Entrevista a Elvira Cuadra Lira/Centro de Investigaciones de la Comunicación de Nicaragua

Antonio Cerda Ardura

El cuerpo del dictador libio, Muamar el Gadafi, supuestamente asesinado el 20 de octubre por una enardecida turba en su natal Sirte, tras de que un drone Predator norteamericano (un avión piloteado a control remoto) disparó un misil contra el convoy en el que huía, ha desaparecido. Pero esta desaparición no fue una circunstancia literal, sino que su cadáver fue sepultado por el Consejo Nacional de Transición de Libia en un lugar secreto del desierto al sur de Misrata, para evitar que sea robado y vejado, como ocurrió con los restos de su madre y de su abuela.

Según dio a conocer el semanario alemán Der Spiegel, Gadafi falleció de una hemorragia cerebral causada por una herida de consideración en la cabeza, producida por una bala o una esquirla de granada, y sorprendentemente no mostraba hematomas, fracturas o más heridas de consideración por lo que el médico forense que examinó su cuerpo y levantó el acta de defunción, Abu Bakr Traina, descartó un linchamiento, como inicialmente se pensó luego de la difusión de los horribles videos de su captura.

En tanto, el lunes pasado un par de excavadoras resguardadas por hombres armados iniciaron la demolición del emblemático búnker del dictador en Trípoli. Desde ese complejo de seis kilómetros cuadrados, que fue a la vez que palacio presidencial la residencia de Gadafi, la mayor parte de los 42 años que el coronel gobernó con mano de hierro, en innumerables ocasiones partieron órdenes para ejecutar a ciudadanos inocentes y opositores.

Muy lejos de Libia, en América Latina, zona en donde tres líderes políticos fueron aliados de Gadafi, sólo dos de ellos, el presidente venezolano, Hugo Chávez, y el ex mandatario cubano, Fidel Castro, condenaron la muerte del coronel. Por su parte, su otro “gran” amigo, el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, guardó un conveniente silencio, en espera de su reelección este 6 de noviembre.

 

Las divisas de Gadafi

Armas, dinero y el adiestramiento de presuntos revolucionarios comunistas-socialistas fueron las divisas de Gadafi para comprar la lealtad de estas tres figuras de América Latina, con las que pretendidamente compartió ideales revolucionarios y un enemigo común: Estados Unidos.

En el marco de la firma de numerosos acuerdos de cooperación, intercambio y comercio, y de distintos encuentros con el tirano libio, Castro, Ortega y Chávez refrendaron una y otra vez, a lo largo de décadas, la “vieja amistad”, los “objetivos revolucionarios similares”, y “los embates del imperialismo yanqui” que unían a Libia, Cuba, Nicaragua y Venezuela, mientras, por debajo de la mesa corrían flujos de dinero y armas, se prometía lealtad política y se mantenía el adiestramiento terrorista de uno a otros, despertando una gran inquietud a Estados Unidos.

En el marco de esas relaciones, nunca, ni Castro, ni Chávez, ni Ortega denunciaron las atrocidades atribuidas al régimen de Gadafi, por las que fue perseguido por la Interpol, como las “purgas” de sus opositores; los asesinatos políticos de alrededor de 400 personas; sus intervenciones armadas en Chad; el apoyo al genocida ugandés Idi Amin; la implicación de Libia en la Masacre de Munich, en 1972; los atentados en los aeropuertos de Viena y Roma, en 1985;  y en la discoteca La Belle de Berlín, en 1986; el apoyo al terrorista palestino Abu Nidal, y los derribos de los vuelos 103 de Pan Am, sobre Lockerbie, Escocia, y 772 de UTA, sobre el desierto de Níger. No obstante, ellos siempre recibieron con avidez y agrado los cañonazos de “petrodólares” que disparaba el llamado “Che Guevara árabe”.

