Las vueltas que da la vida

Por Guadalupe Loaeza

Por fin, llegó un día importantísimo para la historia del periodismo en nuestro país. Un día que significó un parteaguas político y social, me refiero al lanzamiento de un nuevo periódico, éste sí independiente, formado por una comitiva: ¡¡¡La Jornada!!!

El 4 de marzo de 1985, cerca de las siete y media, miles y miles de personas comenzaron a desfilar hacia el Centro de Convenciones del Hotel de México. Sin tregua, pasaban y pasaban lentamente.

A lo lejos, desde la puerta de entrada, veía dos filas interminables. En la primera, todos traían su boleto en la mano. Y los que se encontraban en la segunda, con el dinero a la vista, decían: “Déme tres. A mí, cinco. Uno nada más, por favor”.
Mis compañeros y yo, no nos dábamos abasto con la venta de los boletos.: “Guadalupe, dame cambio de 600 pesos. Cóbrate tres. ¡Ojo!, que es un billete de 10 mil y nada más quieren dos”.

El dinero entraba y los boletos volaban. “No van a caber”, me repetía una y otra vez, entre angustiada y eufórica. “Déme dos, por favor”. “Yo quiero cuatro”.

En medio de toda esta multitud, descubría de vez en cuando caras conocidas; la de Juan José Bremer, José Luis Martínez, Heberto Castillo, Gabino Fraga, Guillermo Rosell de la Lama, Ofelia Medina… Pero la más, más conocida, era la de Gabriel García Márquez. Sí, también él estaba, apoyando al nuevo proyecto editorial.

“Esto no avanza y las colas están demasiado largas. Dénme unos blocks, para ir a venderles”, vino a decirnos Héctor Aguilar Camín, mientras que con un tic nervioso se reacomodaba los anteojos.

Entre tanto, yo recibía y entregaba dinero. Ni la mejor cajera de cualquier Aurrerá, hubiera podido superarme.

A lo lejos oía venir diferentes voces. La de Humberto Musacchio desde el micrófono: “Les suplico subir hacia el primer piso y no quedarse en las escaleras. Todavía falta mucha gente por entrar”.

Pero seguía llegando más y más gente, y yo, claro, feliz, vende y vende boletos. “Fíjate que llegué a pensar que la inauguración de David Hockney, que es hoy en el Museo Tamayo, nos iba a restar gente”, le dije ingenuamente a Carmen Gaytán, la cual también se había convertido esa noche en una supertaquillera. “Y eso que esto no está organizado por Televisa”, me atreví a agregar irónicamente.

Cuando ya estaba el salón literalmente lleno, a reventar (debo confesar que por un momento, pensé en un temblor), se escuchó fuerte y clara la voz de Miguel Angel Granados Chapa anunciando a los exponentes. Y se hizo el silencio, y entonces surgieron las palabras de don Pablo González Casanova:  “Estamos aquí reunidos porque somos optimistas”, dijo al comenzar. Tenía razón porque lo que allí se respiraba era optimismo, era fe en un proyecto al cual estábamos siendo todos invitados. Se trataba nada menos que de la realización de nuestro nuevo periódico, el de cada uno de los ahí presentes.

Después de la lectura de González Casanova, le siguió nuestro flamante y nuevo director, Carlos Payán: “El sistema de comunicación políticamente desequilibrado se ha desplazado en lo ideológico hacia la derecha”, dijo entre otras cosas, interrumpidas por fuertes aplausos.

Aguilar Camín fue el último orador. Nos habló de la suscripción y pago de acciones, dividas éstas en ordinarias y preferentes.

Antes de finalizar este primer acto, público por una prensa crítica, Granados Chapa invitó a todos a pasar a las mesas que se encontraban en el fondo del salón para comprar las acciones con un valor de 5 mil pesos cada una.

Las mesas del fondo se veían atiborradas por los nuevos accionistas. Sin exagerar, había seis mil personas. Don Pablo González Casanova tenía razón: La Jornada había empezado con un grupo importante de personas optimistas, embarcados todos hacia un viaje de muchas esperanzas.

Eso fue hace muchos años. Respecto a La Jornada de hoy, lamentamos que la noticia acerca de la muerte de Granados Chapa, uno de sus fundadores fundamentales, se hubiera publicado de una forma tan tibia, por decir lo menos. ¡Las vueltas que da la vida!…