se inclina por apoyar tanto a los trabajadores como a las empresas, y se dirige, fundamentalmente a combatir el desempleo que es, sin duda, el aspecto más grave de la recesión en Estados Unidos, ya que la tasa está en un 9.1 por ciento y en el pasado agosto, no hubo creación neta de un solo empleo.
Así, el rubro con más alto monto del plan, unos 175 mil millones de dólares, es la disminución de las aportaciones de los trabajadores para seguro social, así como otras tributaciones, con el fin de que las familias dispongan de un mayor ingreso y de esta manera aumenten el consumo. Otros 65 mil millones de dólares corresponden a la reducción de impuestos sobre nóminas a fin de estimular a los empresarios a aumentar el empleo. Alrededor de 5 mil millones será el costo por la autorización a los empresarios de que deduzcan de impuestos el 100 por ciento de sus inversiones en infraestructura y equipo.
Esta posibilidad, por supuesto, es para incentivar a los capitalistas a realizar ahora sus inversiones, ya que a través de la deducción por el monto total de la inversión, el gobierno está en realidad pagando el costo de la inversión. Para enfrentar el agudo problema que significa el desempleo para los soldados repatriados de Afganistán e Irak, se destinan unos 8 mil millones de dólares, ya que las empresas que los contraten, o a otros desempleados que tengan mucho tiempo buscando trabajo sin encontrarlo, obtendrán otros beneficios fiscales.
Los problemas que enfrenta la economía estadounidense son tan profundos y de tan largo alcance, que resulta muy difícil que con el Plan –si es que lo aprueban los congresistas republicanos–, se logre evitar la recesión que ya está en curso. No obstante, por lo menos se está haciendo un esfuerzo para paliar los aspectos más dañinos de la caída de la economía.
En México, en cambio, la atención a la crisis sólo ha consistido en una baja a la tasa de crecimiento prevista por el Banco de México y las declaraciones de los funcionarios salientes y entrantes, de que nuestra economía está fuerte y que podrá resistir el descenso de la actividad estadounidense. Tal parece que los funcionarios creen que la recesión puede evitarse con palabras.