No hay memoria de un espectáculo tan deprimente como el que dio la candidata del PAN al gobierno de Michoacán, Luisa María Calderón, Cocoa, entre la noche del domingo 13 de noviembre y la mañana del lunes, por los principales medios de comunicación.
Mientras el día de los comicios salía exultante a decir que había resultado triunfadora, apoyada en la información que le proporcionaban desconocidas casas encuestadoras de dudoso prestigio contratadas por su oficina, los datos oficiales le arrojaban en la madrugada un balde de agua helada.
A diferencia de la noche anterior, se presentó ante las cámaras de Televisa —en pantalla dividida junto con los otros contendientes— salida de la regadera, sin maquillaje, y evidentemente enojada.
Luisa María Calderón cometió ahí el error de convertirse en comparsa del candidato del PRD, Silvano Aureoles, quien, en medio del evidente estrés que le producía la derrota, sólo atinaba a acusar a Fausto Vallejo de haber ganado la elección por haberse aliado al crimen organizado.
Cocoa repetía como patiño los dichos de Aureoles, sin darse cuenta de que quien también estaba lanzando acusaciones, sin pruebas ni sustento, contra el candidato del PRI, Vallejo, no era cualquier competidor, sino la hermana del Presidente de la República.
Ella misma, en cobertura nacional, en pocos segundos y con unas cuantas palabras, se encargó de revertir la simpatía que pudo haber ganado y de crear un ambiente político creíble y favorable hacia Vallejo.
Las rabietas de la candidata panista, producto de su caprichosa candidatura, obligan a hacer algunas simples preguntas. Por ejemplo: ¿por qué si tenía pruebas de que el narcotráfico estaba contaminando la elección no lo denunció durante la campaña? ¿Por qué, cuando se creyó ganadora, no se quejó y aceptó los resultados? Pero además: ¿en dónde estuvieron durante los tres meses del proceso los miembros del Cisen, del Estado Mayor Presidencial y del Ejército y la Policía Federal que se encargaron, por órdenes de su hermano el Presidente, de proteger su vida?
Extrañamente, ni siquiera el asesinato del alcalde de La Piedad provocó la ira o la denuncia pública de Luisa María. En esa etapa, estaba demasiado arrobada con la posibilidad de su victoria, como para preocuparse por el asesinato de quien dijo era un ejemplar funcionario de su partido. ¿Por qué no iba a ganar, si era —o es— la hermana del hombre con más poder político en el país?
Hay una patológica relación entre los Calderón y Michoacán. Nada bueno le ha sucedido a la entidad desde que un michoacano llegó a la Presidencia. En términos psicoanalíticos, podríamos decir que existe una relación de amor-odio, odio-amor, caracterizada fundamentalmente por llevar desestabilización, violencia y pobreza.
La candidatura de Cocoa fue una síntesis de todas las anteriores arbitrariedades cometidas desde Los Pinos en contra del estado.
Más que una solución, el michoacanazo en 2009 significó la vulnerabilidad del orden constitucional y el fortalecimiento de las bandas criminales. Dio pie a una ópera bufa, donde el medio hermano del gobernador Leonel Godoy —Julio César Godoy Toscano—, exhibido por el gobierno federal como cómplice de cárteles, entró a formar parte de una especie de negociación política para permitir su fuga.
Además de gobernar, Vallejo va a tener que reconstruir las estructuras políticas, jurídicas, económicas y sociales del estado. Fausto ganó y hubiera arrasado de no haber tenido que competir contra el aparato y la impresionante derrama de dinero de Los Pinos.
La victoria de Vallejo es triple: ganó contra Calderón, contra Godoy y contra el crimen. No se justifican, entonces, las revanchas y menos los caprichos.
