Juan José Vargas, ex guerrillero, se asiló en México y salvó su vida
Por Moisés Castillo
Juan José Vargas, ex guerrillero de El Salvador, llegó a México para quedarse el 14 de diciembre de 1987, luego de obtener asilo político. Sin embargo, seis años antes ya había conocido el país tras la primera ofensiva del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (el Farabundo Martí). Estuvo viajando constantemente de San Salvador al Distrito Federal, producto de las tareas encomendadas por el movimiento de masas.
Su tercera captura significó huir de la muerte: un mar girando batido por el fuego. A finales de 1987, Juan José fue aprehendido por los llamados escuadrones de la muerte, cuando se trasladaba en un camión desde su tierra natal Santa Ana, en la zona occidental, rumbo a la capital. Fue esposado por los agentes contraterroristas y llevado al cuartel de la policía en Santa Tecla, donde permaneció dos semanas bajo tortura y permanentes interrogatorios.
Tres días de aire frío
Según un documento de Amnistía Internacional publicado en octubre de 1988 titulado El Salvador. Los escuadrones de la muerte: una estrategia gubernamental, estos militares y policías vestidos de civil son “terriblemente eficientes. Las víctimas a menudo son tiroteadas desde vehículos en marcha, a plena luz del día y con testigos. También, son secuestradas en sus casas o en la calle y sus cadáveres aparecen abandonados lejos de su lugar de su detención”.
Las investigaciones sobre la actividades de los escuadrones de la muerte revelan que estas estructuras clandestinas comenzaron como apéndices de los servicios de inteligencia de los cuerpos de seguridad y la Fuerza Armada.
El fallecido mayor Roberto D’Aubuisson, fundador del partido político ARENA, fue acusado de liderar las actividad de estos grupos desde su puesto como director de la Agencia Nacional de Seguridad Salvadoreña.
Algunos de los nombres adoptados por los escuadrones de la muerte fueron: Ejército Secreto Anticomunista, Escuadrón de la Muerte, Mano Blanca, Brigada Maximiliano Hernández Martínez, Unión Guerrera Blanca, entre otros.
Juan José soportó, desnudo, tres días el aire frío de varios ventiladores que le quemaban su piel morena. Por un momento pensó que se encontraba en uno de esos cuartos refrigeradores donde se conservan las reses. Su cuerpo estaba acostumbrado al dolor pero era demasiado. Casi inconsciente, los policías militares le enseñaron la foto de un compañero que dio informes para que fuera arrestado. Le expresaron que se había girado una orden de aprehensión en su contra y que la única forma de salvarse era trabajar con ellos.
La mente de Juan José volaba como un pájaro luego de ser liberado en la zona de San Miguelito, al norte de la capital. Mintió al aceptar ser parte del grupo represor con tal de salir del calabozo. De inmediato, interpuso denuncias en Amnistía Internacional, la Cruz Roja y otros organismos de derechos humanos. Asimismo se comunicó con el embajador mexicano Federico Alfonso Urruchúa Durand, para pedir asilo político y evitar ser asesinado.
El diplomático diseñó un operativo para que Juan José ingresara sin contratiempos a la embajada y posteriormente volara a México. Los compañeros del experto en mantenimiento eléctrico consiguieron un auto y lo ocultaron en la cajuela. En el trayecto, Juan José sintió que todo el tiempo su corazón se detenía y se agitaba, se detenía y se agitaba. El perseguido callaba y desesperaba.
“Sientes —dice— situaciones contradictorias: por qué te vas, qué va a pasar, cuándo vas a regresar, si no vuelves, si es lo correcto o no, la familia, los amigos. Una serie de contradicciones que me afectaron y estando aquí tuve una crisis nerviosa. No quería huir. Me pregunta mucha gente y «por qué te veniste», les digo: «yo no me vine, a mí me sacaron de la muerte». La circunstancia fue tan extrema que fui expulsado”.
En México, sin maleta, sin dinero y sin documentos
Juan José llegó a la ciudad de México sin maleta, sin dinero y sin documentos. Vestía ropa prestada. Sólo sus recuerdos le permitían aterrizar en su otra realidad. Su familia y sus amigos de lucha eran cosa del pasado. En una oficina de migración ubicada en Lecumberri, le tomaron la declaración correspondiente, fotos, huellas y lo trasladaron al Hotel Ontario, que estaba en Uruguay 87, en el Centro Histórico, y que servía de refugio de asilados políticos.
