Económico, mediático y fractura

Por José Elías Romero Apis

Las contiendas internas de los partidos políticos tienen el aspecto positivo de brindar ciertos mensajes de democracia interna y de remisión de las decisiones unipersonales cupulares. Pero conllevan un severo costo, por lo menos en tres aspectos.

El primero de ellos es el económico, el cual no es menor. Muchos recordamos que, en el PRI del año 1999, el partido recomendaba no realizar contienda ni elección general interna porque eso lo quebraría financieramente. Pero Ernesto Zedillo insistió, se impuso y el partido quebró antes de iniciar la contienda constitucional.

Un segundo aspecto podría llamarse mediático. Los contendientes internos se “vacían” antes de tiempo. Cuando los elegidos son postulados empiezan a refritear su discurso de precampaña, a aburrir a los electores y, muchas veces, a contradecirse de manera irreflexiva.

El tercero y, quizá el más grave, es la fractura en la unión interna, sobre todo por los ataques que se vierten los propios aspirantes pero, más grave aún, por los que surten sus seguidores, casi siempre más desconsiderados y hasta más léperos que los mismos interesados.

Así, ha podido observarse que en el seno del PAN, descontando las formas de urbanidad muchas veces mal simuladas, han sido evidentes los conatos de colisión entre Ernesto Cordero, Santiago Creel y Josefina Vázquez Mota.

En el interior del PRD no puede ser más acre la contienda entre Marcelo Ebrard y Andrés Manuel López Obrador, antiguos asociados y hoy enconados adversarios en pos de la postulación presidencial.  Todo esto, sin contar con las disputas en torno a la sucesión dirigencial que culminó en acusaciones muy profundas, particularmente del orden moral.

Dentro del PRI, se está tratando de evitar el mismo fenómeno, que sería más grave por su mayor conspicuidad ya que, por mucho, es el partido que más interesa a la opinión pública de hoy en día.

Toda acusación, aun las tan ligeras y aparentemente inocuas como las que se han vertido hasta ahora, conlleva un trasfondo de profunda descalificación. Desde luego que todos dirán que son políticos maduros, que su amistad está más firme que nunca, que más vale la libre palabra que la lisonja hipócrita, que no va a pasar nada malo con su contienda.

Pero, de no ser así  ¿qué va a hacer cada uno cuando pierda la interna? ¿Van a aceptar como candidato a un individuo al que acusaron? ¿Van a brindarle el apoyo de sus seguidores? ¿Van a desdecirse de sus palabras? ¿Van a aceptarle un cargo? ¿Van a oponérsele? ¿Van a renunciar a su partido?

Y, ¿qué va a hacer el vencedor con los que lo denunciaron de diversos hechos? ¿Va a incorporar a los que acusó? ¿Va a aceptar su apoyo? ¿Los va a excluir de su campaña y, quizá, de su gobierno? ¿Los va a perseguir?

Y, ¿qué van a hacer los simpatizantes de cada aspirante? ¿Van a renegar? ¿Van a persistir? ¿Van a implorar perdón al vencedor?  ¿Van a reclamar venganza si son vencedores? ¿Van a escindir a su partido? ¿Van a unirse a los opositores?  En fin, cada quien tiene que asumir la responsabilidad de sus palabras y las consecuencias de aceptar o las de censurar las palabras de otros.

Una buena regla clásica del ejercicio partidista es no olvidar que los adversarios verdaderos están fuera y no dentro del partido. Que la contienda es contra ellos. Que los humanos podemos perdonar las ofensas que nos han hecho, pero no las que imaginamos que nos han hecho. Que, en la política, se hacen muchos amigos de a mentiras y muchos enemigos de “a deveras”. Y que, aunque en muchas ocasiones y muchos individuos no tengan conciencia de ello, un partido es una estirpe, no una tribu.

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