Por Martín Tavira Urióstegui
(Primera de dos partes)

Valdría la pena hacer algunas reflexiones sobre la política indigenista concebida a lo largo del devenir histórico de México, para poder ubicarnos en el presente y hablar un poco de los problemas relativos a las comunidades y regiones indígenas de Michoacán.
En la revolución de Independencia, sus dirigentes más destacados entendieron con justeza y justicia, el meollo de la situación de los indígenas y el camino para superarla. Miguel Hidalgo y José María Morelos en sus proclamas y decretos delinearon una política para resolver antes que nada, la situación económico social de los indios: devolver las tierras a las comunidades, suprimir el tributo y la pesada carga de impuestos. Morelos prohibió toda exacción a la población nativa y todo servicio personal gratuito. En su decreto del 5 de octubre de 1813 firmado en Chilpancingo, el Siervo de la Nación habla de que debe alejarse la esclavitud “y todo lo que a ella huela”, es decir, toda forma de servidumbre.
Este enfoque cambió con el movimiento liberal. Preocupados por integrar la nación y afianzar el Estado mexicano independiente, los liberales consideraron que lo urgente era incorporar a los indígenas en las formas modernas de organización social, emprendiendo la tarea de enseñarles el español, que debería ser la lengua nacional. Los liberales pusieron el acento en los individuos, por eso proclamaron en la Constitución de 1857, que “los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones sociales”. Esa concepción los llevó a decretar la desamortización de los bienes de las corporaciones civiles y eclesiásticas —Ley Lerdo—, con el fin de ponerlos a circular. Las comunidades indígenas eran, para los liberales, corporaciones civiles. Claro que hubo voces destacadas contra este liberalismo individualista, como la de Ponciano Arriaga, que discurría como Hidalgo y Morelos: el problema de los indígenas es el de la feudalidad, por eso debe reconocerse su derecho a la tierra. La Constitución para él debía ser la Ley de la Tierra.
Se reprocha a los liberales esta concepción sobre las comunidades indígenas. Pero como se ha dicho y esto es cierto: los liberales, de acuerdo con su época, no podían ser más que eso: liberales. La Reforma destruyó el feudalismo eclesiástico; pero surgió el feudalismo laico.
Fue la Revolución Mexicana la que vio el problema de la población en su justa dimensión: debe hacerse valer el derecho de los indígenas a la tierra.
Apagados los rescoldos de la Revolución, se fueron afinando los conceptos sobre una política que en definitiva resolviera los problemas de los pueblos y regiones indígenas.
Fue el presidente Lázaro Cárdenas quien planteó una política viable al respecto. En el artículo anterior ya nos referimos al Primer Congreso Indigenista Interamericano, reunido en Pátzcuaro del 14 al 19 de abril de 1940. Vicente Lombardo Toledano fue el vocero de la delegación mexicana. En su discurso hizo el resumen de las conclusiones de la reunión:
“La experiencia mexicana es importante… Por eso debe ser objeto de análisis, para inferir las conclusiones que sea compatible hacer, dadas las características sociales, políticas, económicas y culturales de los grupos indígenas…”
Lo fundamental es que los indígenas “se incorporen en la economía de su país y lleguen a ser factores de importancia en la vida material y cultural de su patria. Lo importante… no es modificar la raza o la civilización sino la economía que es la base que sustenta todo el andamiaje de la conducta del hombre”.
En resumen:
1) luchar contra los efectos perniciosos del latifundio y de la concentración de la tierra;
2) dotar a los núcleos indígenas de tierras, aguas, crédito y dirección técnica, para hacerlos factores de importancia en la economía de cada país;
3) respetar la integridad social y cultural de los grupos indígenas;
4) emplear las lenguas autóctonas para transmitir, mediante ellas, la cultura universal a los indígenas;
5) aceptar a éstos en la vida de América, no como hombres vencidos, ni como menores sujetos a tutela, sino como una fuerza humana que ha de contribuir al enriquecimiento de la cultura de cada país.
Con estas premisas, ¿qué hacer con los núcleos indígenas de Michoacán?