Recuento luctuoso

José Elías Romero Apis

Con la tragedia de la semana pasada ya suman nueve las ocasiones en que ha fallecido un secretario en funciones, a través de los 12 sexenios más recientes. La Secretaría de Gobernación ha perdido tre titulares. La Secretaría de Comunicaciones y Transportes perdió a dos. Y, con uno cada una, están Marina, Seguridad Pública, Educación Pública y Presidencia.

En lo que concierne a la temporalidad, tres óbitos sucedieron en el régimen de Ruiz Cortines, dos en el Calderón y uno en los de Avila Camacho, Alemán, De la Madrid y Fox. Luego, entonces, seis sexenios trascurrieron sin lutos.

Por otra parte, cinco de esos secretarios murieron en su cama y cuatro en accidentes, todos ellos de aviación. Sin embargo, fueron cinco los que dejaron una estela de suposiciones que, en lo personal, pongo muy en duda, sin excepción alguna. Pero veamos todo esto con más acercamiento, aunque sólo recurro a mi memoria puesto que no cuento con un obituario político.

Así, comencemos con el síncope cardiaco que mató al general Maximino Avila Camacho. Los “sospechosistas” dicen que fue envenenado porque no se haría a un lado en la contienda electoral que ya se avecinaba y que esto resultaría incómodo para varios aspirantes e, incluso, para su presidencial hermano, quien tenía otros planes sucesorios.

La versión de un envenenamiento está tan difundida que hasta llegó a la literatura y el cine en Arráncame la vida, o sedujo a mentes tan lúcidas como la de Francisco Galindo Ochoa.

Más tarde, en 1948, el cáncer terminó con la vida del doctor Héctor Pérez Martínez. Era éste un político culto y refinado quien había llegado a Bucareli, después de haber gobernado Campeche.

Por cierto, estas dos muertes influyeron en la vida nacional. La muerte de Maximino dejó libre el camino presidencial para Miguel Alemán. Y la de Pérez Martínez hizo que Alemán llamara a Adolfo Ruiz Cortines para que se trasladara de Xalapa al Palacio Covián, con los resultados que registra la historia.

Después de esto, el régimen ruizcortinista perdió a tres secretarios, record luctuoso. No recuerdo las fechas exactas pero mencionaré al general Rodolfo Sánchez Taboada, ex presidente del PRI y, para entonces, secretario de Marina. El general murió de repentina afección cardiaca pero nadie especuló. No tenía enemigos ni rivales. No era candidato a nada. Ocupaba una cartera obligatoria como corresponde, en las democracias civilizadas, al presidente del partido triunfador de donde emergió el gobierno en turno.

También murió el arquitecto Carlos Lazo, en un avionazo sobre el cual he escuchado la versión de que fue provocado, toda vez que Lazo, dicen, contaba con tan alta popularidad como para doblegar la voluntad sucesoria de Ruiz Cortines. Me cuesta trabajo creerlo. Ruiz Cortines era un costal de mañas que no requería de ejecuciones para salirse con la suya. En ese tiempo el político más popular se llamaba Gilberto Flores Muñoz y su presidencial jefe lo mantuvo a raya a base de esperanzas engañosas. Le dio tantas vueltas con los ojos cerrados que lo dejó como en el juego de la gallina ciega.

Adicionalmente falleció Enrique Rodríguez Cano, secretario de la Presidencia, víctima de una hepatitis mal cuidada. Este fue un golpe muy duro para el corazón de su jefe. Era su colaborador más querido. Casi como un hijo. Decía que era el único que lo entendía. Tan es así, que el sucesor en el cargo fue astuto y respetuoso. No ocupó la oficina del difunto sino que la dejó intacta con todas sus cosas y se hizo otra, allí en Los Pinos. Ruiz Cortines se lo agradeció y se lo premió ayudándolo, en la transición, para ocupar el Seguro Social.

Años después, en l985, el cáncer daría cuenta de la vida de mi maestro, Jesús Reyes Heroles, por cierto impulsado inicialmente cuando joven por su paisano Rodríguez Cano, quién lo llevó de su natal Tuxpan a un escritorio en Los Pinos para escribir discursos presidenciales. El astuto sucesor al que me he referido, Benito Coquet, desde luego lo conservó y hasta lo adoptó, llevándolo, en el siguiente sexenio, al importante cargo de secretario general del Seguro Social.

Las tres defunciones más recientes fueron las de mis amigos Ramón Martín Huerta, Juan Camilo Mouriño y Francisco Blake. El amable lector las tiene muy en la mente y no requiere de mi relato.

En fin, todas ellas fueron muy dolorosas. Afortunados fueron López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, Salinas y Zedillo que no tuvieron que enterrar a un amigo y colaborador en funciones.

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