Entrevista a Javier Urbano Reyes/Investigador de la Universidad Iberoamericana
Por Antonio Cerda Ardura
El alboroto de Washington respecto al supuesto y eventual riesgo que para su seguridad nacional representa México, continuó esta semana con la infidencia de The New York Times en el sentido de que la agencia antidrogas de Estados Unidos, DEA, infiltró agentes en los principales carteles del narcotráfico mexicano, lo que ha permitido a la Casa Blanca que se detenga o elimine a varios miembros cabecillas del crimen organizado.
En tanto, aún siguen sin respuesta la demanda desde diversos sectores mexicanos de que Estados Unidos presente pruebas sobre la supuesta cooperación entre narcotraficantes o sicarios mexicanos y terroristas internacionales para atentar contra esa nación.
En entrevista con este semanario, el doctor Javier Urbano Reyes, profesor investigador del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana (UI) y académico en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), asegura que Estados Unidos comete un error si estima que bastaría con la colaboración de México en materia de terrorismo, ya que un acuerdo con ese objetivo tendría que incluir forzosamente a Canadá.
Respecto a la pretendida interacción de criminales mexicanos con terroristas, que no ha sido probada, o de los señalamientos sobre una incursión de soldados norteamericanos en México para combatir a los cárteles de las drogas, sostiene que son argumentos electoreros.
Estrategia cíclica
Estados Unidos insiste en señalar presuntos indicios de una interacción entre criminales mexicanos y terroristas. ¿Qué nos plantea esta afirmación en la relación bilateral?
La primera observación que surge a propósito del lanzamiento de esta afirmación sin pruebas, es que en la política pública estadounidense pareciera haber algunas indefiniciones respecto a cómo ubicar los espacios o a los actores que pudieran representar peligro para su seguridad. Ese es un primer punto: las indefiniciones e inseguridades del sistema político de Estados Unidos.
En segundo lugar, tenemos que asentar esta sospecha, o como quiera llamársele, en un contexto político electoral. Recordemos que en Estados Unidos siempre tienen esta idea cíclica, este defecto cíclico de buscar espacios de debate y de polémica como una estrategia para allegarse votos, particularmente de los sectores conservadores. En ese sentido, estas acusaciones que estamos revisando deben mirarse como una estrategia para buscar la atención de los electores.
En tercer lugar, hay que entender que Estados Unidos tiene muy claras las formas de presión, de colaboración, de diálogo, de diseño de protocolos y de cooperación ante las diferentes estructuras del crimen organizado y el narcotráfico. Evidentemente la idea de una colaboración de criminales mexicanos con grupos de perfil terrorista acarrearía mucho más presión hacia los sistemas de seguridad de México y de Estados Unidos. En ese sentido, las afirmaciones estadounidenses son débiles y carecen de pruebas contundentes, pero también se topan con una realidad: no creo que la delincuencia organizada sea suicida y no sepa que si se comprobara su eventual alianza con grupos terroristas todo el sistema de seguridad estadounidense pondría mucho más atención y destinaría mayores esfuerzos a contenerla o acabarla. La realidad no apunta hacia eso y las acusaciones son bastante débiles.
¿Qué tanto podemos tomar estos señalamientos, más que como una presión, como una amenaza? Ya hay voces, como la del gobernador Rick Perry, de Texas, que no se refieren ni siquiera a los Cascos Azules de la ONU, sino a una intervención directa de tropas norteamericanas en México, supuestamente para combatir al narcotráfico. ¿Esto podría convertirse en realidad?
No. Esta es una afirmación de Perry para consumo interno, no tiene ninguna relación y no es viable en ningún sentido y en ningún contexto de las relaciones con Estados Unidos. Esto, insisto, es para consumo político-electoral en aquel país y no tiene otra razón de ser. Las declaraciones sobre una eventual intervención estadounidense en México, o los pretextos que se esgrimen, son también cíclicos. Son casi algo natural en la relación binacional. Desde que tenemos memoria, es una constante. Hace más de cien años que se ha insistido en ese tipo de cosas y, en ese sentido, solamente tenemos el antecedente de una incursión, la del general John J. Pershing (N. del A.: La llamada Expedición Punitiva de Pershing hizo su entrada a territorio mexicano el 15 de marzo de 1916, en busca de Francisco Villa, después de que éste asaltó el pueblo de Columbus, el 9 de marzo) y tal vez de otras más, pero en contextos distintos.
La colaboración entre México y Estados Unidos tiene sus defectos y sus debilidades, pero a nadie le pasa por la cabeza, ni al gobierno de Estados Unidos ni al de México, pensar en ese escenario. Eso sólo lo utilizan actores específicos que quieren allegarse votos de grupos conservadores en Estados Unidos y hay que interpretarlo así. Es una declaratoria para asuntos de consumo interno y, por tanto, no deberíamos prestarle mucha atención.
Seguramente, doctor, el tema del terrorismo se va a tener que revisar e incorporar a la relación binacional. ¿Qué acuerdos o qué candados pueden establecerse para atender este riesgo o problema?
La colaboración en materia de inteligencia prácticamente no va a cambiar. Entiendo que se va a reforzar. Desde aquel famoso 11 de septiembre, las líneas de cooperación, de diálogo y de intercambio de información, fundamentalmente en el área de inteligencia, están bastante bien definidas. Hay ciertos límites y alcances, pero creo que no hay nada novedoso para los próximos años, sino más bien el reforzamiento de ese perfil de ayuda en materia de terrorismo. Pero Estados Unidos tiene que preocuparse también de su frontera norte. Por Canadá podrían entrar o entraron grupos terroristas. En ese contexto se tienen que establecer mecanismos de colaboración México-Estados Unidos-Canadá, pensando en la figura del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Si Estados Unidos pretende la colaboración de México en materia de terrorismo y cree que con eso soluciona las amenazas, me parece que está cometiendo un error. Esto tiene que entenderse como un espacio de acuerdo más amplio, que es la colaboración entre tres países y no sólo entre dos. En ese sentido, en los próximos meses, particularmente, durante el cambio de gobierno en el que coinciden México y Estados Unidos, se deben estilizar los mecanismos de colaboración en inteligencia y, por supuesto, tener como elementos centrales en la cooperación los temas de la seguridad fronteriza frente a la violencia del narcotráfico y el terrorismo.
Relación variable
¿Qué tanto podría Estados Unidos estar utilizando esto como factor de presión o alteración de las elecciones de México en 2012? ¿Hay algún interés por lo menos para golpear al gobierno mexicano?
Sin duda alguna. Los grupos políticos en Estados Unidos verán como legítimo todo lo que sea útil para sumar votos. En ese país se sabe perfectamente o se tiene un cálculo más o menos claro de cuándo se puede golpear a México para ganar votos de los grupos conservadores, porque inevitablemente tendrán que volver a fortalecer la relación cuando lleguen escenarios de mayor calma y de mayor colaboración. La relación que tenemos con Estados Unidos es muy variable: en una época es de tensión, en otra de reclamos y otra tiene que ver con una relación fluida. Esa es su naturaleza. En ese sentido, creo que estamos en el momento pendular vinculado con la tensión y los reclamos. Seguramente cuando empiecen las dos elecciones, tanto la de México como la de Estados Unidos, volveremos al esquema del diálogo y la colaboración. Por lo pronto, los mecanismos que están utilizando son los de las fallas, la corrupción y el problema de la violencia en México. ¿Para qué? Para allegarse votos. Sin embargo, tendrán que volver a la senda del diálogo, porque están juntos y se ha insistido mucho en la corresponsabilidad de los dos países en el tema del narcotráfico.


