Magdalena Galindo

 Entre las varias estrategias del gran capital internacional ante la crisis económica que se inicia en los setentas, hay que señalar una gran ofensiva en el terreno de la educación. Desde siempre, las políticas educativas han estado relacionadas con las necesidades de la producción, y hoy el fenómeno más importante en este campo es la desintegración del proceso productivo, de modo que los que antes constituían los departamentos de una misma planta, hoy se separan y se ubican en distintos países, de manera que los segmentos intensivos en capital y tecnología se mantienen en los países altamente industrializados, mientras los segmentos intensivos en fuerza de trabajo se destinan a los países subdesarrollados, a fin de aprovechar los bajos salarios, esto es, la baratura de la mano de obra.

Esa realidad ha determinado que las universidades de masas, impulsadas durante los sesentas y los setentas del siglo XX, resulten un gasto superfluo para el capital, en especial en los países subdesarrollados, pues el grueso de la fuerza de trabajo empleada en las maquiladoras sólo tiene que saber leer y escribir y algunos conocimientos mínimos. En cuanto a la educación universitaria se necesita un reducido grupo de trabajadores de alto nivel que sirvan de enlace entre las casas matrices y las maquiladoras encargadas de realizar una parte del proceso productivo. De estas necesidades de las burguesías, se deriva una línea de política educativa que ha sido impulsada, tanto por la propia Organización de Naciones Unidas para la Educación (la UNESCO por sus siglas en inglés), como por los gobiernos de los países subdesarrollados, que consiste en ampliar la proporción de los presupuestos dedicada a la educación primaria y secundaria, mientras se restringieron drásticamente los recursos para las universidades públicas, con excepción de los posgrados que recibieron una atención especial. En México, esta política se siguió al pie de la letra, lo que dio lugar al gran número de rechazados de las universidades, y que en buena parte, por lo menos en lo que atañe a la educación, está en la base de los millones de los mal llamados ninis, esto es, de los jóvenes que ni estudian ni trabajan.

Junto a este fenómeno de reducción de las oportunidades educativas, hay otra ofensiva de la gran burguesía, que se desarrolla en el terreno ideológico. Ahí, las tendencias pueden resumirse en lo que podría llamarse la fetichización de la técnica, esto es, que la técnica se coloca por encima de las otras áreas de conocimiento y se vuelve el objetivo más preciado en la educación, en detrimento de las Humanidades y aun de la ciencia pura o básica. Se ha producido así, en lo que corresponde a los contenidos y no sólo a los presupuestos, una tecnocratización de la educación. En la educación primaria y secundaria, es decir en los niveles controlados directamente por la Secretaría de Educación, la reciente reforma se propone ya no enseñar conceptos, sino capacidades, esto es, calificar -como se dice de los obreros- a los niños para sus futuros trabajos. Al lado de este cambio de orientación y finalidades, hay, no sólo aquí, pero en México con particular virulencia, una ofensiva contra las Humanidades en su conjunto. Así, se ha conseguido eliminar a la Filosofía de la enseñanza secundaria y media superior. A pesar de que se ha levantado un poderoso movimiento en defensa de la Filosofía y de que se ha recibido solidaridad internacional, incluida la de la propia UNESCO, y no obstante que la misma Secretaría de Educación Pública se comprometió a reinstaurar las materias filosóficas, tal compromiso no se ha cumplido y la Filosofía sigue excluida de la educación hasta hoy y sólo arrinconada en las carreras especializadas de las universidades. Peor destino ha tenido la Literatura y otras artes que igualmente han sido eliminadas de secundarias y preparatorias, sin que en este caso haya habido una respuesta social a la mutilación de un espacio que, además de afectar a la cultura nacional, significa un empobrecimiento del estudiante al dificultar su capacidad para el goce estético. En el caso de la Historia, las autoridades educativas no se han atrevido a eliminarla completamente de la currícula, pero la estrategia ha consistido en disminuir el tiempo dedicado a su estudio, de modo que puede darse la aberración de que sólo se asignen 36 minutos en la secundaria para “informar” sobre las culturas prehispánicas de nuestro país.

Ya en el interior de las universidades, y en el terreno de las propias Humanidades, la fetichización de la técnica se manifiesta a través del énfasis en las corrientes de pensamiento que descienden del positivismo en detrimento de las corrientes humanistas, y en especial de las que provienen del marxismo. En filosofía, por ejemplo, cada vez gana más espacio el positivismo lógico, en las carreras de letras los métodos lingüísticos se imponen, en psicología avanza el conductismo, en economía, la llamada teoría económica busca arrinconar a la crítica de la economía política.

No se trata, pues, de una tendencia o una lucha ideológica que sólo interesa a los académicos y especialistas de cada disciplina, sino de una transformación de fondo que afecta al conjunto del pueblo mexicano y que representa un despojo cultural de enormes proporciones.