Carlos Guevara Meza

Como se había mencionado en este espacio, el presidente palestino Mahmoud Abbas presentó formalmente su petición para que la ONU reconozca a su país como Estado miembro con plenos derechos. Esto significa que la solicitud debe ser aprobada por al menos 9 de los 15 miembros del Consejo de Seguridad. Cuenta ya con seis seguros (China, Rusia, Brasil, Líbano, India y Sudáfrica), otros cuatro miembros pertenecen a la Unión Europea que no ha tomado una posición conjunta sobre el tema (Gran Bretaña, Francia, Alemania y Portugal), otro país europeo pero no perteneciente a la Unión (Bosnia-Herzegovina), dos países africanos que tampoco se han manifestado (Gabón y Nigeria ), uno latinoamericano que probablemente votará por el lado que decida Estados Unidos (Colombia) y los norteamericanos que ya anunciaron que votarán en contra y que incluso están dispuestos a ejercer su derecho de veto.

Tanto el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, como el presidente Obama se presentaron ante la Asamblea General para rechazar la propuesta. Los argumentos de ambos eran de esperarse pues los han repetido incansablemente desde hace meses: que la propuesta palestina es una acción unilateral que empantana el proceso de paz. Pero lo más significativo no es lo que dijo Obama, sino la forma en que lo dijo.

El presidente estadounidense afirmó con todas sus letras que: “la paz no se alcanza a través de declaraciones y resoluciones de Naciones Unidas.” Matizó que la paz se logra con “el compromiso de los que deben vivir juntos, aún después de nuestros discursos y de que nuestros votos sean contados”, que la paz no debe concebirse simplemente como una situación de falta de guerra, sino como una de “realización de las personas y las sociedades” viviendo con “justicia y dignidad”. Pero afirmó también que “no hay atajos para la paz”, frase muchas veces repetida y cuestionada por la prensa internacional que no olvida 20 años de negociaciones estancadas sino es que fracasadas en relación con el conflicto palestino-israelí.

Pero los matices que tejió Obama no disminuyen lo impactante de una declaración que prácticamente niega a la ONU cualquier legitimidad. ¿Qué sentido tiene un organismo multilateral que no puede y no debe intervenir en los conflictos bilaterales? ¿No es la base misma de la ONU la presunción de que el interés de todos debe sobreponerse a los de pocos que comprometen con sus acciones la paz del mundo? ¿No se trata de que la presión y los mecanismos multilaterales permitan resolver las disputas que ponen en riesgo la seguridad de las regiones e incluso del mundo entero? ¿No es esto lo que ha argumentado Estados Unidos cuando desea el apoyo internacional para las guerras de Irak y Afganistán, cuando desea que Irán detenga su programa armamentista?

Obama señaló que lo que hace tan difícil la paz entre israelíes y palestinos es que ambos “tienen sus legítimas aspiraciones”, pero eso mismo puede decirse de cualquier conflicto en cualquier parte del mundo. La descalificación que Obama hace de la ONU, que ya de por sí cuenta con poca legitimidad por su falta de acción, es verdaderamente desesperanzadora pues anuncia tiempos oscuros para lo porvenir.