Hijo de la fatalidad

Bernardo González Solano

La pregunta es definitiva: ¿será suficiente la cabeza de Georgios Papandreu para resolver la crisis de la Unión Europea?

En los últimos días, todo mundo —las elites políticas dirigentes, el sistema bancario (privado y público) y los medios de comunicación electrónicos e impresos— se lanzó a fondo contra el político griego y en su propio país se le tacha de que habla mejor inglés (nació en Estados Unidos, de madre estadounidense, en Minnesota, donde vivían Andreas Papandreu y Margaret Chant; estudió ciencias políticas en Amherst College y sociología en la London School of Economics) que el griego y que le gusta más el whisky que el uzo, y que baila mejor el rock que el zirtaky. Todos a una señalaron a Papandreu como irresponsable pirómano que trató de prenderle fuego a la casa europea. Pese a todo, su cabeza no vale tanto. E1 trasfondo de la moderna tragedia griega es más intrincado de lo que se supone. Así como lo es la inminente ópera italiana que protagoniza el rocambolesco Silvio Berlusconi. En poco tiempo se verá.

La cronología se remonta a poco más de dos años: el 21 de octubre de 2010, Papandreu acababa de acceder al poder y reveló que el déficit de 2009 no sería el 3.7% anunciado, sino el triple, un 12.5%. Lo cierto, resultó el 15%. ¿Por qué? Porque Grecia había falseado las cifras para ocultar el déficit. Seis meses más tarde, el 23 de abril de 2010, Grecia se convirtió en el primer país de la Unión Europea en solicitar el rescate financiero del viejo continente. Menos de un mes más tarde, el 2 de mayo de 2010, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional aprobaron el plan de rescate:otorgar préstamos a Atenas por 110 mil millones de euros. El 7 de julio del mismo año el parlamento griego aprobó medidas de austeridad prometidas a la Unión Europea y al FMI. Pese a todo, los problemas griegos no se resolvieron y la Unión Europea acordó, el 27 de octubre pasado, un segundo plan de rescate. Y, como acto supremo de la tragedia, Papandreu anunció lo inaceptable: que sometería el rescate y los recortes previstos por el plan a referéndum. Ahí fue la de Dios es Cristo. Conclusión: rodó la testa de Papandreu, pero los problemas continúan.

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La verdad sea dicha, la jugada de Papandreu fue una movida suicida y desesperada. Papandreu trataba de compatibilizar la imperiosa necesidad de obtener los fondos europeos con la de aliviar el acoso político y social al que internamente era sometido su debilitadísimo gobierno. Si se hubiera aceptado la “genial” idea de Papandreu, el Consejo Europeo habría perdido su razón de ser. Cualquier mandatario de un Estado miembro de la Unión Europea podría retractarse de los compromisos adquiridos por la vía de chantajear con un referéndum una vez de regreso a su país. No era posible que su propuesta prosperara.

Corazón de la crisis

En pocas palabras, la zona euro está en el corazón de la crisis financiera mundial. La zona monetaria más importante del mundo después de la del dólar que la crisis sitúa sobre una débil estructura y no en un Estado que cuente con un poder real. Esta estructura está a punto de perder la confianza de los ciudadanos y de los mercados debido a su incapacidad de resolver los conflictos, lo que coloca al sistema financiero al borde del precipicio.

Dicho de otra forma, la crisis financiera refleja una crisis política en el seno de la zona euro, una crisis que pone en duda la propia existencia del proyecto europeo. Si la unión monetaria europea se disgrega, no quedará gran cosa del mercado común, así como de las instituciones y de los tratados europeos. No es posible que de un día a otro se tiren a la basura tantos años de éxitos de integración europea; eso representaría consecuencias imprevisibles, no sólo para Europa, sino para todo el mundo.

