Calderón no vaciló en decapitar programas capitalinos


Ser lo que soy no es nada

sin la seguridad.

Shakespeare

 

Por José Alfonso Suárez del Real y Aguilera

 

Pese al incuestionable esfuerzo y coordinación de mandos que caracteriza a las labores de seguridad pública de la capital de la república, en las últimas semanas se han comenzado a registrar acciones de alto impacto, indicativas del desplazamiento de la escalada de violencia criminal que se resiente en una gran parte del territorio nacional.

Junto al inusual incremento de explosiones en cajeros automáticos e instalaciones públicas —como fue el caso del Centro de Atención al Público de la CFE en Iztapalapa—, el pasado 3 de octubre estallaron dos artefactos en la central de una importante compañías de paquetería en pleno corazón de la delegación Cuauhtémoc.

Si bien es cierto que las autoridades capitalinas han plantado cara y han estado al tanto de impedir que dichos eventos generen especulaciones que, como en el caso de Veracruz fueron  propiciadas por  la negación y el sospechoso silencio institucional ante la ocurrencia de este tipo de eventos, los esfuerzos de las autoridades capitalinas topan con la profunda desconfianza social a todo aquello que provenga del ámbito gubernamental.

En este contexto de incertidumbre se explica la incredulidad generada por eventos como el “apagón” de las pistas del aeropuerto internacional de la capital de la república así como el devastador incendio de la panadería y las bodegas del WalMart de la colonia Buenavista.

A tan lamentable proceso de profundización de la desconfianza colectiva se suman eventos tan indignantes y condenables como la balacera en el Wing´s de Periférico y, evidentemente, el macabro hallazgo de dos cabezas cercenadas a pocos metros de la misma vialidad.

Pese al discurso oficial y a las innumerables muestras de responsabilidad desplegadas por los responsables de la seguridad pública y la procuración de justicia de la capital, la concatenación de estos hechos y su recurrencia irrefutablemente muestran las vulnerabilidades propias de una de las conurbaciones más abigarradas del mundo.

Para nadie es ajeno que una de las fortalezas de la seguridad pública del Distrito Federal estriba precisamente en el principio de mando único y en la fluida coordinación entre las instancias responsables del gabinete de seguridad pública, que día a día informa y acuerda con el jefe de Gobierno las acciones y previsiones en la materia.

A la par de estos sólidos procesos vinculatorios, se ha venido consolidando una política pública de avance tecnológico, la cual ha permitido generar una de las redes de videovigilancia más extensas del mundo, gracias a la cual han quedado integradas las principales vialidades de la metrópoli y las líneas más concurridas del Metro.

Para nadie es un secreto que ante el inminente proceso electoral del 2012 las obsesiones partidistas por conquistar o retener el poder se manifiestan en deleznables acciones como el uso faccioso de la justicia y del presupuesto para ejercer presiones políticas en contra de los adversarios.

El Distrito Federal es la cereza del pastel de cualquier estrategia electoral, y en ese sentido los gobiernos federales de Acción Nacional se han esmerado por asestarle salvajes recortes presupuestales como el que se ha denunciado y que demuestra que Felipe Calderón no vaciló en decapitar muchas de las acciones, obras y programas de la ciudad, sin reparar que todas ellas están intrínsecamente vinculadas a la seguridad pública de todos los capitalinos, lo que lo incluye a él y a su familia.

En vez de dar rienda suelta a sus fobias, obsesiones y afanes decapitadores bien haría el michoacano en abrevar en Macbeth, de William Shakespeare, para comprender que ya, desde el siglo XVI, el dramaturgo isabelino reconocía que sin seguridad el poder y el ser humano son nada.