Gildardo González Ramos

Por Martín Tavira Urióstegui

“Más vale tarde que nunca”, dice nuestro pueblo. El diputado local Jesús Lucas Angel, presidente de la Comisión de Cultura Indígena, acaba de declarar que en esta 71 Legislatura, “se encuentra en proceso final la Reforma Constitucional para el Reconocimiento de los Derechos de los Pueblos Indígenas de Michoacán”, y que en pocos días se someterá a la consideración del pleno.

Señaló que “se analiza y estudia la generación de espacios donde sea posible aportar una visión técnica de las necesidades y problemáticas de los pueblos indígenas”.

Informó que de acuerdo con el censo de 2010, “en Michoacán hay 136 mil 608 personas de cinco años y más que hablan lengua indígena, lo que  representa el tres por ciento y que desgraciadamente en los últimos años se ha dejado de practicar la lengua indígena, por lo que se han perdido varios dialectos”.

No sabemos en qué sentido el diputado usa la palabra dialecto; porque mucha gente emplea este término en sentido despectivo, considerando que el dialecto no llega a lengua, como el español. Cada lengua tiene sus formas dialectales en distintas regiones o países. Así, el español tiene sus dialectos tanto en España como en América Latina. El tarasco tiene también sus dialectos en la Región Lacustre, en la Meseta o en la Cañada de los Once Pueblos.

En estos momentos en que existe la preocupación y el empeño de legislar en favor de la población indígena, es oportuno referirnos a un libro que comienza a circular en Michoacán: Memorias de un purhépecha. Indigenismo y antropología social, de la autoría del antropólogo Gildardo González Ramos, editado por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Es una obra de algo menos de 500 páginas.

Pretende ser la memoria de un hombre que se dedicó con pasión y sabiduría a la antropología social, en diferentes regiones y comunidades indígenas del país. Pero es más que eso, porque analiza las condiciones económicas, sociales, políticas y culturales de los indígenas de México, aunque hinca más su diente intelectual en los pueblos indios tarascos, en donde nació y se crió.

González Ramos hace un estudio a fondo de su lugar de nacimiento, Patamban, enclavado en la periferia de la Meseta Tarasca. Describe con acuciosidad la geografía, la historia, las tradiciones y costumbres, las influencias culturales, los problemas de las tierras, las artesanías, las fiestas cívicas, las relaciones familiares, los personajes destacados en la política y en el arte y la cultura, la toponimia, las repercusiones de la revolución mexicana en la región, la educación, especialmente el papel que tuvieron los Internados de Segunda Enseñanza, creados por el presidente Lázaro Cárdenas. Rememora sus años de estudio en el internado de Zamora, que se trasladó en 1943 a Tacámbaro, en el mismo estado de Michoacán, hermoso pueblo —“balcón de la Tierra Caliente”— en donde también cursó la secundaria este humilde escribidor.

Quien quiera conocer la política indigenista de diversos gobernantes, desde Lázaro Cárdenas hasta Luis Echeverría, debe leer esta obra de González Ramos. Claro que pone el acento en la política cardenista sobre los pueblos originarios de México, que marca la dirección correcta en este terreno.

El antropólogo nos da cuenta de la importancia que revistió el Primer Congreso Interamericano Indigenista, que tuvo lugar en Pátzcuaro, en abril de 1940, convocado por el presidente Cárdenas, al cual concurrieron personalidades como Luis Chávez Orozco, jefe del Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas, quien encabezó la delegación mexicana; los antropólogos Manuel Gamio, Moisés Sáenz, Miguel Othón de Mendizábal y Alfonso Caso. De los extranjeros se pudo contar con la presencia de Mauricio Swadesh, Norman Mc.Quown y Paul Kirchhoff. El doctor Gonzalo Aguirre Beltrán nos recuerda que la voz de la delegación mexicana la llevó Vicente Lombardo Toledano, presidente de la Confederación de Trabajadores de América Latina, quien pronunció el discurso resumen.

Pensamos que los políticos michoacanos, especialmente los que aspiran a gobernar el Estado, deben conocer al dedillo los problemas (no la problemática) de las comunidades y zonas indígenas de la Entidad, para que estén en condiciones de trazar y llevar a la práctica una política que lleve al progreso real de nuestros pueblos nativos.