Adriana Cortés Koloffon

Al abrir el libro México-Roma de Graciela Iturbide, uno se aventura en un viaje cuyo común denominador es el ámbito onírico. Las imágenes parecen extraídas de un sueño: espectros fantasmales que sonríen desde acá, el lado mexicano del libro, evocan a los personajes de Juan Rulfo, en Comala. Y desde allá, en Roma, las imágenes remiten al poema de Francisco de Quevedo escrito en 1617, intitulado “A las ruinas de Roma” con el que la fotógrafa cierra el libro: ¡Oh, Roma!, en tu grandeza, en tu hermosura, huyó lo que era firme, y solamente lo fugitivo permanece y dura.

Diálogo entre los que alguna vez fueron grandes imperios: Tenochtitlan y Roma. Lo fugitivo permanece en estas imágenes de objetos tomadas por la discípula de Manuel Álvarez Bravo entre 1974 y 2009, en lugares poco conocidos de México, y en Roma en 2007, cuando fue invitada al Festival Internazionale di Roma. Fotografías expuestas en el Museo Archivo de la Fotografía de la Ciudad de México en 2009.

Captadas con una cámara de lente réflex, las 47 imágenes en blanco y negro revelan el gusto de Graciela Iturbide por los objetos sencillos que encuentra a su paso. Las calaveras (la muerte sonríe en una vitrina mexicana: mira, aquí estoy, parece decir, no se te olvide que tarde o temprano tendrás una cita conmigo); un perro solitario en medio del campo; paredes que incitan a la imaginación (¿qué es esa mancha oscura que se revela sobre su superficie como una sombra?); un televisor en la casa de algún pueblo o un hombre al que la cámara le corta la cabeza. Y siempre los pájaros, tanto en Roma como en México. Ya lo dijo la fotógrafa en alguna ocasión: “Los pájaros que retrato se derivan del pájaro solitario de San Juan de la Cruz que se vincula con el poeta Attar. Tal vez existan en la realidad pero sobre todo se encuentran dentro de mí”.

Si cada imagen en este libro de pequeño formato es el producto del azar (cuando menos así lo parece), también la forma de concebir el libro implicó un ejercicio de imaginación. La ganadora del prestigioso Premio Hasselbad 2008 se hizo de recursos de bajo costo para producir esta suerte de diario narrado a través de imágenes —inclusive aquí reproduce la radiografía de sus pies cuando sufrió una fractura. El papel cultural fue un regalo; en Bolivia compró las etiquetas al estilo de los años cuarenta que pegó en la portada y en la contraportada, donde escribió de su puño y letra: Graciela Iturbide-México/Graciela Iturbide-Roma. Estas estampas que le compró a una señora que sólo tenía una serie de ellas y no había en ningún otro lugar, le recuerdan a la fotógrafa sus años de estudiante. Así, desde la portada, el cuaderno de tapas azules provoca en el lector una saudade, palabra en portugués que podría definirse como nostalgia: presencia de una ausencia: fantasmas encarnados en las imágenes donde no prevalece la luz ni la oscuridad. Si hubiera que identificarlas con un momento sería quizá con el crepúsculo, cuando la penumbra muestra los contornos indefinidos de cada objeto; ese preludio del anochecer en el que la oscuridad aún no suprime del todo sus contornos. Bajo la lente de Graciela Iturbide, estas imágenes aparecen difusas y los objetos adquieren un significado distinto. Se asemejan tal vez a los paisajes del alma a los cuales se refiere Fernando Pessoa en sus poemas. Paisajes que revelan un estado de ánimo (el de la fotógrafa); paisajes nebulosos de atmósferas oníricas. Un mueble retratado en medio del campo adquiere una nueva dimensión. ¿Qué ausencia evoca? Podemos imaginar una historia: pronto alguien se sentará sobre él y mirará de frente a la cámara para mostrar su esencia fantasmal, acaso la de un espectro que habita desde hace siglos el campo retratado por Graciela Iturbide en México, en pleno siglo XXI. Tal vez sopla el viento. El espectro desafía a la fotógrafa a retratar su presencia ausente. El ojo detrás de la cámara revela al espectador lo invisible mediante imágenes poéticas.

En la segunda mitad del libro Graciela Iturbide opta por no mostrar las escenas turísticas que ostentan las postales de Roma. Allí vemos ropa tendida sobre un cordel; una estrella y una luna en forma de escultura; una mujer de quien sólo percibimos su falda camina frente a la palabra sogno captada por la fotógrafa en el instante preciso: ni un minuto antes ni uno después. Allí queda la imagen congelada para que nosotros podamos revivir ese instante irrepetible. En otra fotografía el tiempo ha esculpido un edificio en ruinas, imagen que denota la pasión de la fotógrafa por la estética de ruina en la capital italiana: “sólo lo fugitivo permanece”, afirma Quevedo en su poema.

La fotógrafa agradece especialmente la colaboración de Ana Sánchez quien diseñó el libro de manera gratuita, a Estela Treviño, impulsora de la fotografía y a Ramón Reverté, director de la Editorial RM, encargada de la distribución de México-Roma del cual se hizo un tiraje de 500 ejemplares.

La trayectoria de Graciela Iturbide se inicia a finales de la década de los sesenta, tras ingresar en el Centro de Estudios Cinematográficos de México. Desde entonces ha presentado numerosas exposiciones, tanto en México como en el extranjero. Recientemente el Museo de Arte Moderno exhibió una retrospectiva de su obra que incluyó la serie de fotografías del baño de la casa-museo de Frida Kahlo que muestran los objetos de la pintora interpretados por Graciela Iturbide desde su propio espacio poético.