Consumatum est
Bernardo González Solano
¡Uf! Al fin bajó el telón de la más larga y extravagante astracanada “política” en la historia de Italia. Parecía que nunca iba a terminar. Ocho días antes de presentar su renuncia al cargo de primer ministro, la caricatura de sí mismo, Silvio Berlusconi, todavía decía que “eran rumores periodísticos” su inminente abandono del poder después de diecisiete años, casi dos décadas. Se acabó la juerga.
Desde el viernes 4 de noviembre, al regreso de la cumbre del G-20 en Cannes, encerrado en su residencia romana, el palacio Grazioli, con sus más cercanos colaboradores, Il Cavaliere se enfrentó a la cruda realidad: “Silvio, ya no tienes la mayoría en la Cámara de diputados… debes retirarte”, le dijeron.
El ministro de Economía, Giulio Tremonti, no se anduvo por las ramas: “Con razón o sin ella, el problema de Italia eres tú… Esto se terminó, inútil es que trates de engancharte”; algo similar le cantó el domingo 6 el ministro del Interior y miembro de la Liga del Norte, Roberto Maroni. El sábado 5 de noviembre más de cien mil manifestantes reunidos en la capital le exigieron la renuncia. El sábado 12, Berlusconi renunció.
Así las cosas, el sábado 12, después de que el Parlamento —diputados y senadores— aprobó las reformas exigidas por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional para salvar a Italia de la quiebra económica y de la hecatombe del euro, Berlusconi renunció a la primera magistratura en el Palacio del Quirinal, residencia de la presidencia italiana, ante el presidente Giorgio Napolitano. Consumatum est.
Las cifras
Las cifras alarmantes de la deuda nacional (120% del Producto Interno Bruto) y su larga lista de excentricidades (algunas verdaderos delitos) y las demandas del mercado, aparte de la Cámara de Diputados y el Senado, pusieron punto final al periodo más esperpéntico de la reciente historia de Italia. Y vaya que la península ha conocido capítulos escabrosos durante su antiquísima crónica. El tercer gobierno de Berlusconi, formado en la euforia de una clamorosa victoria electoral en mayo de 2008, se disolvió en medio de la debacle: 54 votos de confianza no le permitieron adoptar las reformas esenciales que prometió a Italia. Su partido, el Pueblo de la Libertad, sufrió una gravísima hemorragia, claramente lejos en los sondeos por el Partido Demócrata, de oposición.
Berlusconi dirigió tres gobiernos durante ocho años y medio, un récord para un país en que los titulares del Ejecutivo se sucedían casi cada nueve meses desde la Liberación en 1945. Berlusconi siempre se ha jactado de haber creado su imperio —mediático y de la construcción— de la nada, de encarnar el sueño estadounidense del self-made man (hombre hecho a sí mismo); se inició en la política en 1994, a los 58 años, para “cerrarle el paso a los comunistas”. En marzo de aquel año, ganó las elecciones con 366 diputados sobre 630. El líder comunista de la época, Achille Occhetto, reconoció: “Si él no hubiera ganado, nosotros habríamos tomado el poder”. El resto es historia.
En Los últimos días de Berlusconi, el escritor italiano Robert Saviano —el autor de Gomorra donde denuncia las actividades de la Camorra, libro por el cual está amenazado de muerte— cuenta: “Ennio Flaiano, genial escritor italiano, decía que en Italia la línea más corta entre dos puntos es el arabesco. Los casi 20 años del gobierno de Berlusconi han sido un arabesco: la línea más larga posible entre lo viejo y lo viejo que se hacía pasar por nuevo. Entre Democracia Cristiana y democracia cristiana. Cuántas mentiras en estos veinte años, cuántas mistificaciones. Desde los falsos orígenes humildes, para que el italiano medio pudiera identificarse con él, a la mentira mayor de todas, pasada de boca en boca y progresivamente vacía de todo significado. La mentira según la cual un hombre que ha creado un imperio, que es rico y que está al frente de empresas prósperas —o que parecían serlo— no tiene necesidad de robar, de sustraer dinero público al país, como lo habían hecho los partidos en la Primera República. Un sueño que se basó en embustes y equívocos porque, una vez eliminados los padrinos políticos, fue preciso que Berlusconi controlara la situación. Y que en poco tiempo transformara la política en un campo de futbol en el que los ciudadanos son hinchas que vitorean sus colores independientemente de cómo lo esté haciendo el equipo, todo lo más le silban un ratito, pero que siempre y solamente quieren ver la victoria”.