A principios de 1988, creó junto con otros compañeros salvadoreños y mexicanos el Movimiento Antiimperialista y de Solidaridad con Centroamérica. Años más tarde y luego de que se firmaron los Acuerdos de Paz de Chapultepec en 1992, Juan José renunció a su estado de asilado y tramitó el FM3, una forma migratoria que le permitió trabajar libremente en el país.
Con su experiencia en la guerrilla salvadoreña y sobreviviente de los paramilitares, Juan José no tiene dudas de que estos grupos operan en México, como los llamados Matazetas.
“Es gente —dice— que ha tenido alguna instrucción militar. No necesariamente que esté en activo en una estructura militar. No es algo fortuito, es un proceso de años. En El Salvador, cuando empiezan a aparecer cadáveres, de inmediato se sabe que fueron los escuadrones de la muerte los responsables. En su forma de operar se pueden identificar. Son paramilitares porque un elemento civil sin instrucción militar no puede tomar ese tipo de acciones. Necesariamente debe haber una instrucción de alto nivel”.
Cucarachas y trozos de rata
La sensación de vómito que tenía Juan José Vargas convirtió su saliva en agua ácida que quemaba la garganta. No sabía qué día era, los ojos le dolían por la venda ensangrentada que le cubría parte de su rostro, sentía que un alambre de púas perforaba poco a poco sus párpados pequeños. Le dolía el brazo izquierdo pero no podía moverse, estaba tirado como un perro después de ser atropellado.
Un par de horas después, escuchó el rechinido de la puerta y, por inercia, supo que era la hora de la comida. Se arrastró con todas sus fuerzas hacia el platón de aluminio y desesperado se llevó a la boca alimento putrefacto, notó que estaba masticando cucarachas y trozos de rata. Así, en las tinieblas, sobrevivió Juan José en el temible Cuartel General de la Policía Nacional Salvadoreña. Durante 15 días, fue torturado física y psicológicamente antes de su traslado al penal La Esperanza, “Mariona”, donde estuvo recluido seis meses y medio, acusado de guerrillero, terrorista y comunista.
“Fueron dos semanas —recuerda— de intentos de asfixia, torturas, nos metían en la cabeza bolsas de plástico con cal, era tremendo. Nos obligaban a hacer ejercicios físicos para ridiculizarnos, nos lanzaban golpes en la cara y en las costillas. Te decían un día antes que te iban a empujar a una fosa donde serías enterrado, te empujaban de una grada y caías al suelo. Lo único que permitía mantenerte vivo era la convicción de que al final la dictadura acabaría”.
El 24 de febrero de 1984, elementos policíacos terminaron con toletazos el V Congreso Federal Ordinario de la Federación Sindical Revolucionaria, donde participaban activistas y líderes sindicales latinoamericanos. Todos fueron fichados, nadie escapó. La mexicana María Raquel Gutiérrez y 14 hombres fueron detenidos.
Esa fue la segunda ocasión en que Juan José pisaba la cárcel. Sin duda, la más terrible y dolorosa. En 1979 lo detuvieron una semana tras una huelga que lideró en Tipografía Central, al exigir mejores condiciones salariales y de trabajo. Esta empresa se encargaba de elaborar la guía telefónica y los libros de educación televisiva. Juan José era el encargado del mantenimiento electromecánico de la compañía, su primer y único trabajo en El Salvador.
Desde los 14 años, cuando cursaba la escuela secundaria, Juan José se involucró en los movimientos estudiantiles, después en la lucha sindical, en la Coordinadora Revolucionaria de Masas y, paralelamente, colaboró con el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional para terminar con los gobiernos militares y derechistas que se mantenían con el apoyo de Estados Unidos.
Hace dos años y medio, se vivió en El Salvador una victoria histórica de la antigua guerrilla. Por primera vez, desde que hace dos décadas dejara las armas y firmara los acuerdos de paz que pusieron fin a la guerra civil que causó 75 mil muertos, el Farabundo Martí conquistó la Presidencia de la República.
