Para decirlo claramente
Por José Fonseca
Nada es más admirable
en política que una corta memoria.
John Kenneth Galbraith
En el fragor de las primeras escaramuzas del proceso de la elección presidencial, aunque todavía no empieza, se han empezado a manejar soberbias ideas para cambiar el sistema político nacional.
Algunos suponen que, particularmente en el PRI, se confrontan las viejas tesis contra el modernismo. Esa es una lectura ligera y frívola de la realidad de esas escaramuzas.
Por ejemplo, impulsada por personajes políticos y de la academia, está la idea de crear una suerte de semiparlamentarismo, mediante el cual, alegan los ilusionados ensayos, se resolvería el estancamiento legislativo que, dicen, se vive desde hace más de una década.
Para empezar, durante ese período, mal que bien el Congreso ha funcionado, ha reformado la Constitución, ha aprobado nuevas leyes y ha dado al Estado mexicano nuevos instrumentos jurídicos.
Quizá hablan de estancamiento porque en el Congreso no se han aprobado ciertos cambios legales y constitucionales que corresponden al sentir de unos pocos, no de la mayoría de los ciudadanos.
Como sea, el parlamentarismo, o una versión diluida de él, no resolverá lo que sólo se resuelve con la voluntad de negociar, antes de confrontar.
Buena parte de lo que no se ha aprobado es porque la mayoría de las iniciativas que no han avanzado en el proceso legislativo porque se trata de hacer cambios radicales, los cuales frecuentemente son ajenos a la idiosincrasia nacional.
La propuesta del semiparlamentarismo es, en realidad, una propuesta para dispersar el poder, como si la debilidad institucional actual fuera el resultado de la concentración del mismo, no de la incapacidad para la conducción, la negociación y, sobre todo, la inteligencia para saber cuáles batallas no deben darse, porque no se van a ganar.
Es una propuesta para acotar el poder presidencial, en beneficio del Poder Legislativo, lo cual alteraría el equilibrio constitucional entre los poderes de la Unión.
Se trata, para decirlo más claramente, de acotar el ejercicio del poder para el próximo presidente de México, por eso los adversarios del PRI abrazan la idea con tanto entusiasmo.
Todo porque algunos, de corta memoria, ignoran convenientemente que eso de que los presidentes imponían su voluntad a todo la estructura política es una leyenda urbana.
Sí, tenían mucho poder, pero también con frecuencia debían usar ese poder para convencer a los oponentes de su mismo partido. Así, las iniciativas más polémicas, no las rutinarias —las polémicas—, eran discutidas previamente con los dirigentes de los grupos políticos, sociales y empresariales. Y luego se negociaba pacientemente con los dirigentes de los grupos en el Congreso.
Eso no es concentración de poder, es simplemente un uso inteligente, racional y políticamente eficiente del mismo.
A todos, por la corta memoria, se les olvida que el estancamiento legislativo actual es sólo muestra de la incapacidad para negociar con inteligencia, paciencia y voluntad de ceder.
A todos, por la corta memoria, se les olvida que no es cosa del sistema, sino del algo más: “Lo que natura non da, Barcelona non presta”.
jfonseca@cafepolitico.com