Nos afecta a todos
Por Magdalena Galindo
Como uno de los saldos de la actual administración es la multiplicación de las malas noticias, parece que ya nos acostumbramos a recibir las malas nuevas sin alarmarnos, de modo que no es extraño que la fuerte devaluación que ha sufrido el peso a partir de agosto no haya provocado grandes titulares ni suscitado comentarios de analistas o declaraciones de empresarios. Sólo los funcionarios han procurado convencernos de que se trata de una situación pasajera y que el peso regresará a sus niveles anteriores, ya que el país cuenta con reservas de divisas que llegan a casi 208 mil millones de dólares.
Para empezar, hay que aclarar que la suma está exagerada, porque incluye 70 mil millones de dólares que no están en las arcas del Banco de México, sino que corresponden a una línea de crédito del Fondo Monetario Internacional, que no se ha utilizado, de modo que el monto real de reservas es de 137 mil 962 millones de dólares. Por otra parte, aunque se trata, en efecto, de una cifra muy alta, lo que sucede es que en los hechos esas reservas no se han empleado ni para impulsar la economía que ha permanecido estancada durante toda la administración de Felipe Calderón, ni para sostener la moneda, de manera que sólo en dos meses, el peso ya se ha devaluado en un 13 por ciento.
La causa de la caída se ubica en la inestabilidad de los mercados financieros ocasionada tanto por el agravamiento de la crisis en Estados Unidos, como por la que vive la Unión Europea y en especial Grecia a la que Francia y Alemania no se deciden a rescatar realmente. Aunque no deja de ser sorprendente que la incapacidad de pago de la deuda de Grecia, país con el que prácticamente no tenemos intercambios comerciales, repercuta en devaluar nuestra moneda, se trata simplemente de la realidad inherente al fenómeno de la globalización, una de cuyas consecuencias es  el rápido contagio de las crisis en todas las economías.
La falta de acciones de las autoridades mexicanas ante la devaluación no sólo se deriva de la pasividad que ha caracterizado a la administración de Calderón, a la que más que como un Estado fallido, habría que calificar como Estado ausente (con excepción de la guerra que ha sido su única empresa y que ya ha costado más de 50 mil muertes), sino también de que las reservas de divisas se están guardando por el temor de que ocurra un pánico financiero que provoque la huída repentina de capitales. Y es que se ha apostado fundamentalmente a la inversión extranjera como vía para financiar la economía, de modo que en septiembre el saldo de la inversión foránea sólo en bonos del gobierno federal se situaba alrededor de los 925 mil millones de pesos.  Naturalmente, aunque esos bonos están denominados en pesos, en el momento en que los inversionistas deciden venderlos, los convierten en dólares para sacarlos del país, lo que significa que ofrecen pesos y demandan dólares, o sea presionan la moneda y el peso tiende a devaluarse. Según los datos del Banco de México, entre el 12 y el 29 de septiembre, el saldo de bonos del gobierno federal en manos de extranjeros disminuyó de 72 mil 502 millones a 64 mil 296 millones de dólares, o lo que es lo mismo, descendió de 925 mil 756 millones de pesos a 865 mil 214 millones de pesos. Naturalmente, esa salida de capitales significa una demanda de dólares, que intensifica la devaluación. Y aunque muy probablemente el peso se recupere un poco, es casi seguro que no volverá a los niveles de agosto.
Y lo peor es que la depreciación del peso no es únicamente un asunto monetario que afecte sólo a los grandes capitalistas, sino que finalmente se refleja en la economía real, en la recesión y el desempleo, lo que quiere decir en las condiciones de vida de todos los mexicanos.