Sábado 12 de noviembre
Por todo esto, los italianos no podrán olvidar el sábado 12 de noviembre de 2011. Pocos minutos antes de las 22 horas de aquel día, casi interminable, el primer ministro, de 75 años, renunció al cargo. No lo hizo por no recibir un voto de confianza (uno más de los 50 que pidió al Parlamento), ni porque esté bajo cinco procesos judiciales por inducción a la prostitución de menores y fraude fiscal, sino porque la Unión Europea pidió su cabeza al férreo presidente Giorgio Napolitano, que siempre lo combatió. Berlusconi se va, pero como el papa Juan Pablo II: “se va pero se queda”. La herencia maldita de Silvio Berlusconi no será fácil de consumir. La II República se acaba, todo un sistema político vuela en pedazos, y sobre sus escombros, mientras el país vive los días más sombríos para su economía desde la posguerra a mediados de los años cuarenta del siglo pasado, deberán construirse los cimientos de una III República.
Los mitos tienen una vida dura. La realidad es más contrastada. El “capitán lombardo” perdió el Poder Ejecutivo, pero todavía dispone de una inmensa fortuna (dicen que es el italiano más rico del país), de 40 periódicos, de muchas televisoras que pueden ayudarle a fomentar una revancha para superar su “profunda amargura” que le provocaron los insultos populares que recibió después de presentar su renuncia. Como sea, ahora se levanta la III República.
El regocijo por la salida de Berlusconi no sólo fue interno. En todo el mundo hubo reacciones a favor de la renuncia. Entre muchos otros medios que se regocijaron por el hecho, hay uno que publicó algo genial. La revista semanal inglesa The Economist, que no ha sido favorable al Cavaliere, comenta con sarcasmo su sálida del escenario: That’s all folks (Eso es todo, muchachos), como dice la frase final de las caricaturas de Hollywood. E1 personaje aparece vistiéndose en medio de muchas chamaquitas desnudas…
Como todo en la vida: ni falta el que se va ni sobra el que se queda. El serio presidente de Italia, Giorgio Napolitano, no es personaje de juegos ni de irresponsabilidad. Sabía que había que actuar rápido. En los últimos días, se convirtió en el personaje mas popular de Italia. Tiene tal ascendiente que el politólogo Ilvo Diamanti estimó que Italia se ha convertido en una “república parlamentaria presidencialista”. Preparó al sucesor de Berlusconi. Días antes de la renuncia nombró senador vitalicio al sexagenario catedrático y economista, Mario Monti. Todo indica que Monti (el gentleman tecnócrata) será el nuevo primer ministro reconocido, por propios y extraños, cono europeísta, pragmático, justo y riguroso. El tendrá que hacer un trabajo ímprobo que algunos auguran irrealizable.
En la noche del sábado 12, en sus oficinas del Palacio del Quirinal, el presidente Napolitano recibió a los más altos personajes del país, a los presidentes de las dos cámaras del Parlamento, ex presidentes de la república y representantes de los partidos. El humo blanco salió de sus oficinas una vez que Monti, ex comisario europeo, fue oficialmente convocado por el presidente. En el ínterin, Napolitano midió el estado de las fuerzas políticas con las que podía contar Monti: la izquierda con su principal miembro, el Partido Demócrata, y al menos el tiempo de responder a los imperativos de la crisis financiera, la Italia de los Valores de Di Pietro. El centro con la UDC, de Pier Ferdinando Casini, que pretende acompañar al nuevo gobierno hasta el término de la Legislatura, en la primavera de 2013. “Los tiempos no están para engaños”, insistió el líder de los demócratas cristianos.
Monti
De tal suerte, el presidente de la república pudo medir así los obstáculos que se presentarían al nuevo gobierno. Gobierno que sería dirigido por el actual presidente de la prestigiosa Universidad Bocconi; economista capaz de escoger a los funcionarios ideales de un equipo gubernamental más técnico que político, más sensible a la urgencia de la respuesta para resolver la crisis financiera que los pequeños intereses políticos.
Monti nació en marzo de 1943 en Varense, Lombardía, inició estudios comerciales en la gran Universidad Bocconi de Milán (de la que es presidente del Consejo Administrativo desde 1994); completó su formación en Yale, Estados Unidos, bajo la tutela del futuro Premio Nobel de Economía, James Tobin, antes de regresar a dictar cátedra en Italia.
Monti es un hombre de aspecto austero, discreto en su vida privada, sin nexos conocidos con el establishment político. Monti no tiene necesidad de enviar su curriculum vitae ni a Bruselas ni a ninguna otra capital europea. En la Unión Europea desempeñó durante diez años el comisariato europeo, y estuvo a cargo del Mercado Interior de 1994 a 1999 y de Competencia hasta noviembre de 2004. Cuando desempeñaba este cargo fue cuando dispuso una colosal multa de 497 millones de euros a Microsoft, el gigante estadunidense dirigido por Bill Gates, como infracción a las leyes europeas antitrust. Su lema de trabajo era: “Abajo los privilegios”. Nada que ver con Silvio Berlusconi