Su candidato, el periodista Mauricio Funes, terminó con 15 años de la mano de hierro de ARENA, partido de derecha. Escoltado por los viejos comandantes guerrilleros, Funes dijo que “hoy hemos firmado un nuevo acuerdo de paz, de reconciliación del país consigo mismo. Por esta razón, invito desde este momento a las diferentes fuerzas sociales y políticas a que construyamos juntos el futuro. No me cabe ninguna duda que este día ha triunfado la ciudadanía que creyó en la esperanza y venció el miedo”.
Echo de menos la comida salvadoreña
—¿Valieron la pena tantos años de lucha?
—Lo ideal habría sido que se tomara el poder por la vía armada y que la ofensiva del Farabundo Martí de 1989 no se hubiera suspendido. Estoy seguro de que se hubiera logrado algo más. La forma en que terminó el conflicto demuestra que es un proceso no acabado. En este momento, se han dado algunos cambios en el país, no hay represión, eso ya es ganancia, hay libertad de expresión, hay aspectos de democratización, pero vemos una atomización de la sociedad. Funes no va a lograr los cambios urgentes si la población no está organizada.
A sus 55 años, Juan José no ha cambiado mucho. Sigue vistiendo de camisa larga y pantalón de casimir. Dice que siempre le ha gustado estar “presentable” y que sus compañeros lo llamaban “pequeño burgués”. Sin embargo, su pelo y su bigote espeso se volvieron de un color blanco grisáceo. El tiempo no olvida a nadie.
—A casi 24 años de distancia, ¿pensó que se quedaría en México?
—Desde que conozco el país en 1981 tengo vínculos con mucha gente en el ámbito laboral, personal y político. Históricamente México y Centroamérica son lo mismo. Si voy a cualquier lugar y me preguntan “de dónde es”, puedo decirles que de Veracruz y nadie se entera que soy de El Salvador. Cuando salgo como asilado político, me plantean que puedo vivir en Australia, Canadá, o algún país europeo. Sin embargo, decido quedarme en México, es lo más cercano a mi gente.
—¿Qué extraña de El Salvador?
—Echo de menos la comida. Añoro las pupusas, son como las gorditas, sólo que son cocinadas en el comal y no en aceite, llevan frijol, chicharrón, queso y combinadas. Los tamales que se parecen a los oaxaqueños; el chilate, que es un atole simple, lleva pimienta gorda y se acompaña con dulce, camote en dulce, muy sabroso. En Semana Santa, el pescado envuelto, el tamal cenizo. También las distancias, El Salvador lo recorres rápidamente, en una hora estás en la playa.
—¿Cómo conoció a su esposa?
—Estoy casado con una mexicana. La conocí cuando estaba haciendo actividades de solidaridad para El Salvador. Carmen trabajaba como secretaria en la Unión Obrera Campesina y Popular, tenía un local en la calle 20 de Noviembre. Ahí la conocí y empezó a participar con nosotros. Se termina el conflicto en El Salvador, y nos dispersamos. En Tepozotlán, un amigo me dice que la vio y me dio su número. Nos contactamos y con el tiempo tuvimos una relación afectiva. En 1992 nos casamos, justamente el Día de la Bandera. Con ella tengo a mis dos hijos: Julio y Jorge.
Desde hace mucho tiempo, Juan José ha dicho adiós a lo que duele tener o abandonar, a la mala nostalgia. Siempre guardará en su mente las palabras que escuchó de su madre Julia Lemus cuando lo visitó en el penal de “Mariona”. Con su voz dulce y la piel seca y arrugada le dijo: “Yo no lloro porque me estoy guardando mis lágrimas para el último día”.
Doña Julia murió en 1993. Su hijo no pudo llorarle el día de su funeral: por razones migratorias no consiguió regresar. Tres años más tarde, su padre Jesús Vargas, cerró de golpe su mirada, y tampoco estuvo en su velatorio. Dicen que las lágrimas son amargas, pero más amargas son las que no se derraman.
Este año, Juan José Vargas Lemus tramitó su naturalización, quiere ser mexicano aunque siempre lo fue.