No es bueno pelearse… si no hay necesidad

 

Por José Elías Romero Apis

En la política no es bueno pelearse si no hay necesidad de ello. Podría decirse, incluso, que no es bueno pelearse en ningún caso, y punto. Pero hay ocasiones inevitables e ineludibles que uno no busca la camorra pero que tiene uno que sostenerla porque así lo marcaron las circunstancias o porque así lo ordenaron los jefes.

Pero de allí a andar de pendenciero nada más por pura ocurrencia propia, hay mucha distancia. En primer lugar porque se pierde la elegancia y el estilo. La política es, de suyo, un ejercicio agresivo y violento. Por eso es principesco cuando se desarrolla con galanura y caballerosidad. Pero, por el contrario, cuando se le agrega la bronca y la mentada se convierte en un circo de trogloditas imbéciles.

En segundo lugar porque la política es el supremo ejercicio de la conciliación, del arreglo, de la tolerancia, de la paciencia y de la sabiduría. En esa arena tan fina se ve muy ridículo un salvaje que ande de buscapleitos o de quiebraplatos.

Todo político inteligente y experimentado que se decide a pelear contra algún otro político debe tener en cuenta por lo menos cuatro referentes, a efecto de evitar que lo derroten a la primera de cambios.

El primero de ellos es calcular el peso de nuestro contrincante, en jerarquía, en inteligencia y en veteranía,  para saber si somos equivalentes o si estamos en una funesta desventaja. Lo segundo es el tiempo que va a durar el pleito para saber si tenemos la condición política para aguantar los golpes durante todo el tiempo de la liza. Lo tercero es si estamos exponiendo lo mismo, porque arriesgar un título de primera contra uno de quinta categoría es menos que estúpido. Por último, trazar nuestra táctica y estrategia de combate, así como seguirla con puntualidad y precisión.

Vamos a lo primero: la simetría de los contrincantes. Porque es muy importante, en el ejercicio de la política, que cada quien identifique quiénes son sus iguales para que, de esa manera, pueda tener sentido racional la contienda política. Para todos queda claro que si la mucama de mi compadre me gasta una descortesía y quiero asentar nota de ello debo hacerlo con mi compadre, en la vía y en el tono que me parezca más adecuado, pero de ninguna manera asumir la postura irracional de enfrascarme en un pleito con la sirvientita.

Por eso los presidentes de la república no deben pelearse con nadie.  Uno de sus atributos  sexenales es su unicidad. Son únicos y no tienen pares. Otros tienen que pelear por ellos. El jefe de Estado, en cualquier nación del mundo, no se puede pelear con nadie. El jefe de gobierno sí puede hacerlo porque no tiene la majestad de aquel.

Pero, como en los regímenes presidencialistas el mismo individuo ejerce las dos jefaturas, sólo a su inteligencia y a su conciencia les corresponde escoger si utiliza la mayor o la menor. Con aquella tiene que apartarse de riñas pero, a cambio de ello, se vuelve intocable e invulnerable.  Si opta por la segunda puede ejercer su voluntad de andar de peleonero pero, también, tendrá  que aguantarse cada vez que lo golpeen. El político no puede pelearse con quien no es de su división o de su categoría porque queda descalificado de antemano.

Esto también reza para aquéllos que se andan peleando contra los que no pertenecen al club de la política. Por ejemplo, con los estudiantes, con los deportistas o con los delincuentes. En este caso puede resultar que los derroten nada más “de a gratis” sin que con ello hubieran podido sacar ningún provecho.

Porque ya “metidos en gastos” del pleito tiene uno que aguantarse hasta donde pare. De allí el viejo refrán que nos advierte que “el que se lleva, se aguanta”. Muchos dizque políticos, a menudo se olvidan de aquellas cinco reglas de oro que han sido básicas en el ejercicio de la política mexicana. “Aquí nadie se cansa, nadie se asusta, nadie se enoja, nadie se pelea y nadie se raja”.

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