Separación Iglesia-Estado no debe dar vuelta atrás

Teodoro Barajas Rodríguez

Michoacán.- En nombre de la religión, de Dios, el ser humano se ha distinguido por inscribir en la historia crónicas entre flamas, lamentos y sangre. La reforma al artículo 24 constitucional por la libertad de religión es una enmienda con dedicatoria a la gula de intereses de la alta jerarquía católica, sin duda.

Algunos sectores de la Iglesia católica no ocultan su sed de poder temporal, influir en la educación, amenazar con el inframundo para postular el fanatismo más cavernario.

No podemos ignorar que nuestra memoria histórica registra episodios crueles motivados por el poder clerical a través de la manipulación, la desconfianza no es gratuita. El desprestigio que padece la Iglesia católica va de la mano de los hechos infames, inmorales y perversos de los demonios de Marcial Maciel, la ostentosa riqueza de Onésimo Cepeda, el éxodo de creyentes a otras confesiones es un retrato sintomático.

En el principio de la historia humana la teocracia fue divisa inalterable, fue la constante. El miedo a lo desconocido se invistió de religión.

Resulta sano y adecuado que el estado laico promueva las libertades y derechos individuales a la luz del conocimiento, la epistemología. El oscurantismo abarcó centurias en la historia de la humanidad, un elemento distintivo de esa etapa sin luz fue la religión a través de sus falanges, que solían exaltar el temor, la superstición, la ignorancia.

La reticencia de algunos sectores que desdeñan el Estado laico es ostentosa, arbitraria e ilegal. Irrumpen para lanzar anatemas, práctica que conocen y dominan, tenemos en hechos recientes algunas muestras de la intolerancia vía dogmas religiosos que los vuelven praxis.

Los temas como la despenalización del aborto y los matrimonios entre personas del mismo sexo fueron el motivo para que desde el púlpito algunos dignatarios de la jerarquía católica y de otras confesiones llamaran a desconocer las reformas legales, es decir invocaron la impunidad porque las legislaciones vigentes son de aplicación general.

Uno de los distintivos de los seres humanos es la intolerancia y cuando ésta tiene su origen en tópicos religiosos suele ser funesta y contradictoria porque abate las enseñanzas sublimes que contienen documentos que postulan un deber ser apartado de la maldad.

Suele haber confusiones al respecto del Estado laico; los signos de los tiempos, las señales del presente hacen imprescindible un nuevo paradigma acorde con esta etapa calificada como la posmodernidad, en donde no prevalecieran los clichés, los atavismos nefastos que postulan cerrazón y fanatismo.

No a un Estado teocrático pero tampoco uno jacobino y trasnochado. El Estado laico es aquél que mantiene una independencia clara y con soporte constitucional de cualquier influencia religiosa. Esto significa que no estamos hablando de apuntalar un Estado perseguidor como en su momento lo hizo Tomás Garrido Canabal en Tabasco o José Fouché en Lyon, Francia.

Lo que nos da luz en la materia, sin duda, es aquel apotegma lustroso y vigente hasta nuestros días que pronunciara un gran liberal: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Bien lo dijo el maestro Jesús, al césar lo que es del césar, a Dios lo que es de Dios. La separación Iglesia-Estado no debe dar vuelta atrás.