Sembradío de nubes

Gerardo Yong

Linzhi, Región Autónoma de Tíbet.- Lo primero que un viajero percibe al llegar al Tíbet es la humedad fría del ambiente. Una sensación de aislamiento en uno de los lugares más elevados del planeta, donde cientos de ríos de aguas cristalinas y montañas, salen al encuentro del sorprendido visitante, que no logra volver en sí hasta después de saciar sus sentidos en una naturaleza abierta, plena e imponente. Todo Tíbet es aroma a bosque. Es un ambiente fresco proveniente de las nubes que reposan en las montañas. Son ellas precisamente las que han dado gran parte de la identidad a un pueblo que vive según costumbres antiguas, conviviendo con la montaña, el frío, el rocío matinal y la salud invernal.
Legado histórico
Para quien intente comprender la civilización tibetana, debe poner atención en esos cúmulos atmosféricos, no sólo como una expresión física, sino como un legado histórico, místico y religioso.. Su presencia es una forma de vida que se expresa en el aire que se respira, en la excesiva frescura que penetra al tórax de propios y extraños; es la bienvenida natural que ingresa al cuerpo en el momento en que es ataviado con una larga estola blanca; una tradición tibetana para expresar su cordialidad a los visitantes. Las nubes aparecen en todas partes. Están en sus obras de arte, en sus artesanías. En el alfabeto tibetano parecen formas nebulosas esquemáticas. Se encuentran atrapadas en el vapor del té con leche de yak, que habitualmente toman para mantener sus energías en ese ambiente montañoso.
Medicina de las nubes
Su medicina tradicional, que tiene una profunda raíz en los aspectos místicos del budismo, las honra en sus pinturas en la entrada del Centro Medicinal tibetano. Estos cúmulos son detallados con trazos que definen su volumen, su presencia en el entorno natural y su influencia en las actividades humanas. El origen cosmológico de las hierbas y plantas con las que se fabrican las curas a los malestares, proviene de la humedad que esas nubes proporcionan al medio ambiente, comprendido en tres vertientes: las planicies de la India, las montañas de Tíbet y las altiplanicies de China. De todas ellas, se capta el agua que traen hacia los bosques, la cual es utilizada para la fabricación de medicinas siguiendo los métodos de la ancestral tradición tibetana. Incluso, un mapa astral de ese mismo centro terapéutico muestra cuatro niveles de nubes, el gris, el rojo y el azul, etapas que culminan en una detallado diagrama de las constelaciones en que se basan sus sistemas curativos. Los sabios creadores de la medicina figuran como guerreros que lograron arrebatar a la muerte, en forma de tigre, la cura a más de 85 mil enfermedades, panacea que es llevada a la humanidad sobre el lomo de un elefante, que representa la sabiduría.
El transporte divino
Los monasterios budistas también representan las nubes en el dintel de la entrada, en recuerdo a la aparición de Buda transportado sobre una nube. En el arte tibetano, el diseño de la nube parece decirlo todo: a veces es un cúmulo bien estilizado y definido. En otras, aparece tomando forma de flor. En ambos casos, se cristaliza la versión dual de una nube que se convierte en flor a través de ser alimentada con la humedad de la atmósfera. En la cultura de la meditación tibetana, las nubes representan el medio en que los pensamientos que agobian al cuerpo se alejan para liberar a la mente de las especulaciones; del análisis aprisionador y angustiante. En la terapia física, que se basa en movimientos que buscan armonizar cuerpo y alma, se realizan poses manipulando o jugando con una nube; una emulación que permite aligerar los músculos.