Las cosas no cambian, cambiamos
nosotros.
Henry David Thoreau
Ya está en marcha la batalla por la Presidencia de la República.
Ya casi todos los aspirantes, con la excepción del senador priísta Manlio Fabio Beltrones y del jefe de Gobierno de Distrito Federal, Marcelo Ebrard, no tienen un puesto público, aunque unos más y otros menos cuentan con el respaldo de diversos actores políticos.
Pero, ante la realidad actual, la fotografía del momento, que son las encuestas, algunas fuerzas se empiezan a movilizar para intentar cambios radicales al sistema político, aún más radicales que la reforma política que tiene tan enredados a los diputados.
Con la aquiescencia presidencial, y hasta de algunos dirigentes priístas, se empieza a gestar un movimiento a favor de cambiar el sistema político, de uno presidencial a uno semiparlamentario, en el cual tenga más fuerza el Poder Legislativo.
Ese movimiento sólo puede tener dos motivaciones.
Una, la resignación ante una eventual derrota en la elección presidencial, tan abrumadora que ante un posible formidable respaldo para el triunfador de esa elección, muchos intereses que ahora explotan la llamada “pluralidad” tendrían dificultades de imponer su voluntad al Estado.
Segunda, tiene el mismo origen que la primera, pero intenta explotar las ambiciones de grupos priístas para formar una coalición legislativa, con el señuelo de que así podrían imponerse desde el Congreso a quien los derrotaría en la elección interna.
La premisa falsa en que se apoya el cambio de régimen supone que los diputados y senadores coaligados en un agenda legislativa dejarán de estar sometidos a las presiones de los intereses políticos, electorales y económicos que ahora propician el retraso de la aprobación de muchas iniciativas.
Igual de falsa, como lo señaló este sábado Liébano Sáenz en su artículo en el diario Milenio, es que un jefe de gabinete podría operar mejor que el Presidente de la República. Quizá, pero el problema, como bien lo apuntó el articulista, es que al jefe de gabinete no lo elegiría nadie, sería el resultado de acuerdos políticos, con lo cual se socava la auténtica representatividad política de la Presidencia.
Todas las propuestas, unas de panistas resignados a perder, otras de perredistas ambiciosos y de priístas resentidos, al final del día sólo buscan acotar el poder del próximo Presidente de la República.
No es problema de instituciones ni de sistema, sino de ambiciones insatisfechas, frustradas por una eventual derrota en las urnas.
jfonseca@cafepolitico.com
