Eusebio Ruvalcaba

El otro día me pregunté qué sentimientos y sensaciones genera la música. Vinieron a mi cabeza muchas respuestas, guiado por el hilo de la emoción: la alegría, la nostalgia, la tristeza, el ensimismamiento, el nerviosismo, la tranquilidad, la exaltación… Pero entonces, como por encanto, una obra fue de un extremo a otro de mis circunvoluciones: la Sinfonía Patética de Chaikovski.

Dicen quienes de esto saben, que Peter Ilich Chaikovski acostumbraba detenerse la cabeza con la mano izquierda mientras dirigía, por el temor de que fuera a caérsele. Tal era su inseguridad como persona. Esta angustia de vivir, este terror que para algunas personas significa estar vivo, está contenido en la Sinfonía Patética, que, encima, es la última de Chaikovski, la sexta. Y, curiosamente, quien la escucha termina por imbuirse de la melancolía, de la devastadora depresión chaikovskiana, y sufrir como él.

Porque si hay alguna música que lleve de la mano al éxtasis del sufrimiento, es ésta. A mí me recuerda aquellas personas que se autoflagelan para alcanzar un estado de elevación espiritual, que sólo mediante el castigo corporal se revela ante ellos una dimensión donde todo es luz. La Patética es un buen ejemplo de que la música no sólo conduce hacia estados de entusiasmo y alegría. Modesto Chaikovski, hermano del compositor, escribió a raíz de las conversaciones que tuvo con el autor de la obra, y precisamente a propósito de esta sinfonía, acaso una de las que más polémica ha provocado a lo largo de la historia de la música: “El primer movimiento de la Patética representa la vida de mi hermano, esa mezcla de sufrimiento y de irresistible aspiración a lo grande y a lo noble; por un lado, luchas y miedos mortales, por el otro, alegrías divinas y celestial amor a lo bello, a lo verdadero y a lo bueno, en todo lo que nos promete la gracia divina. El segundo movimiento refleja las fugaces alegrías de mi hermano, que no admiten comparación con los habituales placeres de otros. El tercer movimiento narra la historia de su evolución musical. El comienzo de su vida no fue más que jugueteo, una manera de pasar el tiempo. Así fue hasta sus veinte años. Después Peter Ilich Chaikovski toma las cosas cada vez más en serio y acaba cubierto de gloria. El cuarto movimiento representa el estado anímico de mi hermano durante sus últimos años de vida, la amarga decepción y el profundo dolor de comprender que hasta el arte es fugaz y no puede colmar el horror a la eterna nada, a esa nada que amenaza devorar —implacablemente y para siempre— todo lo que se ha amado y se ha tenido por eterno y duradero”.

Eso es Chaikovski, la culminación de la tragedia musical. Un hombre que tuvo que reprimir su homosexualidad para no violentar los cartabones de la intransigencia zarista (aunque al final, terminarían obligándolo a beber agua envenenada). Alguien que, pese a ser tan admirado por los genios musicales de la época, y sentido por el pueblo —que silbaba sus melodías como si provinieran de tiempos ancestrales—, sólo conoció contadas horas de solaz y alegría. ¿Y cómo iba a ser de otro modo, si no podía manifestarse como era, si todo parecía venírsele en contra, hasta considerársele un desarraigado, por la incomprensión que la crítica de la época hacía de su música?: en Leipzig lo acusaban de ser francés; en Hamburgo, asiático; en París, alemán, y, para rematar, en Rusia, su país, no lo consideraban ruso. Porque, sin perder su propia voz, asimilaba lo mejor de su entorno —que el entorno de un artista es el mundo entero—, porque se negaba a seguir un estilo que no extrajera de su corazón mismo.

Hoy día, muchos especialistas de la música menosprecian a Chaikovski; tal vez porque la fuerza de su corazón es demasiado para ellos.

Discografía: Son incontables las versiones de la Sinfonía Patética, pero quien esto escribe tiene, para variar, varias favoritas. La de Eugene Ormandy al frente de la Orchestra Philarmonia, la de Toscanini con la nbc de Nueva York, o la de Wilhelm Furtwängler con la de Berlín.