Humberto Guzmán
Después de El cuarto oscuro de Damocles, era obligado leer la siguiente novela de Willem Frederik Hermans que anunciaba su editorial, No dormir nunca más. Ésta es diferente. Lo que le da un punto más a Hermans, que fue capaz de transformarse como escritor de un libro a otro. Es una gran diferencia entre esta literatura y la de los géneros populares, en donde es posible esperar lo que se va a leer; aunque cambien ciertos aspectos, el formato base permanece. En No dormir nunca más, Hermans redujo el número de los personajes así como de las acciones, tal vez con el propósito de concentrarse en disquisiciones intelectuales, temas científicos, sin desdeñar los humanísticos, sociales y de la vida diaria de los individuos protagonistas. Es, así, una novela intelectual, protagónica de su tiempo. Otro, quizá, le llamaría de tesis. Pero yo prefiero definirla como intelectual, porque Hermans no se dedicó a hacer la demostración de una tesis, precisamente, sino que, en el tono de la discusión entre pares, se discuten diversos temas, pasa de una idea a otra, como parte de un planteamiento intelectual y de su agilidad narrativa. Tampoco se queda en el mero ensayo literario, no es un ensayo, sino una novela, donde hay movimiento novelístico, de situaciones y personajes, basado en la narración en primera persona y en presente, por cierto, de Alfred Issendorf, lo cual le permite exteriorizar sus sentimientos y sobre todo sus opiniones, de acuerdo a su cultura y disciplina mental. De haberse descuidado el escritor, pudo haber resultado un relato híbrido y aburrido. Por fortuna fue todo lo contrario.
Hay una importante carga de humor en el relato de Hermans, según van ocurriendo los hechos, recurso ineludible si se quiere aligerar la narración, sobre todo de este tipo. En un momento conoce a una gringa madurita en busca de un poco de diversión, pero tiene un marido a quien ésta le llama Pedro Picapiedra, y ella se llama Wilma, Vilma, como la esposa de Pedro en la famosa caricatura de televisión de hace unos veinticinco o treinta años. Y el trato entre ellos, aunque el lector lo ve muy al paso, recuerda al de la pareja estelar de la caricatura. Pero esto es circunstancial en el relato. Es algo gracioso. Humorístico, como dije. Lo vertebral es que Alfred es un joven estudiante brillante que termina su licenciatura y piensa dedicarse a la investigación científica, referente a los meteoritos que se han estrellado en la Tierra. Como los de una inhóspita zona nórdica, a la que decide investigar con otros tres compañeros universitarios.
La novela podría ser un diario, pero es mucho más que eso, porque es el devenir mental, que nos describe cada uno de sus movimientos y pensamientos acerca de esa empresa de estudio y su vida personal. Esto es lo interesante. Contra todo lo que pueda imaginarse cuando dije que era una novela intelectual —término que pocos se atreverían a usar por temor a ser mal interpretados—, descubro los personajes novelísticos a los que hacía alusión. Y lo que hace a una novela o un cuento, no es tanto la historia o las anécdotas, sino los personajes creados, que son parte de la forma como se narra la obra. Casi me atrevo a decir que es necesario crear personajes para que éstos hagan la novela o el cuento.