Este posible fracaso —a estas alturas nada se puede dejar de ponderar— coincide con la emergencia de un nuevo orden mundial marcado por el término de dos siglos de preponderancia occidental. El poder y la riqueza parece volcarse hacia el Lejano Oriente y los otros países emergentes: Brasil, Rusia, China, India, mientras que Estados Unidos —el último imperio— se vuelve sobre sus propios problemas, abandonando el Atlántico en provecho del Pacífico. Le toca a Europa vivir lo que antaño le tocó imponer a otros. Si descuida su destino se convertirá en una marioneta de las nuevas grades potencias. Cosas de la historia.

Así las cosas, Papandreu, el primer ministro griego, el domingo 6 de noviembre puso fin a una de las más revueltas semanas que haya vivido Grecia desde el inicio de la crisis económica. Tras sólo dos años de gobierno, la debacle helénica con un desempleo del 16%, una deuda casi de 170% y una dependencia límite del dinero ajeno (del exterior) para sobrevivir, el famoso mandatario descendiente de un conocido clan político, tuvo que ofrecer su cabeza en bandeja de plata. Salvó el honor, pero perdió la testa.

Papandreu concertó con el líder de Nueva Democracia —la oposición conservadora— la formación de un gobierno de unidad que ya no encabezará. Obvio, sin cabeza no podría. El acuerdo incluye que el próximo Ejecutivo apruebe y gestione el rescate financiero del país a la espera de convocar a comicios anticipados en una fecha aún no precisada.

A lo largo de un domingo de reuniones inaplazables, el primer ministro, presidente, además, del partido socialista griego (Pasok), y Antonio Samaras, líder del principa1 partido de la oposición (la formación de centro-derecha, Nueva Democracia), pactaron formar un Ejecutivo transitorio junto con el presidente de la república, Karolos Papoulias.

En el momento de escribir este reportaje, en Atenas continuarían las negociaciones para formar el nuevo equipo de gobierno que ya se sabe no dirigirá Papandreu. Para salvar su honor, Papandreu logró, el viernes 4, superar una moción de confianza en el Parlamento, pero bajo la promesa de marcharse después. Un analista de la política griega, dice: “En el fondo de su alma [Papandreu] sigue sin pensar que debe irse, cree que no tiene la culpa de nada, y hará lo que sea por volver, es un Papandreu”.

La realidad es que el tiempo de Papandreu al frente de Grecia ya terminó. No obstante, dicen los expertos: “El primer ministro no puede dimitir oficialmente hasta que se acuerde un nuevo Ejecutivo porque, jurídicamente, un Estado no puede pasar ni una hora con vacío de poder”.

Asimismo, el nuevo gabinete durará lo necesario para poder aprobar el rescate y los presupuestos, pueden ser dos o tres meses, o menos, y lo dirigirá una persona de consenso. Después, habrá elecciones generales. Al redactar este reportaje no se había logrado el consenso para designar al sucesor de Papandreu.

Renuncia del primer ministro

E1 nuevo gobierno deberá ser aceptado tanto por los socialistas como por los conservadores. Cuando se logre, el primer ministro renunciará. No antes. Para reemplazarlo, muchos son los diputados de los dos bandos que defienden la selección de un personaje competente independiente, como Lucas Papademos, profesor de economía en la Universidad de Atenas, ex gobernador del Banco Central y ex vice-presidente del Banco Central Europeo, de 2004 a 2009. Hay otros.

Muchos griegos consideran que Papandreu no cumplió con su trabajo. Que olvidó que los problemas económicos no se resuelven por milagro y que el nudo gordiano de los problemas griegos no se desatan sin la espada adecuada y que el desafío esencial no se desvanece por arte de magia: conducir a los griegos a tomar conciencia de que el despilfarro se acabó y que deben aceptar ser como los otros (europeos). De otra suerte, ¿qué hacer frente a un infante enojón que niega obstinadamente la crudeza de la realidad?

Como Orestes o Edipo, Papandreu fue el hijo de la fatalidad, Grecia todavía vive de lo que logró hace 2 mil 500 años, bajo la Atenas de Pericles (495 a 429 a. C.). ¿Qué deuda financiera, tan pesada como sea, le puede más que el mensaje de Homero, Sócrates, Esquilo…?