La caída de Gadafi, cuya indecorosa situación final sacudió al mundo después de que se mostraron imágenes en las que era arrastrado por las calles como un perro, apenas si despertó comentarios, más o menos indignados, de dos de esos grandes aliados. Y es que la relación de Gadafi con América Latina “era ya más política que económica y había venido disminuyendo”, dice, en entrevista con Siempre!, Elvira Cuadra Lira, coordinadora del área de investigaciones del Centro de Investigaciones de la Comunicación (Cinco), con sede en Managua, Nicaragua.

La socióloga experta en democracia, gobernabilidad, conflictos y seguridad indica que la desaparición de Gadafi, a quien no se le reconoció realmente en Latinoamérica como terrorista, sino como un líder que apoyaba las causas justas, no tendrá ninguna consecuencia en la región, ya que si bien los regímenes a los que apoyó mantenían hacia él un respaldo político, su influencia ya no era la de otras décadas.

Alianzas políticas

¿Qué representa la muerte de Gadafi para los gobiernos de América Latina que tuvieron su apoyo tanto económico como en armas, particularmente para Cuba, Nicaragua y Venezuela?

Para estos tres gobiernos y, en particular, para Nicaragua, es un revés político, aunque últimamente la relación con los grupos económicos había venido disminuyendo. En Nicaragua, que es el caso que yo conozco mejor, la relación era ya más política que económica. Así que, en suma, el respaldo de Libia y las ayudas de Gadafi a Nicaragua, Cuba y Venezuela eran más alianzas de carácter político. De manera que la caída del régimen libio y la muerte del coronel Gadafi han significado solamente un golpe político.

¿Cuál era la importancia real de Gadafi en América Latina? ¿Qué tanto representó realmente como amenaza para los Estados Unidos?

Una amenaza real, no lo fue, sobre todo a partir de la mitad de los años ochenta, y a pesar del fuerte apoyo de Libia a la revolución sandinista y de los envíos de dinero y armas que se movían detrás de eso. En los últimos años tal amenaza no existió, porque, como usted sabe, Gadafi mantenía, incluso, ciertos acuerdos con Estados Unidos. El suministro de armas de Libia hacia América Latina y, en particular, hacia Nicaragua ya había también cesado o disminuido. Otro elemento es que geográficamente hay una gran distancia entre Libia y América Latina y no es muy fácil moverse entre aquel país y esta región.

Durante los últimos años, Fidel Castro y Hugo Chávez, o grupos como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia trataron a Gadafi con mucha deferencia y como alguien muy estimable. ¿Esa imagen sólo era en las esferas de los gobiernos?

Esa fue una imagen que también cambió. En Nicaragua Gadafi fue un hombre admirado en la década de los 80, pero también se trataba de otra época. Era un tiempo en el que se realzaba su figura en el marco de la revolución sandinista. En la medida en que se comenzaron a conocer algunos sucesos en Libia y características o detalles específicos del régimen instaurado por Gadafi, esa imagen del coronel en este país y en toda América Latina se fue modificando sustancialmente, de tal manera que las reacciones eran para lamentar la situación general de esa nación, pero, en ningún caso, de respaldo. Por eso solamente algunos funcionarios del gobierno y del partido sandinista en Nicaragua declararon públicamente su pesar o su condena en relación con lo que pasó finalmente con el coronel Gadafi.

¿Cuál es la diferencia del trato de Gadafi hacia estos países? En algunas democracias occidentales se le acusó de ser un terrorista después del derribo del avión comercial en Lockerbie, Escocia, el 21 de diciembre de 1988, y de sostener un régimen que contrabandeaba armas y daba entrenamiento a guerrilleros o a movimientos extremos. Hay presidentes, como Hugo Chávez, que le dieron el tratamiento o calificativo de mártir.

En Nicaragua y en muchas de las cúpulas políticas de la izquierda en América Latina, Gadafi nunca fue visto como un terrorista. Aunque se sabía y se conocía de algunas de sus acciones y del régimen que impuso en su país, no se le reconocía propiamente como terrorista, sino como un gobernante totalitario y autoritario. En la imagen que el resto de la gente tenía de su figura, me parece que prevalecía un poco esa idea. Hay que recordar que Gadafi se conoció realmente en Nicaragua y en América Latina hacia finales de la década de los años setenta, en medio de todas las revoluciones y de las luchas armadas, así que se le miraba como alguien que apoyaba esas causas justas en la región y era muy difícil verlo o reconocerlo como un terrorista. De alguna manera ésa es la imagen que ha permanecido hasta ahora.

