¡Mmmmmmmmmm!
Guadalupe Loaeza
Hace unos días, y como cada año, se llevó a cabo el Salon Du Chocolat Professional en París. Este es considerado como el evento más importante en su rubro. Habiendo culminado el pasado viernes 21, registró un promedio de 20 mil visitantes: la mayoría franceses y gente de otras partes del mundo, en su mayoría de Bélgica, Alemania, Reino Unido e Italia. De haber estado yo presente en esta maravillosa feria, hubiera compartido con los asistentes estos recuerdos.
Basta con que pruebe un pedacito de una tableta de chocolate, para que en mí surja el mismo efecto que solía embargar a Marcel Proust siempre que le daba una mordida a su madelaine, es decir, súbitamente mi memoria involuntaria va en busca del tiempo perdido.
Entonces me veo a los seis años en el patio del Colegio Francés de San Cosme. Allí estoy con mi uniforme azul marino de cuello y puños blancos deshilados. De pronto viene hacia mí madame St. Louis con su peluca pelirroja cubierta con una red: Tiens, ma petite, tu as gagné un chocolat, me dice a la vez que me tiende, con su mano regordeta, una Vaquita Wong. Tomo el chocolate y en un dos por tres, le retiro su envoltura color lila en donde aparece la fotografía de una vaca chiquita con manchas negras y blancas. Igualmente le quito el papelito plateado que cubre ocho cuadritos de un manjar que me parece único. ¡Mmmmmmmmmm!, exclamó al mismo tiempo que cierro los ojos y mis papilas gustativas advierten su maravilloso sabor. ¡Qué delicia! Me sabe a gloria.
Se diría que en ese preciso instante, todos los ángeles del cielo, me elevan por las nubes para llevarme a un paraíso en donde nada más crecen árboles de cacao cuyas hojas son puras tabletas de chocolate.
Mi madre tenía una relación muy extraña con el chocolate. Su gusto no era muy refinado que digamos. Se podía conformar con una tableta de chocolate Ibarra o La Abuelita, especial para la cocina. Recuerdo que le daba grandes mordiscos y se las comía en un dos por tres. El chocolate caliente se lo tomaba con todo y nata. Igualmente tenía costumbre de agregar más chocolate, de lo recomendado, al mole. Le quedaba delicioso.
Lo que mi madre disfrutaba mucho era sacarle espuma en tanto hacía el chocolate. Todavía la veo en la minúscula cocina de la casa, frente a la estufa Acros, volcada hacia la olla de barro, agitando vigorosamente el molinillo. Me encantaba ver cómo iba subiendo esa espuma morena, espesa y aromática.
¿Me dejas tratar?, le preguntaba insistente, pero ella no me escuchaba. Estaba demasiado concentrada, seguramente, en sus problemas. ¿En qué pensaba doña Lola mientras le sacaba espuma al chocolate de su marido? Tal vez en su pan de huevo de Guadalajara con el que seguramente lo sopearía, o bien, quizá, entonaba inconscientemente la canción que se puso tanto de moda en esa época y que decía “toma chocolate, paga lo que debes…”, por las deudas que siempre la agobiaban.
Sin embargo, en su caso, la consigna funcionaba contrariamente, le abría más el apetito. Curiosamente una de sus frases que más repetía era la de “las cuentas claras y el chocolate caliente…”
La verdadera historia del chocolate de Sophie y Michael Coe, en donde los autores, niegan lo que solían afirmar los españoles en el sentido de que Moctezuma necesitaba estimulantes sexuales. Los que sí necesitaban del consumo del chocolate, eran, precisamente, los conquistadores. Debido a sus problemas digestivos, lo consumían como laxante.
No obstante el rumor de que el chocolate era afrodisíaco se regó como pólvora por toda Europa en el siglo XVIII. Fue así que Casanova remplazó el champagne su “elixir de amor”, por el chocolate caliente.
Por su parte, el marqués de Sade colocaba en los postres que les ofrecía a sus conquistas, algunos granos de cacao: hasta las damas más respetables eran incapaces de resistir el furor uterino que las habitaba. Gracias a estas pastillitas, el Marqués de Sade, pudo, incluso, conocer los favores de su cuñada…
Ahora que soy abuela, quiero aprender a cocinar los mejores postres de chocolate para Tomás, mi nieto. Para iniciarlo en el gusto del chocolate, le compraré una caja de tabletas de Carlos V “el chocolate emperador y el emperador de los chocolates”; le compraré una bolsita de monedas de chocolate envueltas en papel dorado de La Marquesa; le compraré cinco latas de Chocolate Express pulverizado y luego cantaré: “Yo soy sano y fuerte como aquí me ves porque tomo siempre chocolate Express”;
Llevaré a mi nieto al Moro a comer churros y chocolate; le ensañaré a decir chocolate en varios idiomas y por último le haré mi especialidad, es decir, la mousse au chocolat cuya receta, ¡¡¡única!!! era de su tatarabuela francesa.