Nuestra casa de estudios

Martín Tavira Urióstegui
(Primera parte)

Quisiéramos pergeñar algunas líneas sobre la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, nuestra casa de estudios. ¿Qué pensarán los candidatos a la gubernatura de Michoacán sobre nuestra institución nicolaíta? Algunos podrán decir que nada, porque la Universidad es autónoma. Pero a nuestro juicio, la autonomía debe conceptuarse como autogobierno. En 1881, el maestro Justo Sierra, fundador de la Universidad Nacional en 1910, expresó: “Siendo la instrucción, como parte capital de la educación pública, de una trascendencia magna para el progreso social, es imposible obligar al Estado a desinteresarse de ella sin mutilar en la parte más noble de sus funciones dinámicas”.

No podemos hablar de la Universidad Michoacana sin enmarcarla dentro del desarrollo de la educación universitaria en nuestro país.

La educación en general —y la universitaria en lo particular— ha estado ligada a un sistema de la vida social y al Estado que lo ha representado. La Universidad Real y Pontificia, fundada a principios de la segunda mitad del siglo XVI, tenía que apuntalar el dominio colonial y el Estado-Iglesia. Además, tenía que reflejar la contrarreforma de España. Por eso fue una institución apegada a los dogmas de la Iglesia católica.  Se dice que Miguel Hidalgo la calificó de “cueva de ignorantes”. El doctor José María Luis Mora la llamaría después “inútil, perniciosa e irreformable”. Por eso Valentín Gómez Farías la clausuró en 1833  —primera reforma liberal—, creando en su lugar planteles modernos de carácter científico.

La Constitución de 1857 estipuló en el artículo 3º la libertad de enseñanza, como un arma para arrebatarle la educación al clero. La Reforma no podía ser neutral en materia educativa. La ley de 2 de diciembre de 1867 introdujo la enseñanza de la ciencia como base de la cultura. La filosofía positivista constituyó un salto en la educación superior, ya que fue la negación dialéctica de la enseñanza dogmática. La Escuela Nacional Preparatoria, fundada en 1868 por Gabino Barreda —discípulo de Augusto Comte, el padre del positivismo— tenía que responder a la política juarista, de formar las nuevas generaciones con las luces de la ciencia, sin hacer a un lado las humanidades.

La Revolución Mexicana tampoco podía desentenderse de la educación. El artículo 3º de la Constitución de 1917 estatuía: “La enseñanza es libre; pero será laica la que se dé en los establecimientos oficiales de educación, lo mismo que la enseñanza primaria, elemental y superior que se imparta en los establecimientos particulares”.

Desde que apareció el artículo 3º de la Carta de Querétaro hasta hoy, la Iglesia católica y la derecha lo han combatido y lo han violado en los planteles que controlan.

Al triunfo de la Revolución Mexicana, surgió el debate en torno de la autonomía universitaria: entre quienes exigían la autonomía y los que consideraban que, con base en ella, los enemigos de este movimiento social la convertirían en fortaleza de la contrarrevolución. En 1917 —si no estamos equivocados— los estudiantes de la Universidad Nacional se movilizaron para conseguir la autonomía.

Hablaron con los diputados más destacados por su oratoria. Estaban seguros de que su demanda sería atendida y la autonomía aprobada. El discurso de Jesús Urueta fue conmovedor con sus alusiones a la cultura griega. Cuando el asunto se iba a poner a votación pidió la palabra el diputado Luis Cabrera. Según lo recuerda Vicente Lombardo Toledano —que encabezaba a los estudiantes— el autor de la ley del 6 de enero dijo: “Señores, para mí el problema es más sencillo todavía… ¿Quieren ustedes que la Universidad caiga en manos de los enemigos de la Revolución? Denle la autonomía; si ustedes quieren que la Universidad por lo menos sea influida por el pensamiento renovador del país, que se mantenga como Universidad de Estado”. “Y se bajó de la tribuna  —rememora Lombardo— y perdimos la autonomía. Pero Luis Cabrera tenía razón”.

En efecto, en 1933 la derecha se apoderó de la Universidad Nacional, después de su derrota en el Congreso de Universitarios Mexicanos realizado ese mismo año.