En el caso de Venezuela, en donde sabemos que la relación fue más estrecha en los últimos años, ahora, cuando la enfermedad del presidente Chávez al parecer ya le está ocasionando problemas internos en sectores del ejército, ¿qué significa ya no contar con el apoyo del coronel Gadafi?

En términos de política, de la situación interna en Venezuela, en lo personal creo que pesa más la correlación de fuerzas dentro de ese país y no tanto el tema de las relaciones internacionales. Esas relaciones tienen un peso y una significación importante y supongo que los sectores de la oposición van a tratar de capitalizar la falta de ese respaldo, de ese acuerdo político, a raíz de la muerte de Gadafi. Pero fundamentalmente lo que puede influir ahí es la fortaleza y la habilidad de los diferentes actores venezolanos.

Referencia lejana

¿Simplemente con la desaparición de Gadafi su influencia termina, por ejemplo, en Nicaragua?

De hecho, su influencia era un asunto menor. Gadafi había pasado a ser una referencia muy lejana. Influencia sobre la situación interna del país, en realidad no tendrá. No va a haber consecuencias concretas en relación con este suceso de su muerte.

¿Qué opina del papel que jugó Francia en el derrumbe del régimen de Gadafi? El presidente Sarkozy recibió abiertamente el apoyo de Gafadi y, finalmente, le volvió la espalda.

Esa nueva posición tiene que ver con las alteraciones que están ocurriendo a nivel mundial, con las

percepciones sociales y con la influencia de los últimos acontecimientos en el Medio Oriente y en el mundo árabe, así como con las movilizaciones y los cambios que la misma gente ha estado empujando. Todo eso influyó mucho en las acciones o decisiones que tomó Francia. Creo que tiene que ver también con las relaciones internas europeas y con la preocupación de los europeos por la situación de Africa, que es un continente de mucha importancia para ellos.

Frente a los cambios y protestas sociales que han estado ocurriendo en distintas partes del mundo, por ejemplo en Chile, donde recientemente se han dado importantes movimientos estudiantiles, se ve cierta parálisis o inmovilidad de América Central, y aun del resto de América Latina. ¿Qué le dice esto?

Creo que la influencia de todas estas movilizaciones y movimientos sociales que están emergiendo y que se dieron recientemente en el norte de Africa y se están dando también en Europa, van a tener un efecto en América Latina, aunque no con la intensidad con la que se están dando en esos puntos del planeta.

Tal vez sean a mediano plazo.

Tal vez a mediano plazo, porque, en general, en este momento no parece que haya suficientes factores de influencia y condiciones que muevan a un nivel de movilización tan alto, particularmente en Centroamérica.

Como que estamos medio adormilados.

Sí. Y, sobre todo, la gente está bastante desorganizada y desmotivada políticamente. Eso se puede observar en la mayoría de estudios y análisis que se han hecho recientemente en relación con la situación de la democracia en América Latina y en Centroamérica.

¿Su conclusión sería que la caída de Gadafi no afecta a los gobiernos latinoamericanos que durante años fueron sus amigos?

Yo diría que no, porque, repito, la distancia que se había venido generando entre ellos, aunque se mantenía el respaldo político, no propiciaba la influencia que Gadafi tuvo en otras décadas.

Hace algunos años, por ejemplo, Daniel Ortega se presentó ante Gadafi para pedirle dinero en efectivo y regresó a Nicaragua con las manos vacías.

Sí, poco tiempo después de que tomó posesión, Ortega viajó a Libia y Gadafi lo recibió muy bien, después de facilitar las condiciones para esa visita. Pero ese gesto de amistad entre ellos no se concretó en acuerdos o convenios económicos, o de cooperación o ayuda específica.