Gerardo Yong

Las haciendas mexicanas han logrado combinar el aprendizaje y el placer del viaje, haciendo del turismo una forma de conocimiento histórico

Dicen que hay un lugar para cada cosa y un destino para cada visitante. La educación puede ir de la mano del entretenimiento y pocos son los lugares que se precian de ser un sitio histórico y además un lugar de recreación. En París existen hoteles donde los visitantes pueden sentirse dentro del Museo de Arte contemporáneo, en un ambiente creado exclusivamente por diseñadores. Se trata de lugares que están hechos para una población excéntrica que debe pagar hasta siete mil pesos por pasar una noche; eso si es que tiene la posibilidad de hallar una fecha para su reservación.

En ocasiones, el Museo de Londres ha abierto sus puertas también para que grupos de niños acampen en el interior del recinto, entre sarcófagos egipcios, antigüedades orientales y mapas interactivos.  La idea es llevar a los pequeños a un contacto más cercanos con historia del hombre.

Las haciendas mexicanas han reunido esta tendencia combinando el aprendizaje y el placer del viaje, así como el gusto por entrar en contacto con la naturaleza, en sitios que se convierten en testigos de un conocimiento histórico.

La Ex Hacienda San Miguel Regla, convertida en un hotel, es prueba de que la historia puede convivir con el placer. Se trata de las ruinas del casco que alojó a Pedro Romero de Terreros, uno de los hombres más ricos del México del siglo XVII, cuya bonanza fue lograda mediante la explotación de minas de plata. El lugar está restaurado para que la gente no sólo pueda visitar, sino vivir un momento del pasado al hospedarse en una habitación construida dentro de la estructura misma de la hacienda.

La historia también debe sentirse, percibirse y hasta respirarla en el mismo lugar donde se realizó, lo cual es una mejor forma que entenderla que a  través de una monografía o un incluso un viaje virtual por internet; donde las cosas ni siquiera pueden imaginarse en todo su esplendor.