Es necesario un liderazgo enérgico


 

        Consenso es la negación

del liderazgo.

      Margaret Thatcher

 

José Fonseca

 

En 1982, asumió la presidencia del gobierno español el socialista Felipe González, en medio del temor del sector privado, tanto que en esos días salieron de España casi 6 mil millones de dólares.

El PSOE, como toda la izquierda, había sido adversario de la OTAN y del capitalismo de la comunidad europea.

González, sin embargo, fue un líder pragmático. Impulsó un referéndum que aprobó el ingreso de España a la OTAN y a la Comunidad Económica de Europa.

Esas decisiones, resultado de su enérgico liderazgo, detonaron en España una prosperidad generalizada como no habían vivido los españoles ni cuando en su imperio no se ponía el sol.

En 2003, asumió la presidencia de Brasil el sindicalista Luiz Inacio Lula da Silva. Los pronósticos hablaron de una nueva izquierda en el poder.

Apenas asumió su mandato, Lula reunió a los principales empresarios españoles. Algunas designaciones de su gabinete y su política económica los convencieron que no se alterarían los fundamentos económicos construidos por su antecesor Henrique Cardozo, mandatario liberal de la social democracia.

Convenció a los empresarios de invertir en el mercado interno, de aumentar salarios y creó las condiciones para que durante sus dos periodos presidenciales se redujera la pobreza en más de 30 por ciento y convirtió a Brasil en una potencia económica y política.

Son apenas dos ejemplos de lo que significa para las naciones contar con líderes lúcidamente inteligentes, enérgicos y dotados de gran capacidad para la política.

Los teóricos de la democracia que se han multiplicado en la última década han mitificado el consenso, lo han convertido en la elusiva meta de las decisiones políticas. Olvidan que el Diccionario de la Lengua Española, al definir consenso, lo equipara a la unanimidad.

Quizá ése ha sido el problema de México en los años recientes. Los liderazgos políticos no conducen, pretenden el consenso, pero el consenso es el principal obstáculo para la toma de decisiones sensatas, adecuadas, pero impopulares.

A México le ha faltado un liderazgo político que convenza, empuje, provoque, jale. Un liderazgo que no tema a la impopularidad. Un liderazgo que sólo confronte en situaciones extrema.

A riesgo de ser tachado de “nostálgico del pasado autoritario” me atrevo a recordar que México en sus mejores épocas ha tenido ese liderazgo.

El problema es que hay tantas teorías entre nuestros demócratas redivivos que muchos de nuestros liderazgos políticos han confundido el ejercicio del poder en una democracia con una penosa falta de autoridad.

 

jfonseca@cafepolitico.com