“¿Qué ha gritado la niña?”, dice Alfred. “Ha gritado ‘¡cuidado!’”, contesta Arne. “Pero los niños no creen a otros niños. Un niño creerá antes a su padre que a otro niño. Igual que nosotros tendemos a creer antes a un extranjero que a un compatriota…”. “Si un noruego sale con algo nuevo, la gente suelta: ‘Seguro que no es bueno, porque todavía no lo hemos leído en un libro norteamericano. En cambio, si un norteamericano afirma alguna bobada y un noruego lo contradice, entonces dicen: ‘¡No está al corriente! No es más que un provinciano! ¡Le convendría irse un año a Estados Unidos!’” Cierto, el pochismo nórdico. Pero idéntico al de México. Ya he escrito antes, en estas páginas, que el pochismo es internacional. El mundo imita a Estados Unidos. En cuanto a la originalidad, es lo mismo. El mismo Arne arriesga una teoría literaria: “En un país pequeño, los imitadores siempre tienen mejor reputación” (¿no les suena familiar, amigos?) “y eso es válido en todos los ámbitos. Ahora que Ibsen y Strindberg están muertos, todo el mundo sabe que fueron los escritores más grandes nacidos en Escandinavia. ¡Sin embargo, cuando vivían…! Prácticamente cualquier leñador podía ganar el Premio Nobel… ¡pero Ibsen y Strindberg no lo recibieron!”.
El ingenio mental de Hermans le permitió hacer este constante juego de ideas cargadas de sarcasmo. Supo hacer crítica y autocrítica, en su caso de lo holandés, pero sería el caso de los europeos de países pequeños. Y eso fue antes de 1966, cuando Hermans termina No dormir nunca más. En México no he conocido aún un libro, novela o no, con esta inteligencia y esta ironía. (Quizá la autobiografía de José Vasconcelos.) Así que estamos peor que los europeos, más allá de las potencias conocidas, y que serían nuestros similares, en cuanto a países medianamente fuertes.
Casi todo el libro es una ruda excursión científica, con tintes de exploración en lo inhóspito, al final de la cual él espera traer suficiente material para doctorarse. El final no le favorece mucho y cuenta con un acontecimiento inesperado. Es decir, también presume un elemento de misterio y aun de suspenso. No puede dormir por las malas condiciones de su equipo, por la lluvia y el ataque de los mosquitos. Yo hubiera pensado que en Noruega no existen los mosquitos. De lo que sigue brota el título de la obra. Cuando describe el cadáver de su compañero de excursión. Un tipo que vivía como un pobre estudiante cuando en realidad era hijo de un rico industrial. Pero él lo rechazaba. Es el tal Arne. “Por lo demás, su cara es idéntica a la que tenía cuando lo veía dormir: incomprensiblemente vieja y cansada, arrugada como la corteza de un roble. Pero esto no es dormir. Esto es no dormir nunca más”. Sin duda es una novela ejemplar de lo contemporáneo en literatura. Y en esta obra la humanidad se ve, por primera vez, a sí misma. “Narciso descubre su reflejo. El científico más grande de la Antigüedad no fue Prometeo, que descubrió el fuego, sino Narciso. Por primera vez, el “yo” se ve a ‘sí mismo’”. “Un Yo que quiere ser algo, y una serie de esbozos que reniegan constantemente del Yo. Esa es la tercera fase: dudar de sí mismo, algo que antes era bastante infrecuente aumenta hasta la desesperación. Y entonces florece la psicología”.
Una novela fragmentada, como ahora están descubriendo algunos nuevos escritores de cierto éxito (fuera de México, por supuesto), sin tomar en cuenta que Hermans ya lo hacía en los años sesenta en Europa y aun en México lo hizo Juan Rulfo o el Juan José Arreola de La feria. (La feria es un texto integrado por fragmentos que, juntos, hacen la novela de Zapotlán el Grande, hoy Ciudad Guzmán). Además de aquella técnica narrativa, No dormir nunca más es reflexiva, como se ha hecho en la literatura contemporánea. Con alguna apariencia absurda, en ocasiones, pero de un absurdo lógico, dado que esto se halla integrado a la forma narrativa. Humor sarcástico, irónico. Duda de la realidad. Todo es mejor fuera de Noruega, Holanda o México. O la inteligencia y el talento están afuera o se recurre al chovinismo corriente para no hundirse. Y cobra fuerza y se sostiene y mucho más.
Willem Frederik Hermans, No dormir nunca más. Traducción del neerlandés de Catalina Ginard Féron. Tusquets (Colección Andanzas 740), 2011.
